COLUMNAS / MONTECASSINO
Lúcidos en el ver y cultos en el
saber tienen muchos motivos
en guardar silencio para ahorrarse incomodidades
Lúcidos en el ver y cultos en el
saber tienen muchos motivos
en guardar silencio para ahorrarse incomodidades
saber tienen muchos motivos
en guardar silencio para ahorrarse incomodidades
COLUMNAS / MONTECASSINO. abc. madrid, españa.
HERMANN TERTSCH
Día 03/08/2010
«HAY que tener un noble sentimiento de respeto para las víctimas, cualesquiera que sean, si procedieron con noble intención. Y ese sentimiento, en el hombre español libre de sectarismo político, de fanatismo ideológico y de egoístas ambiciones en las que antepone el propio bien al bien común, moralmente debe tener el mismo valor cualesquiera que sean las víctimas del crimen. (…) El hombre sólo tiene derecho a ser implacable en sus juicios y en sus actos cuando conoce plenamente la verdad. Y la verdad en el caso de los orígenes y las causas de la guerra de España, ni siquiera de los crímenes cometidos en el periodo que examinamos, aun no se conocen». Estas preciosas palabras son del general Vicente Rojo, probablemente el militar de mayor prestigio del bando republicano. Salen a la luz en su interesante y hasta ahora inédita «Historia de la guerra civil española», prologada por Jorge M. Reverte (RBA, 2010). Leyéndolas, saboreándolas, he recordado a tantos amigos muertos, participantes en la contienda, que habrían podido haber escrito estas palabras y que desde luego vivieron siempre de acuerdo a las mismas. ¿Por qué nos producirán últimamente sorpresa palabras semejantes, reflexiones como ésta, hechas desde la honestidad y la calidad humana? Sin duda por su rareza. Se oyen y leen muy pocas. Probablemente no se deba sólo a que las nuevas generaciones carecen ya de los elementos necesarios para semejante valoración, dada su poca y mala información. También debe ser cierto que muchos que suscribirían las palabras del general Rojo consideren que no conviene hacerlo públicamente. Porque puede ser motivo de inclusión en una de esas listas de gentes bajo sospecha de no ser todo lo leal que se exige para optar a un cargo, a una subvención, a una publicación u otro favor. Y la calidad humana ni abriga ni alimenta ni da esplendor.
Ahí está una de las claves de ese triunfo de la mediocridad, la «reptocracia» (si me permiten), la sumisión y el miedo. En que los potencialmente honrados en el pensar, lúcidos en el ver y cultos en el saber tienen muchos motivos en guardar silencio cómodo y refugiarse en la «prudencia» para ahorrarse incomodidades e inconveniencias, que es como ahora se llama a las represalias. Frente a su silencio retruena procaz y arrogante la verborrea chulesca de quienes son sin duda triunfadores en cualquier concurso rufián como el que declararon abierto hace seis años, los carentes de duda. Ahí está la irresistible ascensión de la verdulería política. Plagada de Leires, Bibianas y Zerolos, que crecieron entre muñecas que cantaban la Internacional, pobres almas mutiladas, para las que el mundo es una agrupación de barrio. Y sospechoso o despreciable todo lo que no quepa en su universo enano. Abolidos los valores universales, en su día comunes a toda clase y condición, nos quieren imponer su baremo que no rige por prestigio sino por desprecio y hostilidad. Para encontrar reflexiones como la del general Rojo dependemos cada vez más de los libros y menos de la actualidad. Hay que resistir sin embargo a la resignación. La calidad humana no puede ser un valor del pasado.
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