Hace algunos años tuve oportunidad de conocería personalmente en la Casa de la Cultura donde inicio su formación artística.
Sostuve con ella una larga charla que luego publiqué en forma de entrevista.
Me sorprendió su formación intelectual, su concepción del arte y de la vida, del fenómeno del " exito".
Me cautivó el personaje de una mujer llamada Dolores, tan ajeno al estereotipo de las cabecitas y espíritus huecos que suelen hablar de sí mismos en tercera persona del singular, como si fuesen actores de telenovela.
Me admiró la Dolores rodeada de toda su familia de clase media porteña, abrazando a su hermanito con Síndrome de Down, a quien ha incluido en algunas de las obras teatrales escritas y dirigidas por su esposo suizo.
La ultima vez que la vi fue caminando por el malecón de la mano de su pequeña hija, respirando la perfumada brisa de su tierra nativa: desierto y mar, ola y cactus; retomando el ritual del Coromuel -que empieza a soplar, a agitar las palmeras a la hora del crepúsculo- con su porte, su belleza y sensualidad intactos.
En perfecta armonía con el resto del prodigioso paisaje femenino de nuestro Puerto de Ilusión.
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