domingo, 25 de abril de 2010

LA GENERACIÓN DEL BICENTENARIO

Luis Bruschtein

Sin hacer malabarismos y con muy pocos días de diferencia, Cristina Fernández se reunió en buenos términos con Barack Obama y con el demonizado Hugo Chávez. El venezolano tiene la virtud de sacarles canas verdes a las derechas regionales con sus convocatorias al socialismo del siglo XXI y sus críticas al imperialismo norteamericano, tal como quedó demostrado con las denuncias que surgieron en Buenos Aires sobre presuntos pedidos de coimas vinculados con aquel país.
Pero aun en medio de esas denuncias, motorizadas por un ex embajador argentino en Caracas que supo trabajar allí con los sectores que buscaban descabezar a Chávez, se cuidaron de separar las críticas al gobierno local de los acuerdos comerciales con Venezuela. Los negocios son los negocios. Entre los 25 convenios que firmaron Cristina Fernández y Hugo Chávez, hay uno, por ejemplo, que establece la compra por parte de Venezuela de 14.250 vehículos fabricados en Argentina. La operación deberá concretarse en el curso de este año. Son 250 millones de dólares repartidos en camiones, taxis, furgonetas, autos particulares y ómnibus. Las automotrices se hicieron chavistas. Y eso sin contar los acuerdos en materia energética que son todavía más fuertes.
En realidad, para el equilibrio regional, Chávez se lleva bien con Brasil, pero prefiere respaldarse en Argentina. El tamaño de Brasil juega a su favor en muchos casos y en otros juega en contra. La relación de Venezuela con Argentina tiene una fuerte connotación geopolítica en ese sentido, además de la química y la afinidad que pueda haber entre sus gobiernos. A pesar de que Argentina no se integró al ALBA –la alianza conformada por los gobiernos más radicalizados y un grupo de naciones caribeñas insulares–, Venezuela le asigna una prioridad regional. En los festejos del Bicentenario de la Independencia venezolana, Cristina Fernández fue la única representante de un país que no está integrado al ALBA y fue la única de los mandatarios presentes (todos los del ALBA) que habló en el Parlamento de ese país.
En Caracas estaban también los presidentes de Cuba, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y los mandatarios caribeños angloparlantes, que de alguna manera representan el ala de izquierda en el concierto regional. Desde este grupo, más específicamente del presidente ecuatoriano, Rafael Correa, surgió en su momento la propuesta de que el ex presidente argentino Néstor Kirchner ocupara la secretaría de la Unasur (Unión de Naciones Suramericanas).
Es paradójico, Correa asumió en el 2007 y anunció que haría una auditoría a la deuda externa, por lo que la derecha de su país lo acusó de seguir los pasos de Néstor Kirchner en Argentina, que había forzado una quita de más del 60 por ciento. Por la estrategia que siguió en función de su propia realidad Correa pagó, en relación, bastante más que Kirchner (el quite total que logró con su estrategia fue de alrededor del 30 por ciento). Pero así como a Correa lo acusaron en su país de inspirarse en Kirchner, aquí un sector de la izquierda le pide al Gobierno que se inspire en Correa.
Lo cierto es que el presidente ecuatoriano promovió dos veces a su colega argentino para que lidere la Unasur. La primera vez fracasó por la negativa del ex presidente uruguayo Tabaré Vázquez, en represalia por el rechazo de Kirchner a levantar en forma coercitiva –o sea reprimir– el corte de ruta de los asambleístas de Gualeguaychú. El 2 de marzo pasado en Montevideo, tras el reemplazo de Tabaré por Pepe Mujica, Correa volvió a proponer a Néstor Kirchner, esta vez con el visto bueno del flamante mandatario oriental que sintoniza mejor con el gobierno argentino. Los colombianos, que rápidamente se habían plegado a la negativa uruguaya, hicieron saber entonces que tampoco pondrían obstáculos.
En el juego de fuerzas regionales, Brasil es un jugador impresionante, por su economía, por tamaño y por cantidad de habitantes. En este contexto, Argentina es de escala intermedia y puede actuar como articulador entre el gigante y los demás países. Si fuera por el peso de cada uno, Brasil se llevaría todo. Los mismos brasileños tienen que calibrar y dosificar el peso que ponen en cada situación. O se llevan todo, o desbaratan todo. Ellos han sido de los más activos en impulsar la Unasur y aun así prefieren no encabezar, por ahora, el organismo. Lula ha expresado también su respaldo a la candidatura de Kirchner.
