Historias del más acá
Carlos Puig
Mota a debate. Agosto de 2010. Foto: Claudia Guadarrama
Es imposible que el presidente Felipe Calderón siquiera insinúe que él está de acuerdo con la legalización de las drogas. Hace bien en mostrarse en contra. No se puede tener a decenas de miles de servidores públicos, unos uniformados, otros no, combatiendo a quienes siembran, distribuyen y consumen drogas, y uno decir que en verdad él quisiera que todo fuera legal.
Pero igual está muy bien que abriera una pequeña rendija para que el tema se ponga en la mesa de la agenda pública y se debata con rigor y vigor. Es momento de tomarle la palabra.
No será un debate corto ni sencillo. No se resolverá mañana ni pasado. Con suerte, se logra que no se llene de adjetivos y de prejuicios y se colme de datos duros, estadísticas e inteligencia. Pero sobre todo, ya lo apuntó con su precisión acostumbrada Héctor Aguilar Camín en estas páginas, que sea uno que se atreva a salir del paradigma conocido.
Cualquiera que sea el resultado, no creo que se produzca una “tragedia” —ojo señor secretario— ni sea la solución al problema de la inseguridad y la justicia en México. Ni fumarse un cigarro de mota desaparece los problemas, ni no fumárnoslo los arregla.
Primero habría que aclarar que el término “legalizar” no describe con puntería el objetivo de los que eso pretenden. La palabra tiene una aliento que es aprovechado por aquellos que se oponen para insinuar que en cada esquina todo mundo podrá estar dándose un pericazo. Así no funciona el consumo en estos tiempos. Los gobiernos regulan y supervisan buena parte de los productos que adquirimos. Una bolsa de papitas, una medicina, un refresco, la leche y los huevos tienen normas sanitarias que cumplir, información que poner en sus envases, advertencias que hacer, reglas por cumplir, bajo pena de sanción. Hoy todo objeto de consumo en el mercado formal es regulado por la autoridad.
De hecho, hay una amplísima variedad de drogas legales en el mercado. Muchas más que las que son ilegales. Hay una amplia variedad de derivados del opio que son legales —y por ende controlados y regulados—; uno de ellos, la heroína, es ilegal, y los gobiernos persiguen con furia a quien con ella comercia. Vaya usted a saber por qué.
Legalizar, entonces, no significa como quieren hacer ver algunos de los que se oponen: que todos tendrían libre acceso a todas las drogas.
Recordémoslo para el momento en que salga el argumento de “los niños”. Buen sofisma, con gran contenido emocional —¿quién no quiere lo mejor para los niños?—, pero falso. Si en verdad creemos que la legalización de una droga trae como consecuencia un mundo de niños y jóvenes drogadictos o testigos de millones de padres adictos, hagamos la campaña para prohibir de una vez y para siempre el alcohol, el tabaco, el prozac, el valium…
Es curioso. Algunos estudios estadunidenses sobre consumo de drogas señalan que la mayor prevalencia en los jóvenes del uso de mariguana tiene que ver con lo complicado que es para los menores de edad en aquel país el acceso a otras drogas, en comparación con la “ilegal” mariguana. Pero en general, cuando los jóvenes crecen y tienen acceso al alcohol o al tabaco o a unas pastillitas de valium, los prefieren. Por cierto, las tres drogas reguladas y permitidas a los adultos tienden a ser bastante más adictivas que la mariguana. Y no escucho que nadie proponga que se permita la venta de mariguana, por ejemplo, a un menor de edad. Yo no.
Habrá que tener también cuidado en el debate de no usar el socorrido argumento de que en México somos un desastre para regular y supervisar, que si la corrupción, etcétera. Ante ese argumento no hay política pública que resista. Son dos asuntos diferentes. ¿Cuántas veces hemos escuchado lo de que para qué hacemos una ley si no seremos, como tantas otras, capaces de aplicarla, de hacerla respetar? En la misma lógica deberíamos quitar las normas que impiden la venta de alcohol o tabaco a menores. Hay muchas que respetamos, si están bien diseñadas, supervisadas y las sanciones pesan.
En fin, el debate debe estar lleno de ciencia, de datos y de criterios de política pública que pongan en la balanza todo.
Cuando hace unos años se publicó el informe de la Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia que copresiden ex presidentes de México, Colombia y Brasil, la actitud del gobierno mexicano fue lanzar voceros a desacreditarlo.
Un buen inicio sería volver a ponerlo en la mesa. Releerlo.
Son muchos los muertos, demasiada la violencia, el miedo; como para no abrir los ojos y pensar fuera del paradigma dominante. Hacer el esfuerzo, pues; con nuevos ojos.
Bienvenida la invitación del Presidente. A tomarle la palabra.
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