29 de enero de 2011
ACTUALIDAD
Abstenerse de emitir el sufragio es, seguramente, actitud de un desertor, de un prófugo del deber cívico, de quien se rehúsa a expresar su opinión política (fuera del círculo de amigos o compañeros de café); del tránsfuga de la obligación ciudadana más elemental en un sistema –que nos hemos dado, que ningún gobierno ha concedido gratuitamente- donde estamos en posibilidad de participar en las decisiones que atañen a la vida colectiva.
Dejar de votar es conducta de alguien que abandona casi impunemente la realización de una tarea sencilla pero importante que le demanda su grupo social; del que huye, sin más, dejando íntegramente al resto de sus semejantes el encargo de determinar asuntos en los que tiene el compromiso de dar su parecer.
La inhibición de votar constituye una flagrante defección, renuncia irresponsable al ejercicio de una conquista que ha costado grande y prolongado esfuerzo obtener, mantener e incrementar.
El ausentismo comicial es indiferencia, apatía, pereza, negligencia, importapoquismo y falta de conciencia civil.
Porque falto de conciencia civil es, sin duda, quien asume todo ello frente a las normas de observancia obligatoria, como es la de emitir la voluntad personal mediante el voto, a que obligan la Constitución mexicana así como la Constitución política y la ley electoral de Sudcalifornia.
Importante también es saber que una votación abundante limita de modo considerable las intenciones del fraude electoral.
Y, como sentenció el maestro Jesús Reyes Heroles, cuando votan los que se abstenían, gana la oposición.
Los sudcalifornianos nativos que no votan cometen un acto indudable de traición a su tierra.
En igual caso, los avecindados hacen un gesto de reprochable deslealtad a su suelo adoptivo.
Es de esperarse, entonces, que nadie dé muestra de infidelidad ciudadana en tal sentido.
Y vote este 6 de febrero.
em_coronado@yahoo.com.mx
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