Pero, hasta ahora, la militancia del presidente Correa ha sido tras una candidatura no oficial porque no hubo una aceptación pública. Más allá de la consabida molestia que le causan los protocolos y rocamboles de la diplomacia a Kirchner, es difícil pensar que Correa hubiera arriesgado esa iniciativa sin haber consultado antes con él. Por otra parte, enviados de la Cancillería argentina han desarrollado también cierto proselitismo. El miércoles de esta semana, el gobernador bonaerense, Daniel Scioli, estuvo en Montevideo en una fugaz visita para participar en la II Cumbre Mundial de Regiones sobre Cambio Climático. Se reunió durante media hora con Mujica y al salir explicó que, aunque no se había tratado el tema, había percibido un “clima favorable” para que Kirchner encabece la Unasur porque, le dijo Mujica, “en Argentina ha tenido decisiones estratégicas en forma anticipada a lo que luego se vio como las consecuencias de una crisis internacional”.
En mayo, Correa visitará dos veces a la Argentina. En principio asistirá a los festejos del Bicentenario en Buenos Aires el 25 de mayo. Pero antes, el 4 de mayo, los mandatarios de la Unasur se reunirán en esta ciudad, y también está prevista su presencia. En la agenda figura el análisis de la situación regional y sobre todo del proceso en Honduras tras el golpe de Estado que derrocó a Manuel Zelaya y que provocó un posicionamiento muy duro de la Unasur con los golpistas y el proceso electoral que culminó con el triunfo del empresario conservador Porfirio Lobo. Al igual que Argentina, Brasil y varios de los países de la Unasur no han reconocido todavía al nuevo gobierno hondureño.
Seguramente en esa reunión se pondrá en juego ya de manera formal la candidatura de Néstor Kirchner y su designación al frente del organismo regional, lo que significaría un reconocimiento simbólico importante para la Argentina en el año del Bicentenario. Lo que no ha podido exhibir el Gobierno en lo interno por los desencuentros con la oposición y el conflicto con los productores rurales que hicieron estallar la posibilidad de un acuerdo para el Bicentenario, tendría por lo menos un correlato en ese reconocimiento regional a la Argentina. Kirchner representaría en los festejos de la independencia a toda Sudamérica.
Es indiscutible que el propio Kirchner está interesado en esa función. Pero también resulta difícil que acepte salir del país para hacerse cargo de la Secretaría de la Unasur. En medios del Palacio San Martín se dice que el tema ya está resuelto y que si se concreta el nombramiento, la sede física de la Unasur estaría en Buenos Aires, lo que le permitiría al ex presidente mantenerse aquí durante un año decisivo porque en su transcurso se irá definiendo el cuadro para las elecciones del 2011.
En el entorno del ex presidente afirman que la nueva tarea lo obligaría a renunciar a su banca en Diputados. El tiempo que estaría al frente de la Unasur sería un año, o sea terminaría hasta bastante antes de las elecciones de octubre de 2011. Terminaría su gestión y estaría en condiciones de entrar de pleno en la campaña presidencial, ya sea como candidato o como sostén.
En Brasil, Lula ya habría finalizado su gestión presidencial. Mujica ha dicho que le gustaría que fuera Lula quien suceda a Kirchner en el 2011. A Lula se lo ha postulado también para la Secretaría General de la ONU pero el presidente brasileño ha dicho que allí se necesita un burócrata y que él, en cambio, es un político de acción. Expresó también que prefiere trabajar para “América latina y los países de Africa”. De todos modos, todavía falta mucho para ese momento y lo único cierto es que Lula no se quedará quieto al finalizar su mandato. Y no solamente Lula: toda la generación de dirigentes que surgió en América latina como reactiva a la hegemonía neoliberal de las décadas anteriores seguirá gravitando por varios años en la región. Hay más que una coincidencia cronológica entre todos ellos porque han enfrentado juntos situaciones críticas, han estrechado relaciones personales y establecido un trato directo. Se podrá estar de acuerdo o no con ellos, pero no existe otro momento en la historia de América latina en que un grupo de presidentes haya estrechado ese nivel de contactos, afinidades y confianza mutua y seguramente marcarán, como generación, esta etapa de la historia del subcontinente. Serán odiados por unos y amados por otros, pero seguramente recordados como la generación del Bicentenario.

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