José Cárdenas
Ventana
Martes 6 de abril de 2010
El periodista Julio Sherer, consagra una vez más su prestigio desde la cima, al tiempo que algunos aprendices de reportero se hunden en la sima. Don Julio, de primera, y el periodismo de cuarta. Alto contraste entre la luz y la sombra.
En nuestro gremio se proclama: “perro no come carne de perro”. Los periodistas no hablan mal de otros periodistas. La tragedia de Paulette Gebara Farah, convierte en mínima esa “máxima”. Ese capítulo de horror, es una historia que se agregará a nuestra mitología criminal. Aunque hoy sepulten el cadáver, la muerte de la pequeñita de cuatro años doblemente indefensa, por sus limitaciones físicas y por su edad, será referencia obligada en el lado oscuro del imaginario colectivo. Es un episodio trágico agregado a la historia terrible de una sociedad que se alimenta de horror, crimen, muerte, decapitaciones, encobijados, encajuelados, y “pozoleados”…
Independientemente del dolor social que provoca el caso, en el agua estancada flota el papel mojado de algunos medios de comunicación. Comer carne de perro, obliga.
Los periodistas estamos muy acostumbrados a exigir cuentas a todo el mundo pero no a rendirlas. Eso es impunidad lisa y llana. En nombre de la libertad de expresión se cometen abusos irresponsables. Los medios no tenemos ningún derecho a arrogarnos el papel de fiscales del fiscal. Cuando se busca el escándalo se pervierte el oficio. La ruta de la información que transita por las avenidas del tremendismo conduce al abismo. ¿Quién ha dicho que la prensa tiene tantos derechos cuando se ejercen de manera abusiva?
Los informadores somos testigos informados para informar, nada menos, pero nada más. No somos la conciencia moral de la sociedad, ni debemos aspirar a ello. En el caso de Paulette, el comportamiento de la televisión ha sido repugnante. La opción del oportunismo y la sevicia es una vergüenza. Si este caso no resulta un llamado a la autocrítica y a la reflexión, habremos retrocedido frente al compromiso que tenemos de cara a audiencias y lectores.
¿Tienen algo en común los afanes de algunos reporteros hambrientos de notoriedad y sedientos de gloria mediática, y el periodismo de oficio persistente de un hombre insistente que a su edad (84 años) alcanza de nuevo la cumbre profesional?
Julio Sherer nos ha puesto a todos un ejemplo difícil de superar. A la edad del retiro logra lo que miles de soldados y policías no pueden: encontrarse con el Mayo Zambada, uno de los narcos más buscados. En su propia guarida, habla con él; se toma una foto que deviene en editorial y escribe la crónica de un encuentro insólito cargado de miedo, del anfitrión y el huésped (Proceso 1744). Si Don Julio ya había alzado el listón con la entrevista a Sandra Ávila Beltrán, la Reina del Pacífico, con esta nueva prueba de audacia profesional, se coloca a la vanguardia de la prensa mexicana. ¡Bravo maestro! Gracias por mostrarnos que si hay oscuridad es porque todavía existe la luz.
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