FIDELIA: LA NIÑA TERRIBLE DE LA POESÍA SONORENSE
ANDA FELIZ PUES YA ES ABUELITA.
Qué maldito sufrimiento para subirme a uno de esos jetcetitos o jets pequeños, o lo que sea que haya sido lo que me llevó volando hasta Culiacán, para transbordar en un pájaro igual, hacia mi destino: La Paz, Baja California Sur. Hacía ya diez años que no visitaba esta ciudad peninsular, clara, cara y llena de viento y sol.
¿Gente nueva?, no mucha, salvo Efraín Bartolomé, Daniel Sada y Silvia Tomasa, alias la Tomata, según la raza carrillera, que no se les escapa nadie. De ahí en fuera la mayoría eran conocidos, empezando por quien, prácticamente me llevó al Encuentro, Juan Pablo Aldaco, actor y poeta; Pancho Morales, mi conciencia y mi cómplice; Mara Romero, vieja chingona, como escritora y como persona; Juan Manz, igual que Mara, chingón el viejo; Enrique del Zeta, muy simpático y trabajador; Raúl Acevedo, amigo de hace muchos años y novelista de Cedros; José Luis Martínez, el vocero de los olvidados del norte, aunque se escuche como grupo norteño; Alejandro Campos, el genio de Morelos, según el Manz, y buen camarada; Paco Luna, jaranero, poeta, narrador, piltrafa humana últimamente, bueno, personaje conocidísimo por todos ; Ponchito García, siempre tan elocuente y propio, Lauro Acevedo, poeta de Ensenada, a quien ya tenía mucho tiempo sin ver; Manuel Murrieta y David Muñoz, que parece que están pegados, si no va uno, no va el otro, porque nunca los he visto por separado o casi nunca; y por supuesto, Edmundo Lizardi, amigo de Horas de Junio y organizador de las Lunas, quien demostró su poder de convocatoria y el amor que le tiene a las letras al aventarse, una vez más, el compromiso de lidiar con tanto escritor locochón, jodido e hijo de su madre. Se me escapan algunos nombres, pero no me funciona bien el cerebro, espero que sirva como escusa.
No hubo pleitos, no hubo desmadre ni romances clandestinos, así es que no hay mucho que contar, esto para los mitoteros que esperan las nuevas de las Lunas. Pues no. De lo único que me puedo quejar es de la comida del hotel, que de eso no tiene la culpa nadie, salvo el cheff, que nadie conoce.
Las mesas de lectura estuvieron muy interesantes, pude darme cuenta de eso porque no éramos muchos, como en Horas de Junio, que tienes que programarte, hacer agenda para ir a escuchar sólo a quien le traigas ganas; es la ventaja de un programa tan relajado, te levantas tarde, te tomas unas cervezas en la alberca, y ya estás listo para ir a escuchar con propiedad a tus congéneres.
La Perla, restaurant bar con vista abierta al océano Pacífico, era el centro de reunión para los trasnochados, los hambrientos, los crudos, los que salían despavoridos del ex palacio de gobierno para ir a en busca de una chela helada después de haber expuesto sus intestinos en cada poema o relato dicho.
Para irnos a Los Cabos nos trepamos, los mortales, puesto que los dioses…o mejor dicho, los más buzos, agarraron camino temprano en carros particulares y rentados, para tener más tiempo para conocer la ciudad y visitar los barecitos de Cabo San Lucas; en un camioncito como de 1972, acogedor sólo por los personajes con los que me tocó vivir la aventura: Juan Pablo, Pancho Morales, Manuel Murrieta, David Muñoz, Mara Romero, Alejandro Campos, Enrique del Zeta, Lauro Acevedo, Ponchito García y, haciéndome segunda en la sección VIP, Juan Manz, maniobrando con el movimiento del camión, entre las maletas de quienes nos quedábamos en Los Cabos y las cervezas bien frías.
Con las dos últimas mesas de lectura en Los Cabos, donde leyeron mis amigos (¿por qué no?) Juan Manz y Juan Pablo Aldaco; se apagaron, temporalmente, las Lunas de Octubre que tan buen sabor de boca nos dejó a todos, menos a unas personitas que se supone eran de la organización y anduvieron dándose golpes de pecho entre los escritores. Ellos no cuentan de todas maneras, como dice el Sergio Rascón: “no eres artista, no tienes talento, no sirves pa nada”.
Vino el suplicio para regresar. Afortunadamente arreglamos (el Marco y yo) lo del boleto de regreso con Juanz (gracias Juan). Después de una ronda nocturna por los bares, oscuros unos, al aire libre otros, 50 pesos por dos cervezas, me fui a dormir con Mara, quien me ofreció amablemente asilo en su cuarto de hotel. Aunque Ana y Abraham, éste último sobrino del Marco, ya tenían todo listo para hospedarme en su casa y con quienes compartí parte de la noche, extrañando desde ya, la palabra de mis amigos. Dije suplicio, dado el daño moral que me causó subirme a estos avioncitos, sin azafatas, ni refrigerio y quien sabe sin qué más. Llegué por fin a Hermosillo, triste y feliz.
Cualquier pretexto es bueno para engrandecer la palabra y regodearnos en las letras, propias y ajenas, para abrazar a los amigos y declararnos amantes de la noche, de todas las noches con todo y sus Lunas. Gracias Edmundo, gracias Karina, gracias Adriana, por su esfuerzo y hospitalidad.
Nos vemos en las Lunas, en las Horas o en el Asedio.
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