sábado, 22 de enero de 2011

Esa realidad invisible


REPORTAJE

JUAN GELMAN 22/01/2011

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El amor, el dolor, la infancia, el mar, la muerte..., crean la necesidad
 de internarse en sí mismo. Un poeta no da respuestas. El autor reivindica
 en este texto el viaje del misterio de uno al misterio de todos
Gustavo Adolfo Bécquer tenía finalmente razón: la poesía es palabra
y la palabra es mujer. Lo pensaban así los vedas y lo saben todos los
 poetas de hoy y los que pisaron esta tierra de 50 siglos a esta parte.
"Word" no tiene sexo. Por eso, y por tantas otras cosas, soy feliz de
haber nacido en castellano.

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      El poeta desnuda la ambigüedad de la razón. Escribe a la intemperie de sí mismo y nada más lo abriga. El techo que no tiene es infinito
      La poesía se levanta contra el empobrecimiento espiritual. La poesía es resistencia no más porque existe
      ¿Qué ha pasado en la poesía
      mundial en los últimos 20 años,
      los que Babelia cumple con vigor
      juvenil? Pues nada distinto a lo
      de siempre: el amor, el dolor, la
       infancia, el mar, la muerte, la
       memoria y el olvido, el paisaje,
       un río cualquiera, crean en el
       poeta la necesidad de internarse
      en sí mismo para entender cosas
       del sí asombrado por tanta belleza
       abandonada, como pregunta sin
       respuesta. El poeta no da respuestas.
       Hasta el fin de sus días interroga lo
      invisible de la realidad, que no le
       da respuestas.
      Vuelvo a los vedas. Dijeron que la
      Palabra embarazó a Prajapati, el
       dios cosmogónico, quien así pudo dar
      a luz a todos los dioses. Fue el primer
      varón fecundado por una mujer.
      Esos dioses querían domeñarla mediante sacrificios, reducirla a una
      ofrenda que les estaba destinada. Pero Ella es huidiza, viene cuando
      quiere, se va cuando quiere y deja al poeta como un papel vacío.
      Esperarla se parece a un vino flaquito.
      El gran Basho advirtió a los poetas que no deben imitar a los antiguos,
      sino buscar lo mismo que ellos buscaron. Trescientos años después,
      Ezra Pound repitió de otro modo la advertencia: hay que volver nuevo
      lo viejo. El otoño cambia con el tiempo en ojos nuevos que le encuentran
      nombres no descubiertos antes. ¿El ser humano es un paisaje con lugares
       todavía a descubrir? ¿Por eso la Palabra es esquiva, no se dejará apresar
      hasta que nos sepamos?
      ¿Y qué será escribir poesía? ¿Apagar el ruido de la muerte que entra
       al oído sin invitación? ¿Mezclar la propia voz con ese ruido para
      volverlo inútil, apaciguarlo al menos? Borges opinó que el noventa
      por ciento del arte no existiría si se supiera qué sigue a la muerte.
      La muerte sería entonces un accidente de la lengua.
       Homero avisó que los dioses envían desdichas a los mortales
       para que las cuenten. La palabra narra ese castigo y confiesa
      así sus límites. No conoce un Paraíso todavía.
      Una antigua creencia árabe imagina que el poeta es un ser montado
       cada noche por un demonio que le exige arrancar a la lengua lo que
      la lengua niega. Esa tarea es ardua y el poeta insiste porque no tiene
       más remedio. Espera que la imaginación encuentre en la vivencia su
       justa expresión y las tres celebren una boda milagrosa.
       Bien dijo Dylan Thomas que el poeta persevera en su mester con
       la esperanza de que el milagro se produzca.
      A diferencia de los sofistas, que buscaron convertir en razón la
      ambigüedad de la vida, el poeta desnuda la ambigüedad de la
       razón. No se lo propone. Escribe a la intemperie de sí mismo y
      nada más lo abriga. El techo que no tiene es infinito.
      La crisis de la modernidad es muy profunda y va mucho más allá
      de lo económico. Hace años ya que se nos quiere uniformar el
      alma para convertirla en tierra fértil de cualquier autoritarismo.
       Impera un darwinismo social brutal y prepotente. La llamada
      globalización impulsa un genocidio más lento que el de los hornos
      crematorios, pero no menos bárbaro: se llama hambre.
      La poesía se levanta contra el empobrecimiento espiritual que
      todo ello acarrea. La poesía es resistencia no más porque existe.
      La poesía viaja del misterio de uno al misterio de todos y en ese
      encuentro gana su transparencia. Pasa sin nombre, sin número,
      ajena al cálculo y la sumisión, corrige la fealdad y el desamor,
       abriga en sus tiendas de fuego.
       Entra en el lenguaje como cuerpo, corazón que interroga y no
       puede dormir, come los libros de la noche.
      El poema se forja en el combate contra lo que no va a decir y
       así construye rostros que duran la eternidad de un resplandor,
      o de un miedo, una miseria, alguna dicha, un recuerdo que
      despertó y no sabe si va a la muerte o a vivir.
      El poeta necesita la abolición del mundo para entrar en sí mismo
       y su escritura. Entonces se metamorfosea y, como Odiseo cuando
      vuelve al hogar, entra en la poesía disfrazado de mendigo.
      Hace más de dos mil años le preguntaron al poeta indostán
      Qu Yuan qué era la poesía. Se quedó pensando en la respuesta
       y nunca más habló...
      Juan Gelman (Buenos Aires, 1930, premio Cervantes 2007) es autor, entre otros libros, de De atrásalante en su porfía y Mundar (ambos en Visor). www.juangelman.com

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