jueves, 15 de diciembre de 2011

Desgracia mexicana...

Ignorancia
Agua de azar
Jorge F. Hernández
 
  
2011-12-15•Cultura

Que un político no sepa citar a los autores de los libros que supuestamente leyó no es más que la confirmación de una generalizada desgracia…

Ya lo intuía Benito Juárez con su célebre pensamiento: “El respeto a la ignorancia ajena es la paz”, aunque las columnas intocables de la Historia con mayúscula lo citen de otra manera. Quienes se jactan al señalar y subrayar la ignorancia supina de los aspirantes a la Presidencia de México, y en particular los oprobiosos resbalones del otrora peinado candidato del PRI, corren el riesgo de abrir el telón de las ignorancias generalizadas, la mensa compartida, la pendejez que también nos dio Patria. Que un político no sepa citar a los autores de los libros que supuestamente leyó no es más que la confirmación de una generalizada desgracia: una inmensa mayoría de mexicanos no leen, y no tienen por qué saberse los nombres de los autores de esos libros que no leen… ni sus títulos, ni sus tramas.

En realidad, basta con que alguien nos indique más o menos de qué va el rollín y nos apañamos; de allí que haya tantos presuntos culpables, presos porque basta que alguien los acuse de cualesquier delito sin importar si hay pruebas o no que lo inculpen… de allí que se hable de goles del Chicharito mucho antes de que todos veamos el video y se comenten todas las películas candidatas a los Óscares que han de estrenarse en México, una vez que ya fueron premiadas o denostadas por la Academia de Hollywood. De un tiempo a la fecha se ha instalado en México la cómoda cultura de la ignorancia funcional, desde las escuelas hasta los altos cargos públicos: una especie de neblina pendeja que se acompaña con leve sonrisa y que se clona, multiplica y contagia como la influenza. Hablamos de cosas que desconocemos, pontificamos sobre temas intrascendentes, aplaudimos a cantantes que sólo mueven los labios al ritmo de una grabación… y resulta una verdadera bendición conocer a alguien que diga, incluso con vergüenza y cabeza agachada, “Yo de eso no sé nada”, pues de un tiempo a la fecha este país está poblado en su inmensa mayoría por gente que no entiende que no entiende. Así de pleonasmo: todos los que no entienden que no entienden, a contrapelo del raro y quizá único que acepta de vez en cuando, por lo menos, entiendo que no entiendo. De aquí la importancia de nuestras ignorancias, insertas en el dilema existencial del Ser y Siendo: del ignorante completo en el que aspiro convertirme con el tiempo, el ignorante feliz que mantenga en una sana amnesia toda la bazofia y mentira, tanta desgracia y simulación con la que supuestamente hacen patria quienes presumen precisamente de no ser ignorantes.

Yo tampoco sabía con precisión el monto del salario mínimo (que además, creo que varía de estado y zona) y aunque yo sí soy la señora de la casa (y más cuando voy al mercado con los rizos en pañuelo y el delantal impecable) y no me aprendo nunca el precio del litro de leche, ni el de la gasolina que sube cada mes… ¡¡PERO YO NO ASPIRO A LA PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA!! He aquí la sutil diferencia: que el candidato del PRI intente escudar su ignorancia en torno al mínimo ingreso que perciben los millones de posibles votantes o incluso gobernados que le incumben y que ese mismo personaje engominado no sepa cuánto cuesta la leche e intente disculparse argumentando que no es “la señora de la casa” son indicadores de una ignorancia nada aséptica, sino al contrario dañina y expectorante: este señor quiere ser presidente de México (y en dos semanas lleva ya dos descalabros de nota y una hijita que nos rebautizó como su “prole de pendejos”) y lo que más me llama la atención es su nula capacidad (o destreza de sus asesores) en prepararlo ante situaciones que no tenían porqué volvérsele vendaval. No sólo él, sino todos los que fingen con sonrisa su patético lance de querer ser presidentes de este México adolecen de nerviolera escénica, nulas tablas de improvisación y en suma, esa maravillosa saliva de la mentira que hacía que los políticos de antaño parecieran de bronce.

A mí me consta que un cura y un barbero le quemaron sus libros a un tal Alonso Quijano, me sé de memoria a cuántas millas de Ciudad Gótica está ubicada la cueva de Batman, y nunca olvidaré que fue Stanford quien presentó a Sherlock Holmes, hermano de Mycroft, con mi amigo el Dr. Watson; guardo hasta la fecha algunos secretos de Marcos apodado El Negro que dicen que quiso transar a su tío con una mina cerca de Cuévano y de vez en cuando me vuelvo a llamar Felipe Montero y regreso a la vieja casona de la calle de Donceles para levitar las madrugadas con Aura, y soy amigo de Carlos enamorado de Mariana y soy la señora Bovary que en un párrafo aislado en medio de una página non redefine todo el erotismo que cabe en la palabra saliva… Me sé la capital de Turquía y de Tamaulipas y yo le manejo lo que viene siendo güindous y te conozco Morelia y dicen que Fulano dijo que le dijieron que la vieron en lo que viene siendo Insurgentes y se me llenan los pizarrones de la mente con toda la mnemotecnia con la que cada quien disfraza su ignorancia y, desde luego, but of course, no pretendo que el presidente de mi país se sepa todas mis claves y laberintos de mi memoria, ni mucho menos creo merecer compartir todos los datos, chismes, dimes y diretes con los que han de retacarle su memoria diaria… pero hemos de insistir en el sutil diferencia: la mayoría de los ignorantes no aspiramos a cargos públicos y aún ignorantes nos queda claro el hartazgo nodal, ya insoportable, de quienes ya ni saben mentir, ya ni saben fingir, instalados abiertamente en el simulacro de la mentira, con la que seguirán las mismas injusticias de siempre, los clones de abusos ya memorizados, las copias calcadas de anteriores ignorancias letales.

Que los políticos profesionales no se sepan ni el título de uno solo de los poemas de Octavio Paz (y que además, le celebren “sus novelas”) o que los dirigentes sindicales (tan parecidos a monigotes de caricatura) no sepan en qué siglo vivió Beethoven y que tantos empresarios relamidos farden sus viajes y sus bonos sin saber nada de nada… en realidad, que con su PAN se lo coman, pero que a nadie se le ocurra intentar develar la verdadera amnesia de nuestros políticos —su más íntima ignorancia, la médula de su estulticia, la sinrazón de sus razones de Estado— pues estoy convencido de que en el corazón de su ignorancia late un profundo odio por México y su desprecio por todos nosotros, mexicanos.

jfhdz@yahoo.com Milenio Diario

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