El mundo de los que usan drogas está lleno de ironías.
Siempre hay discursos, justificaciones, diferencias entre este y aquel. Hay jerarquías definidas por cada droga y sus tendencias de uso. Igual que el resto del mundo – el mundo legal, el funcional, el de la gente bonita – siempre habrá alguien mejor o peor, o llanamente diferente. Como sea, entre los usuarios de cualquier sustancia que estupidice, las ironías me sonrojan.
Por ejemplo, los que fuman, esnifean y degluten toda clase de sustancia, refieren un temor o repulsión a los que se inyectan. Para ellos, el heroinomano se cuece aparte, y probablemente es el arquetipo definitivo del drogadicto. He visto la reacción en su rostro cuando les miento – a manera de guasa – que yo me he inyectado. Me contemplan impresionados, casi escandalizados. Sus mohines te obligan a reflexionar el absurdo de sus categorías. Y es que, mientras no usen heroina, ellos solo se divierten. Están experimentando.
El tabú es irrisorio, por supuesto. Pero más aún, los dobles discursos y la amoralidad del bienestar clasemediero, de las retóricas infinitas que existen para amalgamar el uso de cualquier droga con un estilo de vida, con una forma de creer o de ver el mundo.
Los hay con dreadlocks y camisetas de Manu Chao que te explican a concienca que la mariguana es una hierbita que te regala la madre tierra, mientras enrollan en papel lo que acaban de comprarle a su dealer favorito para que este, a su vez, reporte ganancias que ayudarán a comprar armas, sobornar policías y asesinar personas. Existe el oficinista que se emborracha los fines de semana, que gana treinta mil pesos al mes y que vive temiendo un secuestro, pero que se escabulle al sanitario de su antro preferido para regañarse la nariz y cacarearlo con sus amigotes.
La enorme comunidad de consumidores nos permite hallar una multitud de estereotipos y discursos divergentes. Desde el neohippie new age que consume mota y alucinógenos para destaparse la sesera, hasta el animal de fiesta que chupa del pitillo que va de mano en mano. Cada uno tendrá un argumento para esgrimir y separarse de aquello que las buenas conciencias llaman drogadicto. Ninguno de ellos lo es. O experimentan, o se divierten, o la usan de vez en cuando. Es una fase de sus vidas, dicen, o una manera de estimularse. Meterse cocaina una vez al mes no es adicción.
Pero bueno, todo lo anterior no importa. Una verdadera reflexión conlleva descubrir que las drogas son una decisión personalísima, y si el uso es temporal o se torna patológico, es consecuencia del que inhala, esnifea, deglute o se inyecta. Sin embargo, es rarísimo encontrar en nuestras reflexiones – es decir, la reflexion de quien no combate y tampoco vende – el papel que nos corresponde dentro de la guerra al narcotráfico y el uso de drogas.
Probablemente ningún energúmeno de los que se meten al baño de algún bar de la sexta a esnifear cocaina con la llave de su auto carbure por un momento y descubra que esos cuarenta dólares se fueron al bolsillo de un asesino, y que el próximo cadaver, o el próximo policiaco, o el deportivo que le regalaron a su gobernador, fueron todo cortesía de su discurso favorito para usar drogas.
Creo que la irresponsabilidad actual – o lo inmoral, si debo utilizar un adjetivo tan cursi – del uso de drogas, no es la enervancia en si, ni el problema de salud que ocasiona. En realidad las drogas son muy divertidas. De verdad lo son. No existe conflicto en la decisión, estúpida o estudiada, del individuo que decide aniquilar sus neuronas con el objeto de imbecilizar sus horas. Lo deleznable comienza cuando su consumo se apareja a la ilegalidad implícita.
Esa es la mayor ironía de los que usan drogas. Todos se convirtieron en conciencias asustadizas y horrorizadas por la violencia actual. Se guarecen en sus casas, pero le llaman a su dealer para que les lleve mota. Tienen miedo de las camionetas, pero le hablan por celular a su pusher para que les lleve una grapa de cocaina. Braman horrorizados por las decapitaciones, los abusos policiacos y el estado de guerra e ilegalidad, pero bailan azorados y ensimismados al ritmo del rave, el mdma y el lsd.
Todos ellos tienen en común la comodidad que les ofrece un sistema que ellos promueven aunque les provoque repulsión y terror. Son tan vacuos y simplones en el usufructo que hacen con las drogas, que ni siquiera están comprometidos. Ninguno de ellos será capaz de lanzarse a promover una legalización al comercio y consumo. Les parecería desprestigiante que puedan ser vistos promoviendo un movimiento semejante. A ellos les basta con poder comprarla, aun cuando vivan pasmados de violencia y soñando con un mundo donde puedan vivir en la hipocresía del consumo irresponsable.
Todos ellos deberían asumir sus gustos y pasiones y comprometerse. En vez de subsidiar un conflicto que también los horroriza, deberían colaborar activamente en una legalización que le permita a la sociedad ejercer un control real en un asunto de salud. Estoy seguro que si toda la gente que utiliza alguna droga, por adicción, gusto o cualquier discurso o contradiscurso que sea, votara por la legalización, las votaciones tendrían un porcentaje de participación más alto que las últimas elecciones presidenciales. No nos hagamos pendejos.
Sin embargo, ello implica que se reconozcan como tales. Y a nadie le gusta verse en el espejo despojado de sus andamiajes y argumentos. Son semejantes a los que no usan drogas, lo único que no quieren ver es la sangre que derrama la ilegalidad y sus guerras: quieren estar tranquilos para poder marcarle a su vendedor favorito y surtir de mota y coca la fiesta venidera.
Y que el mundo ruede.
Ps. Dejen de financiar al narco y justificar esta absurda guerra contra el narco. Ya no compren drogas ni las usen: promuevan la legalización. Dejen de colaborar con el desmadre que tanto los asusta. Hipócritas.
Post Published: 31 July 2010
Author: Manuel Lomelí
Found in section: Economía, México y el mundo, Tijuana
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