REFORMA 23 de agosto de 2010
Denise Dresser
México atrofiado. México con síntomas preocupantes. México con características alarmantes. Presa de aquello que la revista “Newsweek” —en un número especial sobre los mejores países del mundo y las razones de su éxito— llama el “Síndrome Slim”.
Y no acuña el término para celebrar su existencia sino para criticarla. No elabora el diagnóstico para aplaudir la salud del paciente sino para subrayar cuan mal está.
En el ámbito de la medicina, un “síndrome” es la asociación de varios rasgos clínicamente reconocibles que ocurren de manera conjunta. Fuera de la medicina, el término se aplica a una combinación de fenómenos que se asocian entre sí.
Y para muchos economistas, el “Síndrome Slim” es aquel que describe la relación causal entre economías oligopolizadas y bajo crecimiento. Es aquel que caracteriza al “capitalismo chueco” (crooked capitalism) y los peligros que produce para economías emergentes como la de nuestro país. Ese tipo de capitalismo sub-óptimo, donde el éxito de empresarios selectos se alcanza a costa del dinamismo económico. Ese tipo de capitalismo disfuncional donde no necesariamente ocurren transacciones ilegales, pero donde la concentración de poder y la riqueza lleva a que muchos hablen de México como un lugar “dispuesto a perder un par de puntos de crecimiento del PIB”, en palabras de Raghuram Rajan, co-autor de “Saving Capitalism From the Capitalists”.
El “Síndrome Slim” describe contextos en los cuales hay empresas con ganancias descomunales y consumidores obligados a pagar precios exorbitantes; sitios con ventajas insostenibles para algunos y altas barreras de entrada para todos los demás; países como México, Rusia e Indonesia con economías cada vez más pesadas en la punta, con corporaciones cada vez más políticamente influyentes, con oligarcas cada vez más atrincherados.
Aquí, ante los efectos crecientemente perniciosos del “Síndrome Slim”, ha surgido lo que ciertos sectores del gobierno y algunas voces dentro de la Comisión Federal de Competencia consideran un antídoto eficaz. Un tratamiento milagroso. Una forma de encarar la enfermedad y aliviar sus efectos.
La terapia idónea —argumentan— es fortalecer a otro conglomerado para que tenga el peso y la fuerza suficiente para competir contra el Sr. Slim. El remedio ideal —insisten— es darle ventajas a otro grupo para que logre subirse al “ring” y enfrentarse al hombre que controla el 70 por ciento del mercado de telefonía celular.
Esa es la lógica detrás de todos los favores que se le han hecho a Televisa en los últimos tiempos. El visto bueno de la Cofeco para su compra de compañías cableras a lo largo del país.
La exención de impuestos —avalada por el Congreso— para nuevas compañías de telecomunicaciones cuyo beneficiario obvio es la televisora. Y ahora, la venta de espectro radioeléctrico a precios increíblemente bajos. De lo que se trata es de engendrar otro monstruo capaz de contener al que el gobierno lleva 20 años —desde la privatización de Telmex— engordando. Pero el debate público sobre este tema no debería centrarse en si Televisa recibió otro privilegio, ya que es obvio que así fue. La pregunta central es si la política gubernamental para fomentar la competencia es la correcta o no. Si la estrategia Televisa vs Telmex —o sea Alien vs. Terminator— va a ser la mejor para los consumidores y para el crecimiento o no. Y lamentablemente parecería que la respuesta es negativa. A pesar de que estaba abierta a ellos, inversionistas internacionales no quisieron participar en la licitación del espectro porque saben algo que es evidente. El juego está amañado, el mercado no está bien regulado, el gobierno no hace lo que debería para asegurar la competencia real entre múltiples jugadores.
Al contrario, la decisión de darle todo a manos llenas a Televisa revela la persistencia de una mentalidad estatista/corporativista en la SCT, en la Cofeco, en la Cofetel. En vez de crear las condiciones para la competencia verdadera, el Estado determina quienes serán los ganadores.
En vez de generar un ambiente regulatorio que provea certidumbre para la inversión, el Estado nuevamente concentra bienes públicos en un par de manos privadas. La mejor manera de lidiar con el “Síndrome Slim” no es creando otros como él, sino cambiando las condiciones que permitieron su surgimiento. Y eso entrañaría tomar las decisiones correctas y difíciles con respecto a Carlos Slim y Televisa: romper el control monopólico de Telmex sobre la red, imponer sanciones multimillonarias y penales a prácticas anti-competitivas, obligar a Televisa a compartir sus contenidos, permitir la competencia en la televisión abierta mediante una tercera cadena nacional, y aprobar una nueva ley de radio y televisión para mejorar la regulación.
De lo que se trata es de abrir, nivelar, innovar, competir, con el objetivo de impulsar el dinamismo económico. Pero lo que ha hecho el gobierno en tiempos recientes es totalmente lo contrario: regalar, subsidiar, apuntalar y proteger, con el objetivo de mantener los cimientos del “capitalismo chueco”.
