8-Noviembre-08
El tráfico se desquicia. Los helicópteros zumban en la noche. Las sirenas comienzan a aullar. Algo raro está pasando.Primera llamada: “¿Oíste? Explotó el avión de Mouriño. Ya están yendo por ellos. La guerra contra el narco se salió de madre”. Segunda llamada: “Lo primero que me salta es qué tiene que estar haciendo una avioneta sobrevolando Las Lomas”. Tercera llamada: “Dicen en TV Azteca que era un avión de la PGR. Parece que iba en ella el procurador”. Cuarta llamada: “Acaba de aclarar Loret que el que iba con Mouriño era el ex subprocurador José Luis Santiago Vasconcelos. Él era el cerebro de la guerra contra el narco. O sea que estamos pasando de las granadas en Morelia a los atentados contra funcionarios del gobierno”. Quinta llamada: “No quiero especular, pero se me hace raro que un avión, y no cualquier avión: el del secretario de Gobernación, se haya caído a dos kilómetros de Los Pinos. Hoy en la mañana leí en algún portal que Felipe Calderón había recibido varias amenazas de muerte, ahora pasa esto. Qué casualidad”. Sexta llamada: “Me llama la atención que Calderón no haya descartado en su mensaje la posibilidad de un atentado”. Octava llamada: “Ya salió Luis Téllez a decir que no puede ser un atentado porque el fuselaje del jet está completo. Como siempre, van a comenzar a tapar la verdad”. Novena llamada: “Algo parecido pasó con Ramón Martín Huerta. Días antes hubo rumores de que se habían robado unas bazukas de las bodegas del Ejército”. Décima llamada: “¿El avión explotó y sólo murieron los que iban adentro? ¿No había nada de gente en la calle, o qué? Lo que sea, que lo digan. Pero que no piensen que nos chupamos el dedo”.Antes de que comience el noticiero de López-Dóriga, estoy convencido de que algo raro está pasando: vivimos en un país de ministerios públicos instantáneos. Aunque no recuerdo dónde (¿Itinerario, Octavio Paz?), me ronda por la cabeza una frase leída hace mucho tiempo: México es un pueblo corroído por la sospecha. Aquí, la suspicacia y la desconfianza son enfermedades colectivas.Salgo a la calle, y camino por Álvaro Obregón. Llegan voces que vociferan en la radio. La gente se detiene en las banquetas para mirar las televisiones encendidas en los comercios. Aparecen llamas, columnas de humo, autos calcinados, caras que hablan desde un micrófono. La ciudad, volcada en su hora trágica. Descubro de pronto al perredista Gerardo Fernández Noroña, apoltronado en una mesa de la taquería de la esquina. La muerte de su enemigo político no le ha quitado el humor, tampoco el apetito. Tiene frente a sí cuatro platos de tacos, completamente vacíos. Mira el noticiario de López-Dóriga, y se escarba los dientes con un palillo. De cuando en cuando, el flujo de la información le sugiere chascarrillos que él repite al oído de la persona que lo acompaña. Tengo la extraña impresión de que Fernández Noroña se encuentra muy divertido. Cuando López-Dóriga hace el perfil de Mouriño, e informa que nació en España y se nacionalizó mexicano, Fernández Noroña no puede reprimir una risita estruendosa. Algo raro está pasando. No me queda la menor duda.Los helicópteros zumban y las sirenas siguen aullando.Héctor de Mauleóndemauleon@hotmail.com
Héctor de Mauleón
Foto: Octavio Hoyos
Juan Camilo Mouriño
Héctor de Mauleón
Foto: Octavio Hoyos
Juan Camilo Mouriño
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