sábado, 17 de diciembre de 2011

El retorno maléfico

 
Krauze vs. PRI (y Salinas).
Martín Moreno
 

 
Enrique Krauze es, sin duda, una de las mentes más lúcidas y respetadas del pensamiento nacional. Por eso es para reflexionar su advertencia de que sería una tragedia política que el PRI regresara a la Presidencia en 2012. “Sobre todo si no se deslinda de Carlos Salinas de Gortari” (Excélsior 31-X-2011).
 
 
“Preocupado estoy por el sueño de la restauración del PRI, la posibilidad de la vuelta del carro completo, es decir, de la hegemonía política”, alerta Krauze.
 
 
¿Qué hay detrás de las palabras del alumno eminente de Octavio Paz?
 
 
Nada menos que una profunda preocupación que comparten millones de mexicanos: un posible triunfo del PRI en las próximas elecciones presidenciales. Y no les falta razón. ¿Por qué?
 
 
Por una serie de calamidades que el priato representa todavía. No nos equivoquemos: no hay viejo ni nuevo PRI. Hay uno y es el mismo de siempre. No cambia. Ni cambiará.
 
 
Es el PRI de las crisis financieras. De las matanzas estudiantiles. De los fraudes electorales. De los asesinatos políticos —hasta entre ellos—. De la censura feroz. De los caciques. Del cinismo.
 
 
Por eso Krauze coincide —en la entrevista que me concedió para Grupo Imagen Multimedia— con el admirado Mario Vargas Llosa: sería una tragedia para México que el PRI volviera a Los Pinos.
 
 
¿Y Carlos Salinas? “No tiene calidad moral ni intelectual”, señala Krauze, lapidaria la frase. Tiene razón: Salinas —el ex presidente aborrecido— encarna a la presidencia imperial, a la corrupción política, a la debacle financiera cuando, por su irresponsabilidad, alrededor de un millón de mexicanos perdió empresas, negocios, casas, autos, bienes. La simple presencia de Salinas de Gortari es un agravio para el país.
 
 
¿Qué propone Krauze? “La salida para México debería estar en una izquierda democrática tipo Lula”, plantea. Pero hay un problema: no tenemos a un Lula mexicano.
 
 
López Obrador —por lo que ha hecho y dicho hasta ahora— dista mucho de ser considerado un Lula mexicano. Mientras el brasileño abrió con éxito Petrobras —sin hacer caso de la demagogia amenazante de que se viola la soberanía—, el mexicano mantiene una postura contraria. “De Pemex me encargo yo”, ha dicho AMLO.
 
 
Marcelo Ebrard tampoco es parecido a Lula. Ni de lejos. Compararlos es una blasfemia: Lula creció políticamente al amparo de la lucha sindical metalúrgica en Brasil. Ebrard, paralelo a la dictadura política priista. 
 
 
Mientras Lula luchaba contra la injusticia social en su país, Marcelo operaba el fraude electoral salinista de 1988. Lula tiene entraña demócrata. Ebrard es de corazón y formación priista. Lula es demócrata de izquierda. Ebrard es falso izquierdista.
 
 
No. Hoy por hoy no tenemos un Lula.
 
 
Lo más cercano es Juan Ramón de la Fuente, precursor de una socialdemocracia que tanta falta le hace a México. Y no es cuestión de ideologías o simpatías: en los últimos ocho años, cerca de 40 millones de brasileños salieron de la pobreza y pasaron a la clase media. Y sólo en el primer semestre de 2011, la presidenta Dilma Rousseff ha logrado generar un millón y medio de empleos.
 
 
¿Verdad que sí se puede?
 
 
Por eso es necesaria la socialdemocracia.
 
 
Y por eso la preocupación de mentes lúcidas como las de Krauze, Vargas Llosa y millones más que ven con preocupación el posible retorno del PRI.
 
 
Revisemos la historia. Y no la repitamos.




 
 
 

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