La hora del lobo
Federico Campbell
La misma ansiedad que de adolescente uno sentía ante tantas mujeres, tantas carreras que elegir en las universidades, tantos oficios que ejercer para ganarse la vida, tantos países a los que hay que viajar, tantas películas que ver en el cine Bujazán, tantas sinfonías que escuchar de Mozart, Beethoven o Schubert, tantas bebidas que escoger en la cantina, es la que ahora nos provoca la abundancia de información, audiovisual o impresa.
No nos alcanzaría la vida para leer ni siquiera los dos o tres mil libros que tenemos en nuestras bibliotecas. Elías Canetti, habiéndose puesto a imaginar cuánto tiempo necesitaría para leer todos los libros que le interesaban, calculó que tendría que vivir 300 años.
Durante el fin semana, simplemente, los suplementos literarios de los periódicos, mexicanos y españoles, o los que ofrece la red en inglés, francés o italiano, nos dejan anonadados (reducidos a la nada), con ganas nunca satisfechas de haberlo leído todo. Es la misma situación —mal de nuestra época— que nos depara una larga mesa llena de viandas, sopas, pastas, ensaladas, postres, que no podemos comer en una sola sentada porque el volumen estomacal es limitado y la digestión tiene sus tiempos. Así, deberíamos educarnos para saber escoger: tal libro y no otro, tal periódico y no otros, tal noticiero o tal programa y no otros. El aprendizaje para paliar la ansiedad viene resultando de vida o muerte, de lo contrario terminamos de estar en este mundo o nos volvemos locos. Nadie puede leer todos los libros, ni siquiera Mallarmé. Nadie podría ver todas las películas. Nadie podría conocer todos los países y todos los lugares del planeta. Necesitaría vivir mil años.
Nos sobran zapatos, libros, discos, suéteres, camisas, sillas, calcetines, calzones, sombreros, gorras de beisbol, plumas, lentes. Lo que nos hace falta es tiempo. Quien entre nosotros enfrenta mejor este angustioso problema es Samuel Arriarán en su libro Memoria y olvido. El filósofo mexicano explica por supuesto la función del olvido (para pensar es necesario olvidar, hacerle campo a otros pensamientos), pero extiende su meditación al exceso de información que padecemos y que nos está llevando a una nueva forma de abuso de la memoria. Piensa que deberíamos darnos un largo descanso y “aprender a olvidar tanta información inútil”. Según Arriarán hay que desarrollar la capacidad de vaciar deliberadamente la memoria. Debe de haber una técnica para resistir el bombardeo informativo.
De lo que se trata ahora, dice el filósofo, ya no es de acumular sino de rechazar la falsa información. “En la misma medida en que aumenta el poder de los medios de comunicación aumenta la destrucción de la cultura… especialmente la tradición de la escritura”. ¿Por qué? Porque, y aquí coincide Arriarán con Walter Ong, estamos regresándonos a la era de la oralidad producida, paradójicamente, por los medios audiovisuales. Se nos propone ahora un modo de pensar basado en las imágenes, no en las palabras. Es un retorno a la cultura oral frente al decaimiento de la escritura.
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