lunes, 9 de agosto de 2010

¿Y qué esperábamos?


La Calle

Luis González de Alba

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  • 2010-08-09•Acentos.MILENIO.
Deberíamos asombrar-nos de no estar peor: durante decenios nuestras clases medias y altas han despreciado al policía y al soldado. Cada región tiene su carga de expresiones despectivas para referirse a ellos: chota, cuico, guacho… El Congreso puso con letras de oro al bandolero Pancho Villa, a quien los regímenes revolucionarios nada deben, y no está Octavio Paz.MILENIO informa que nuestros policías ganan 4 mil pesos: sería un salario semanal bajo, pero es mensual. Gana más una empleada doméstica de tiempo completo, y no expone la vida.
La ola de criminalidad comenzó a hacerse notoria a partir de 1995 en el DF, cuando se iniciaron los asaltos en taxis con la complicidad del chofer, los robos y violaciones en los transportes de pobres, los atracos a la salida del cajero automático, en la calle, al entrar al domicilio. ¿Y cómo no, si llevamos un siglo cantando la saga del pueblo bueno que toma por la fuerza lo suyo? Lo cual nunca ocurrió con la Revolución.
Las casas de mi infancia siempre tuvieron las puertas abiertas, los niños entrábamos y salíamos sin llamar. Los policías no eran vistos con temor, sino con desprecio de clase y de raza. Salvo en las regiones de México más blanqueadas, es usual que sean campesinos e indios o mestizos con mayor carga india. Las autoridades municipales los dotan de una pistola sin haberlos entrenado en leyes, nada saben de los derechos ciudadanos y, con mil pesos a la semana, están en el fondo de la pirámide social.
Así es como tuvimos policías delincuentes, delincuentes policías y delincuentes sin temor a la policía. La joya de la corona en tiempos del PRI fue el Negro Durazo, que puso precio a cada crucero y tarifa a cada patrulla. Y quiere de nuevo la Presidencia.
Los niños veíamos series gringas incomprensibles: ante un ladrón en plena huída, el policía armado corría tras de él hasta perder el aliento. ¿Y por qué no le dispara? Nos decíamos. Ah, qué gringos tan bobos. El ladrón no está armado o no usa el arma, corre y no agrede, hay gente en la calle que podría ser herida… Así fuimos desbrozando algunos ese misterio gringo.
Pero hemos oído, durante un siglo, el canto de los derechos revolucionarios del pueblo. Los muchachos de clases medias y altas que en los años de 1970 a 80 se pusieron a secuestrar “burgueses” y matarlos si el operativo fallaba o el pago de rescate no se hacía, nunca tuvieron una condena lisa y simple. No: los vericuetos justificadores fueron cientos. Ahí tenemos todavía a la madre de uno, con fulgurante carrera política y cambios de partido a la Voz del Amo: Rosario Ibarra, senadora del PT.
Es difícil que un niño comprenda que Pancho Villa es un héroe y el que roba a la salida del cajero no lo es; que un asaltante de bancos es un muchacho honorable porque roba para “armar al pueblo” y otro es un criminal porque roba para enriquecerse. Y si nos prueban que lo hace “para ayudar a su pobre mamá”, ya tiene perdón social.
La política agraria de la Revolución creó un feroz antagonismo entre el pequeño propietario (como lo fue Emiliano Zapata) y los agraristas y ejidatarios creados por el nuevo régimen; produjo 30 años de “justicia” por mano propia a la sombra del derecho revolucionario. “El antagonismo de los dos grupos ensangrentó el campo desde 1920 hasta 1950, por lo menos” (La Revolución mexicana, Jean Meyer).
“El ejido pobre engendra la aparcería y el arrendamiento que la reforma agraria pretendía extirpar. Finalmente, numerosos ejidatarios prefieren rentar su tierra y partir hacia la ciudad o los Estados Unidos…” Op. cit. Allá encuentran policía eficaz, pero aún así forman bandas temibles. Aquí se integran con frecuencia al crimen porque ya se mataban en el campo y la CNC les dio bagaje ideológico acerca de sus derechos. El narcotráfico encontró policías con salarios de risa y un índice de impunidad por el 98 por ciento.
Y con todo, es sorprende que “La tasa de homicidios dolosos de México (con 12 homicidios por cada 100 mil habitantes) es claramente inferior a la de Sudáfrica (con 50) y Venezuela (con 47)”, reporta el ICESI en su estudio sobre la inseguridad. Propone 6 puntos para un vigoroso sistema nacional de seguridad pública. Elementales: carrera de formación policial, salarios y prestaciones adecuadas, recursos materiales y tecnológicos (¿no ven Bones?); coordinación, vigilancia de la conducta de los policías, y fortalecimiento de vínculos con la comunidad.
Mi novela con la Revolución mal librada: OLGA, (Planeta, 2010).

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