Alejandro Álvarez
Se lee en los titulares de la prensa que el
PAN y el PRD preparan denuncia penal “contra quien resulte responsable” de los
destrozos realizados por una turba en sus locales de la ciudad de Chilpnacingo.
Los mismos partidos días antes denunciaron para el debido castigo, se supone, a
quien resulte responsable del mal uso del presupuesto del programa
Oportunidades en Veracruz. La ex rectora de la Universidad de la Ciudad de
México dijo que denunciaría la ilegalidad que guardó el proceso de su
sustitución hace varias semanas después de una larga temporada de suspensión de
actividades por la “toma” de las instalaciones de esa universidad por un grupo
de dizque activistas. Otro grupo de presuntos profesores en Oaxaca, Guerrero y
Michoacán obstruyeron el libre paso y circulación de ciudadanos por las
carreteras federales y locales, apedrearon sedes de congresos y suspendieron
actividades, todo lógicamente sin sanción alguna. Grupos armados llamados de
“autodefensa” de esas mismas entidades se pasean como Juan por su casa en claro
reto a las autoridades estatales y municipales. Una mini turba desde hace días
mantiene tomado el edificio de rectoría de la UNAM y un temeroso rector no
atina a decir otra cosa que balbucear la importancia del “diálogo”.
Padres desesperados en nuestra entidad desde
hace años demandan justicia por el homicidio de sus hijos en distintos hechos.
Personalmente conozco amigos que han sufrido merma en su patrimonio y han
puesto formal denuncia por tales hechos sin resultado alguno. Otros en paralelo
se han apersonado en la guarida de la banda del barrio para pedir que le sean
devueltas sus pertenencias. Su estrategia ha dado mejores resultados que las
indagatorias de los investigadores y policías ministeriales.
La cadena de hechos es casi infinita. La
cultura de la denuncia recibe una y otra abolladura hasta dejar irreconocible
su rostro. ¿Tiene algún sentido ir a la mesa de un ministerio público a
invertir varias horas a sabiendas que es tiempo perdido? El poder judicial pasa
por largos años de franca retirada en un desprestigio apabullante. Y eso sin
hablar de los miles de crímenes relacionados con el crimen organizado que nunca
se resolverán –pago doble contra sencillo si se llegan a esclarecer las
responsabilidades de una décima parte de esos homicidios-.
Quizás ya nos parezca parte del paisaje
nacional la repetición una y otra vez de delitos que quedan sin castigo, pero
en el fondo los cimientos de una sociedad civilizada están siendo minados
irreversiblemente. Ojalá no sea demasiado tarde cuando la ciudadanía decida
exigir a los gobiernos un poco de decencia en el cumplimiento de sus
obligaciones.
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