Juan Ignacio Zavala
Hugo Chávez inflama de patriotismo a sus conciudadanos. Los viste de rojo, los alienta al desastre y eso lo hace muy feliz. Nada le importa más que mandar mensajes a su gente e insultos a los gringos. Mientras los estadunidenses denuncian que la fuerza militar de élite iraní está presente con asesorías en Venezuela, Chávez se toma una foto con Raúl Castro. Hace algunos años Chávez había dicho que ambos países son “un mismo gobierno”. Ahora Raúl Castro le correspondió la frase y declaró que Cuba y Venezuela cada día “son más la misma cosa”. Los venezolanos deben estar temblando ante esta declaración. Pero para su presidente es importante porque cuando les arrecie la crisis en que los tiene sumidos su delirio bolivariano, no habrá otro culpable que Estados Unidos. Y para cuando necesiten dinero, pues los cubanos no podrán pagarles porque seguirán siendo “la misma cosa”.
Una de las muestras de dónde puede acabar el chavismo y su furia patriotera, se da en el trágico caso del boxeador Edwin Valero. Este joven de 28 años de edad llevaba un récord perfecto. Todos sus triunfos fueron por nocaut. “Nadie en los 300 años de boxeo había tenido un récord así”, dijo José Sulaiman, presidente del CMB. Valero había ya recibido tratamiento para su dependencia del alcohol y las drogas. Había sido detenido en una ocasión por golpear a su madre y a su hermana, y su esposa alguna vez entró al hospital víctima de la golpiza que le propinó el púgil. Peleador renombrado estaba a punto de entrar de nuevo a un tratamiento para las adicciones que tenía en, por supuesto, Cuba (“son la misma cosa”).
Edwin, aclamado en todos lados, se tatuó una bandera venezolana con la cara del inefable Hugo Chávez y arriba la leyenda “Venezuela de Verdad”, todo esto en su pecho. Así, la Venezuela verdadera peleaba en el extranjero y ganaba fulminantemente; así Chávez aparecía como el modelo de los triunfadores venezolanos. Pero Edwin ya no llegó a Cuba. Bajo el influjo de las drogas y el alcohol, golpeó y asesinó a su esposa. No se acordaba de cómo mató a su mujer. Se suicidó en una celda con todo y la cara de Chávez en el pectoral. Sus amigos decían que uno de sus más grandes problemas era que no le daban la visa en Estados Unidos para pelear. Ni hablar, Venezuela de verdad.
Otro eco verdaderamente bolivariano es el del presidente de Bolivia y su interpretación sobre la calvicie, la homosexualidad y los pollos. La verdad es que se podrían hacer algunos divertimentos sobre los dichos de Evo Morales y preguntarse cosas como si las mujeres que comen esos pollos son más femeninas, se vuelven lesbianas o cosas por el estilo. Pero el asunto es triste. Morales es presidente de un país en condiciones de indigencia. Escuchar los disparates del presidente boliviano, aunque en un inicio cause risa, es tan trágico como ver a Edwin con su tatuaje colgado en una celda.
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