Alejandro Alvarez Una campaña prolongada y costosa advierte a los ciudadanos que “si no votan, no cuentan”, la simplificación es falsa y tramposa. Al menos en nuestro país los ciudadanos tienen décadas votando y, para fines prácticos, sus opiniones se las han pasado por el arco del triunfo los partidos de un color y de otro, del centro, de la derecha y de la izquierda –si a es cosa se le puede llamar izquierda–. No hablemos ya del negro túnel de gobiernos ininterrumpidos priístas, sino de lo que esperanzadoramente se tituló la “transición democrática” con la llegada de Fox y sus amigos al poder federal y aquí en el estado la llegada de Leonel y sus parientes. El prometido desmantelamiento del edificio priísta fue una tomadura de pelo más–charros sindicales por miles, corrupción galopante en las empresas estatales y en los gobiernos estatales y municipales, burocracia ineficiente, bofa y obesa, clientelismo en colonias populares, ambulantaje ilegal, Congreso inoperante bueno para el espectáculo, pésimo para legislar, y un larguísimo etcétera–. Decíamos que ese carcomido edificio priísta no sólo se mantuvo sino parece que le dieron una podadita esos nuevos gobiernos de la “alternancia” porque la construcción tricolor ya amenaza con volver a ser la sede de los poderes a nivel nacional. Aunque a decir verdad, el priísmo nunca en realidad ha dejado de gobernar aunque lo haga a través de otras banderas partidistas, sus militantes han estado presentes haciendo tragar la engañosa píldora de un supuesto “cambio”. En el año 2009 apareció a nivel nacional de forma relativamente espontánea la promoción del voto nulo cuyo lema central era: “para políticos nulos, un voto nulo”. Sin ningún tipo de organización ni presupuesto, pero con un enorme campo fértil para buscar una forma de protestar contra la partidocracia esa campaña tuvo un éxito enorme si se considera el uso de recursos públicos extraordinarios y el peso de todo el aparato de los partidos para ocultarla y tacharla de los peores pecados. Si los partidarios del voto nulo hubieran estado organizados se habrían convertido en algunos estados en la segunda fuerza política. Y es que no es para menos, revisemos sólo someramente la oferta que hacen los partidos para las elecciones del próximo febrero. La disputa principal para la gubernatura la escenifican dos ex camaradas, el proceso para elegir candidato en su partido de origen (PRD) fue un fiasco, una burla para su militancia y para la ciudadanía. El candidato desplazado descubrió, como iluminado por un rayo de lucidez, que el partido y el gobierno al cual sirvió (que lo hizo presidente municipal primero y diputado federal después) era corrupto e ineficiente y descubrió con igual rapidez que su destino eran los colores albicelestes del PAN cuyo proceso de elección de candidatos fue otra muestra de desprecio a su militancia que se habían tragado completito el elefante rosa de una elección “democrática” de candidatos. Una de dos el flamante candidato panista, o es de lento aprendizaje o es un oportunista con una sed de poder insaciable. El abanderado del partido en el poder pierde su tiempo y recursos deslindándose de un pasado que carga como lastre llevando un acta de nacimiento como su único escudo; además ahora ofrece aplicar mano dura contra los invasores de predios que durante su gestión en Los Cabos gozaron de protección y abrigo. Otro cínico. Del pequeño dinosaurio poco se puede decir porque nada se le conoce, excepto un discurso regionalista que hace recordar a lo más rancio del PRI basado en la explotación de un apellido y una sudcalifornidad anclada en los chopitos y la machaca de pescado. Es todo lo que ofrece. ¿Eso representa la mejor oferta de los partidos a la ciudadanía? Que se lo coman con su pan y sus tortillas. El ejercicio del voto es un derecho, no es una obligación. Anular el voto o simplemente no acudir a las urnas porque los candidatos no satisfacen nuestros ideales no es un delito, es una opción más para expresar el descontento con la impunidad rampante de los partidos. En cambio obligar a los ciudadanos a votar, como hacen los partidos acarreando electores como si fueran ganado o como hacen los chantajistas engañabobos, sí es un delito que desafortunadamente no se castiga. Sinvergüenzas. Alejandro Alvarez Arellano Profesor Investigador Universidad Autónoma de Baja California Sur tel (612) 123 88 00 ext. 4284
viernes, 14 de enero de 2011
ANULAR EL VOTO, UNA OPCIÓN
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