Alejandro Alvarez
Mi primer lección antijudía la recuerdo como si fuera ayer,
acababa de iniciar la secundaria. De eso hace casi cincuenta años. Mi maestro
de biología, un respetable médico que todo mundo quería, soltó un día en clase
la siguiente expresión: “los judíos se quieren apoderar del mundo, eso está bien
claro en un libro que todos ustedes deben leer ‘El protocolo de los sabios de
Sión’, debemos estar preparados para combatirlos”. La impresión debió ser en su
momento terrible para un niño de esa edad. No recuerdo una sola de esas clases de
biología, pero la frase antisemita la llevo gravada. Mucho tiempo después supe
que el prejuicio de mi maestro de biología se construyó sobre la base de un
documento falsificado por el zarismo ruso para justificar la persecución y el
odio contra los judíos en 1902, sin gran
éxito, pero que después se recicló para
culpar a los judíos de la Primera Guerra Mundial y de la Revolución rusa de
1917. A partir de entonces “Los protocolos….”
se convirtieron en una especie de libro sagrado antisemita.
Cuando pregunté a los adultos que entonces estaban a mi
alrededor acerca de ese libro nadie me supo dar razón, pero cuando mostraba mi
inquietud por saber algo de los judíos casi todos mostraban un sentimiento hostil
a ese grupo social por distintos motivos. “Esas personas mataron a Cristo”,
decían unos. “Son unos estafadores que se enriquecen a nuestras costillas”,
afirmaban otros. “Los millonarios de todo el mundo son judíos, están detrás del
poder en todas las naciones”, sentenciaban. No se sentían obligados a comprobar
nada, ni dar alguna referencia relativamente verificable. Era como un torrente
sordo que viajaba en el submundo de los enemigos invisibles. Los judíos eran
los chivos expiatorios perfectos que todos necesitaban para justificar su
miseria.
Las lecciones antijudías eran una comidilla relativamente
fácil de encontrar. Bastaba con mencionar la palabra “judío” para que brotaran
historias sobre su maldad. Pero algo cojeaba en esas versiones tan familiares
cuando se trataban de explicar el origen judío de todos los personajes
principales de la Biblia, hasta Jesús de Nazareth y sus seguidores que
pertenecían al malquerido judaísmo.
En el primer año de prepa esta historia cobró un
giro. Descubrí que Marx y Trotsky, autores de lectura obligada para los jóvenes
en favor de la causa del proletariado de aquella época eran de ascendencia
judía. Y mis clases de física empezaron por descubrir el origen judío de Albert
Einstein autor de la teoría de la relatividad. Después vinieron los
descubrimientos de personajes judíos en las artes como Chagall en la pintura y
Bernstein en la música clásica, Freud en la psicología. Para no hablar de
personajes mucho más conocidos como Woody Allen en el cine como actor y
director, Spielberg (Parque Jurásico) y Polansky (El
bebé de Rosmary) como directores, Frida Kahlo como pintora y Julio
Iglesias como cantante. Todos ellos judíos. Los primeros años de los setenta
fueron una abigarrada búsqueda y hallazgo de hechos a contracorriente de las
primeras lecciones antijudías que se convirtieron en piezas que no encajaban en
el rompecabezas de la historia real. Pero lo más dramático fue descubrir el
destino de los judíos en la historia de la Segunda Guerra Mundial y de cuyos
datos tomo parte del título de este texto. El campo de
concentración de Auschwitz fue quizás el más grande campo de concentración
nazi, la mayoría de los cuales fueron edificados fuera del territorio alemán.
Alrededor de un millón de personas, de los cinco millones 600 mil víctimas del
Holocausto, murieron en los campos de Auschwitz-Birkenau. La forma en que
murieron fueron diversas, unos fueron enviados en forma inmediata a las cámaras
de gas, otros fueron ejecutados a balazos en cuanto arribaron. Otros más
murieron a causa de la enfermedad, la desnutrición, los experimentos
"científicos" de médicos nazis y lo inhumano de las condiciones de
vida en los campos de concentración. ¿Puede existir algo que justifique tales
atrocidades contra gente totalmente indefensa?
El 8 de abril se conmemora a las víctimas del Holocausto, que
por cierto diversas sectas musulmanas y grupos antijudíos niegan que haya
existido. Tengo amigos muy cercanos que se identifican con el odio antijudío.
No los entiendo. Las persecuciones antijudías se remontan a muchos siglos atrás
-Hitler quizás fue sólo el más bestial y masivo en el intento del exterminio
judío-, el prejuicio contra los judíos
no será fácil contrarrestarlo, como no
es fácil la lucha contra todo tipo de prejuicio social, como el existente contra
las minorías étnicas en nuestro país, por ejemplo.
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