Día con día
Héctor Aguilar Camín
México emite una versión crítica y quejumbrosa de sí mismo. Sus cifras son inferiores a lo que podrían ser si el país se sacudiera sus amarras, pero mejores de lo que está dispuesto a conceder el ánimo nacional.
Hay una disposición a la crítica y a la queja, a la exhibición de los males y la omisión de los bienes. Una frecuente distorsión es de proporciones. No se pone siempre en la perspectiva adecuada el tamaño del país, mejor dicho, la consideración de lo grande que se ha vuelto México. En los últimos cien años ha crecido casi en cien millones de habitantes.
Los 22 mil muertos reconocidos por el Ejército como saldo de los últimos tres años de las guerras del narco, son una cifra estratosférica, pero no alcanza a disparar a las nubes el promedio nacional de homicidios dolosos que se cometen en México: 11.5 (once punto cinco) por cada cien mil habitantes, la mitad que Brasil, la quinta parte que Guatemala, la séptima parte que la ciudad de Washington, la décima parte que la ciudad de Nueva Orleans. Estas cifras molestan a muchos críticos, pero son las cifras.
Hay cinco ciudades del norte y alguna del sur tomadas por las guerras del narco, pero hablamos de un país de 30 ciudades con más de 500 mil habitantes, (55 ciudades con más de 100 mil).
Una especialidad de la opinión pública mexicana es denunciar la existencia de 40 millones de pobres. El solo enunciado es una sentencia de fatalidad y fracaso. Pero la existencia de 40 millones de pobres, con el monstruoso tamaño de la cifra, habla de 35 por ciento de la población del país. Los 70 millones restantes no son pobres.
No hemos visto todavía el titular de prensa con esta noticia: 70 millones de mexicanos no son pobres. ¿Qué son entonces? Para empezar, son la mayoría absoluta de la nación.
¿Pero qué son? Son el logro social y económico de la historia mexicana de los últimos 50 años: una muchedumbre de modestos o prósperos mexicanos de clase media, más educados, más autosuficientes, más productivos de lo que fueron sus padres y probablemente menos de lo que serán sus hijos.
¿Alguien celebra su existencia? ¿Alguien se esfuerza en señalar o subrayar su tamaño con la asiduidad con que se subraya la de los millones de pobres?
Notable elección colectiva: desaparecer de nuestro espejo diario a la mayoría de no pobres, para poner en el centro sólo el hecho cardinal, pero no mayoritario, de la privación y la pobreza.
La disonancia mexicana mira más hacia sus carencias que hacia sus logros. Es una de sus fortalezas: exigir. Y una de sus debilidades: negar sus logros.
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