Denise Dresser
México atrofiado. México con síntomas preocupantes. México con características alarmantes. Presa de aquello que la revista “Newsweek” —en un número especial sobre los mejores países del mundo y las razones de su éxito— llama el “Síndrome Slim”.
Y no acuña el término para celebrar su existencia sino para criticarla. No elabora el diagnóstico para aplaudir la salud del paciente sino para subrayar cuan mal está.
En el ámbito de la medicina, un “síndrome” es la asociación de varios rasgos clínicamente reconocibles que ocurren de manera conjunta. Fuera de la medicina, el término se aplica a una combinación de fenómenos que se asocian entre sí.
Y para muchos economistas, el “Síndrome Slim” es aquel que describe la relación causal entre economías oligopolizadas y bajo crecimiento. Es aquel que caracteriza al “capitalismo chueco” (crooked capitalism) y los peligros que produce para economías emergentes como la de nuestro país. Ese tipo de capitalismo sub-óptimo, donde el éxito de empresarios selectos se alcanza a costa del dinamismo económico. Ese tipo de capitalismo disfuncional donde no necesariamente ocurren transacciones ilegales, pero donde la concentración de poder y la riqueza lleva a que muchos hablen de México como un lugar “dispuesto a perder un par de puntos de crecimiento del PIB”, en palabras de Raghuram Rajan, co-autor de “Saving Capitalism From the Capitalists”.
El “Síndrome Slim” describe contextos en los cuales hay empresas con ganancias descomunales y consumidores obligados a pagar precios exorbitantes; sitios con ventajas insostenibles para algunos y altas barreras de entrada para todos los demás; países como México, Rusia e Indonesia con economías cada vez más pesadas en la punta, con corporaciones cada vez más políticamente influyentes, con oligarcas cada vez más atrincherados.
Aquí, ante los efectos crecientemente perniciosos del “Síndrome Slim”, ha surgido lo que ciertos sectores del gobierno y algunas voces dentro de la Comisión Federal de Competencia consideran un antídoto eficaz. Un tratamiento milagroso. Una forma de encarar la enfermedad y aliviar sus efectos.
La terapia idónea —argumentan— es fortalecer a otro conglomerado para que tenga el peso y la fuerza suficiente para competir contra el Sr. Slim. El remedio ideal —insisten— es darle ventajas a otro grupo para que logre subirse al “ring” y enfrentarse al hombre que controla el 70 por ciento del mercado de telefonía celular.
Esa es la lógica detrás de todos los favores que se le han hecho a Televisa en los últimos tiempos. El visto bueno de la Cofeco para su compra de compañías cableras a lo largo del país.
La exención de impuestos —avalada por el Congreso— para nuevas compañías de telecomunicaciones cuyo beneficiario obvio es la televisora. Y ahora, la venta de espectro radioeléctrico a precios increíblemente bajos. De lo que se trata es de engendrar otro monstruo capaz de contener al que el gobierno lleva 20 años —desde la privatización de Telmex— engordando. Pero el debate público sobre este tema no debería centrarse en si Televisa recibió otro privilegio, ya que es obvio que así fue. La pregunta central es si la política gubernamental para fomentar la competencia es la correcta o no. Si la estrategia Televisa vs Telmex —o sea Alien vs. Terminator— va a ser la mejor para los consumidores y para el crecimiento o no. Y lamentablemente parecería que la respuesta es negativa. A pesar de que estaba abierta a ellos, inversionistas internacionales no quisieron participar en la licitación del espectro porque saben algo que es evidente. El juego está amañado, el mercado no está bien regulado, el gobierno no hace lo que debería para asegurar la competencia real entre múltiples jugadores.
Al contrario, la decisión de darle todo a manos llenas a Televisa revela la persistencia de una mentalidad estatista/corporativista en la SCT, en la Cofeco, en la Cofetel. En vez de crear las condiciones para la competencia verdadera, el Estado determina quienes serán los ganadores.
En vez de generar un ambiente regulatorio que provea certidumbre para la inversión, el Estado nuevamente concentra bienes públicos en un par de manos privadas. La mejor manera de lidiar con el “Síndrome Slim” no es creando otros como él, sino cambiando las condiciones que permitieron su surgimiento. Y eso entrañaría tomar las decisiones correctas y difíciles con respecto a Carlos Slim y Televisa: romper el control monopólico de Telmex sobre la red, imponer sanciones multimillonarias y penales a prácticas anti-competitivas, obligar a Televisa a compartir sus contenidos, permitir la competencia en la televisión abierta mediante una tercera cadena nacional, y aprobar una nueva ley de radio y televisión para mejorar la regulación.
De lo que se trata es de abrir, nivelar, innovar, competir, con el objetivo de impulsar el dinamismo económico. Pero lo que ha hecho el gobierno en tiempos recientes es totalmente lo contrario: regalar, subsidiar, apuntalar y proteger, con el objetivo de mantener los cimientos del “capitalismo chueco”.
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