La primera vez que procedentes de San Diego aterrizamos en un PSA en el San Francisco International Airport, me esperaba una sorpresa entre las familias de la Bay Area que habían venido a recoger a su respectivo Embajador de La Paz.
-Hey, Youme, ¿trahístes de esos tomeitos con espinas que hay en el fil de Baja?
Hasta cuando lo tuve de a cuartita reconocí al Urbano Bouscieguez, el Bano, a quien había conocido el verano pasado en los muelles de Sausalito, en el bote de los señores William, unos viejos amigos con quienes había ido a pasar unos días luego de concluir El curso de verano en la Robert Louise Stevenson School, de Pebble Beach.
El Bano acababa de desembarcar en el Pelican Harbor procedente de los sudpeninsulares palmares de Abaroa. Había pasado a formar parte de la tripulación en el bote de los Wells, unos gringos que solían pasar largas temporadas en La Paz y eran clientes de los astilleros y el fondeadero donde el Bano se iniciaba como remozador y aún no conocía lo que eran unos zapatos bien puestos.
Quería conocer al paisanito recién llegado al Windy y atemperar esa nostalgia que le ponía los ojos llorosos cuando menos lo pensaba. El Bano era un tipo guero, de ojos verdes y complexión atlética, un clásico patasalada del barrio bravo del Manglito, pero con el garbo desvaído por los efectos emocionales de su traumático trasplante a la Bay Area.
Pavorosa había sido la transformación de los Wells a medida que se alejaban del Puerto de Ilusión y se adentraban en las frías y tenebrosas aguas del Pacífico Norte.
Pavorosa había sido la transformación de los Wells a medida que se alejaban del Puerto de Ilusión y se adentraban en las frías y tenebrosas aguas del Pacífico Norte.
La señora Williams no pudo contener las lágrimas al escuchar la patética historia contada por el pobre de Bano: Nada quedaba de la cordialidad y de la generosidad de los esposos Wells que había conocido en el Palmar de Abaroa. Ahora lo trataban como un apestado::
"Hey you, Baja Bug!"
San Francisco, Marin County, eran una realidad horripilante y el Bano no quería saber nada de dólares ni de aprender inglés. Ya quería regresarse a casa, a pie o nadando si fuera posible.
El Bano del aeropuerto de San Francisco que vestía de saco y corbata y peinado a la beatle, y que me salió con aquella sorprendente pregunta de los tomeitos con espinas, vulgo pitahayas, ya vivía con una familia de San Rafael y al parecer había olvidado buena parte de su pintoresco español de los palmares de Abaroa.
Había ingresado a la High School , donde pronto se hizo popular por sus habilidades atléticas que le habían llevado a ganar varias competencias de velocidad y a convertirse en la estrella del equipo de foot ball como pateador, méritos que le habían valido una beca para que concluyera sus estudios.
Cada verano que regresábamos al Area de la B ahía, las noticias sobre el Bano eran cada vez más sorprendentes. Si el atleta superdotado había conquistado sendas preseas en competencias de pista y campo, el latin lover ya le había quitado la esposa al señor Brogg y vivía a cuerpo de rey en un yate propiedad de la madurona y adúltera dama en Tiburón, a bordo del cual organizaba parties con personajes estrafalarios que se colgaban medallones de la Era de Acuario, se dejaban crecer la greña más larga que los
El Bano había convertido el bote de la señora Brogg en una especie de Plaza Viña del Mar flotante con todo y sus beat nicks.
Los Beatles habían ido quedando atrás y ahora el ex beach boy del Palmar de Abaroa prefería a The Cream y a Jefferson Airplain, a la Janis y a Led Zeppelin, a los que había ido a ver y a escuchar al Filmore West, al Winterland y al Lyon Share.
En la medida que el Bano se transformaba en todo un flower children, sin dejar las pistas deportivas ni las aulas, se iba alejando cada vez más del grupo del Tícher Carmona, el Mexican Junior Peace Corp, el de la biblioteca John F. Kennedy, la de 5 de Mayo y Malecón, que verano tras verano llegaba a Marin County a ejercer su representatividad como emisario de buena voluntad por la paz universal.
Ya casi no se le veía en las fiestas donde solía cantar La Bamba y Guantanamera con voz desafinada pero con una entrega total. Escenarios que aprovechaba para presumir su español cada vez más quebrado, sustituido por un inglés aderezado con un amplio repertorio de slangs californianos: "! Groovy!" "! Out of side!" "!Your blowing my mind!".
Sin ser parte del grupo, el Bano había conquistado por su cuenta un espacio privilegiado dentro del american way of life, y miraba hacia el sur, hacia Baja, con una nostalgia velada que lo hacía contemplarse a sí mismo como al otro que pudo haber sido si no decide embarcarse en aquel velero en el que paulatinamente fue padeciendo la sorprendente metamorfosis del matrimonio Wells.
Había resistido, sobrevivido al bautizo de fuego, de odio, y ahora era un triunfador, un self made man, toda una lección para quienes aspirábamos a ser hombres y mujeres de nuestro tiempo, el de las nuevas fronteras kennedianas, mientras verano tras verano jugábamos a la diplomacia cultural como orgullosos miembros del Mexican Junior Peace Corp..
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