Alejandro
Álvarez
El acto
terrorista de Boston robó la atención de lo que hace unas cuantas semanas era
la noticia de los titulares de la prensa internacional: el peligro de una
guerra desatada por Corea del Norte. La tragedia bostoniana también dejó pendiente la revisión que
entonces se hacía del gobierno comunista norcoreano que en pocas palabras se le
puede calificar de, por lo menos, un extravagante comunismo.
Desde 1948
Corea del Norte es gobernada por la familia Kim. En aquel entonces el
combatiente antijaponés Kim Il Sung con el apoyo de la Unión Soviética adquirió
el trono que no soltaría nunca, ni siquiera muerto porque antes de dejar el
mundo tocó con el dedo del poder a su hijo Kim Jong Il, quien gobernó de 1994 a
2011, empezando por nombrar a su padre “Presidente eterno de la República”.
Este peculiar nombramiento oficial post
mortem le impediría al joven Jong Il
ser presidente de su país pero a cambio acaparó todas las otras medallitas como
los de presidente de la Comisión militar central y Secretario General del partido (único) en
el poder el Partido de los Trabajadores, comandante supremo de las fuerzas
armadas (dos millones de soldados en un país de 22 millones de habitantes) y “Querido
líder” como le encantaba que le dijeran durante su mandato. Un año antes de su
muerte en 2011 nombró como su sucesor a su tercer hijo Kim Jong Un, a quien un
año antes ya había encaminado al trono nombrándolo vicepresidente y general de
cuatro estrellas que presidiría la
Comisión de Defensa de Corea. Claro que no fue nada fácil para el “Querido
líder” tomar su decisión. Tuvo que dejar en el camino de la sucesión al
primogénito Kim Jong Nam al descubrirse que trató de llegar a Japón con
pasaporte falso para hacer una prolongada estancia en el centro de diversiones Disneylandia de Tokio. Al segundo hijo en el
orden, el joven Kim Jong Chol, también lo tuvo que descartar por su apariencia
“afeminada” o “poco viril”. Del finalmente afortunado Jong Un, poco se sabía hasta antes de ser
sorpresivamente nombrado general y vicepresidente. Pero para desgracia de los
norcoreanos todo parece indicar que tiene claros rasgos del comportamiento de
su padre Kim Jong Il cuya fama trascendió mundialmente cuando uno de sus
cocineros reveló los extraños
placeres de sus comilonas en el mismo
momento en que millones de norcoreanos morían en la fatal hambruna de la década
de los noventa cuando la declinante Unión Soviética retiraba los subsidios a
sus aliados orientales. Resulta que el “Querido líder” se hacía servir carne de
puerco de Dinamarca, caviar de Irán y Uzbekistán, mango de Tailandia, melones
del noroeste de China, mariscos de Japón, cerveza de Praga, papayas de Malasia
y de repente le saltaban antojos irresistibles como una Big Mac que mandaba
traer de Beijing tronando los dedos. Otra excentricidad del entonces presidente
y “Querido líder” era su gusto por el coñac Hennesy Paradis. Aunque no se
registró como récord Guiness la empresa francesa LVMH destacó que a mediados de
la década de la hambruna enviaba pedidos al palacio imperial coreano por el
orden de 600 mil euros anuales que equivalían entre 500 y 1 100 botellas de
coñac, según su tipo y volumen. El coñaquito lo disfrutaba mejor fumando puros
de Cuba.
Del actual
presidente norcoreano ya despuntan ciertos desplantes extraños, además de sus
recientes amenazas atómicas. Uno de ellos fue la destrucción de la gigantesca
mansión de su padre al oeste de Pyongyang la capital del país. Su odio al
capitalismo y particularmente al imperialismo no le impide admirar el básquet bol de la NBA, el año pasado llevó
a la capital coreana al equipo de los Harlem Globetrotters. Ha sido sorprendido
con un Smarthphone cuando en el país
existe un uso restringido de Internet y usa una computadora iMac de la marca
Apple.
Ya no
sorprenden los desplantes exóticos de la
izquierda mundial que parece haber entrado en una fase de decadencia
irreversible. El pajarito chavista (para no decir que el pájaro de Chávez) se
le aparece a Nicolás Maduro, la decrepitud penosa del comandante Fidel y su
hermano, el “comunismo” chino y ya entrados en tragos podemos decir que la
izquierda sudcaliforniano (o lo que sea) no hizo malos quesos. El “proyecto” de
la dinastía Cota Montaño quedó como triste caricatura de sus opiáceos sueños.
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