martes, 27 de enero de 2009

INVOCAR A DIOS...(DE Milenio diario...)




Martes, 27 Enero, 2009
¿Por qué no podemos ser como los estadunidenses?, me preguntaba un apreciado lector, hace una semana, luego de la toma de posesión de Obama, con la mano izquierda de éste posada sobre la Biblia y con un juramento que termina con la frase: “So, help me God” (Que Dios me ayude). Me imagino que más de algún mexicano se hizo la misma pregunta: ¿por qué nosotros rechazamos que nuestro Presidente haga alusión públicamente a sus creencias, mientras que en Estados Unidos, no sólo no lo critican, sino que lo consideran un aspecto positivo? La clave de la respuesta reside en las diferencias de nuestras respectivas historias.
¿A cuál Dios invocan los estadunidenses? ¿Es el Dios de los cristianos, el de los judíos, el de los musulmanes, el de los mormones, el de los testigos de Jehová, el de los hare khrisnas? Hay aquí una enorme ambigüedad, en la práctica, porque en teoría, aunque el Presidente jure sobre la Biblia, su referencia no es a un Dios cristiano, sino a un Dios de todas las religiones. De hecho, el mismo Obama hizo referencia en su discurso a cristianos, judíos y musulmanes, de manera simbólica. Y ésta es la primera diferencia de Estados Unidos con México. Obama no se presenta como el miembro de una confesión o de una Iglesia, sino simplemente como un presidente creyente. Pero el ser creyente no quiere decir que por ello va a definir la gestión de su gobierno de acuerdo con parámetros religiosos, o que va a seguir los dictados de la Iglesia de la cual es miembro, dato que por lo mismo suele ser irrelevante.
La razón de esta diferencia tiene que ver con las trayectorias religiosas diversas de cada país. Mientras que los Estados Unidos de América surgieron como un país con una enorme pluralidad religiosa, México nació como un país con un monopolio religioso protegido por el Estado y oficialmente intolerante. Una parte de los pobladores de las colonias inglesas del Norte de América había colonizado estas tierras huyendo de persecuciones religiosas en Europa. Pero desafortunadamente, con el tiempo, habían reproducido el modelo de iglesias establecidas u oficiales en sus colonias. Una de las razones de la independencia fue entonces la necesidad de proteger la libertad religiosa, que para ellos significaba no sólo tener la libertad de creer en lo que su conciencia les dictara y practicar el culto de su preferencia, sino también no tener que pagar impuestos para mantener una Iglesia que no fuera la suya y tener los mismos derechos que los demás. Pero, por la misma razón, establecieron en su primera enmienda, en 1791, que no existirían iglesias oficiales, lo cual equivalía, en la práctica, a separarlas del Estado: “El Congreso no hará ley alguna por la que adopte una religión como oficial del Estado o se prohíba practicarla libremente…”. Pocos años después, el tercer presidente de Estados Unidos, Thomas Jefferson, habría de definir dicha enmienda como un “muro de separación” entre la Iglesia y el Estado. De esa manera, los estadunidenses entendieron que la mejor garantía de la libertad religiosa era precisamente la separación.
Nada de lo anterior impedía que los colonos de Norteamérica tuvieran la convicción de que el destino de su país estaba señalado por Dios y que los Estados Unidos de América tenía una misión que cumplir en el mundo. De esa convicción de los estadunidenses como pueblo elegido surgiría lo que ahora se llama “religión civil” norteamericana. Ésta supone un Destino Manifiesto y una especie de deísmo aconfesional, que implica la creencia en un Ser Supremo, independientemente del Dios o la Iglesia de cada quien.
En México, por el contrario, la libertad religiosa se logró por la vía de la supresión del absoluto monopolio religioso católico, impuesto por la Corona española desde la conquista. La Constitución de 1824 todavía se mostró oficialmente intolerante hacia todas las otras religiones. Tuvieron que pasar varias décadas y muchos conflictos para que finalmente Benito Juárez estableciera la libertad religiosa al separar los asuntos de la Iglesia con los del Estado y establecer la libertad de cultos. En el caso mexicano, esta libertad no estaba garantizada por una pluralidad de religiones, Iglesias y cultos como en los Estados Unidos, lo cual funcionó como un sistema de contrapesos y equilibrios. Por lo mismo, en México, la distinción estricta de esferas y un Estado más laico han sido cruciales no sólo para la buena gestión pública, sino para la obtención y garantía de libertades individuales.
Por dichas razones, no es lo mismo presentarse como un Presidente creyente, aunque prácticamente aconfesional, como Obama, que un Presidente católico como Calderón, adepto a una confesión que en nuestro país ha sido monopólica e intolerante hacia las otras, puesto que se ha negado hasta muy recientemente (y lo sigue haciendo en cierta medida) a aceptar la libertad religiosa de otros creyentes, así como la real autonomía del Estado. Por eso las referencias confesionales de nuestro Presidente causan temor, mientras que los juramentos e invocaciones a Dios de Obama no preocupan, pues no le han impedido, por ejemplo, levantar el veto a la financiación de los grupos en favor de la despenalización del aborto o el de las investigaciones con células troncales.mailto:troncales.blancart@colmex.mx

1 comentario:

Jesus Lopez Gorosave dijo...

Me encanto esta columna. Muy buena.

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