sábado, 24 de marzo de 2012

FILEMÓN C. PIÑEDA: BAHÍA MAGDALENA...

BAHÍA MAGDALENA, B . C. S.

En 1908, en ocasión del arribo de la escuadra naval estadounidense a Bahía Magdalena para efectuar ejercicios del tiro al blanco, los Sudcalifornianos, incluidos algunos cercanos a la jefatura política, tenían pensamientos y sentimientos encontrados. Para unos, la presencia de la armada era solo muestra del “robustecimiento de las relaciones amistosas existentes entre los dos países”, en cambio para otros como el poeta Filemón C. Piñeda, era un gesto acorde con el interés expansionista estadounidense. Díaz había pedido sin éxito que, a cambio y en reciprocidad, México dispusiera de una bahía en Estados Unidos, y tal vez también por eso para algunos sudcalifornianos resultaba una afrenta la presencia norteamericana en Bahía Magdalena y en la isla de Pichilingue sitio donde se les había permitido tener una base para surtir de carbón a sus naves.
El poema que recitó Filemón C. Piñeda (Filemón Cecilio Piñeda 1828-1921) en la velada que organizaron los masones al jefe político (Coronel Agustín Sanginés) a su regreso de Bahía Magdalena, a donde había ido para dar a la armada la bienvenida a nombre del gobierno mexicano, era la expresión de ese malestar que a algunos provocaba la presencia de militares extranjeros cañoneando el litoral peninsular. No se trataba, es cierto de una abierta y activa oposición al gobierno o a lo extranjero, pero si de un malestar que indicaba que aquella adhesión fuera de duda que se tenia hacia Díaz en la década de 1890, comenzaba a resquebrajarse y a mostrar grietas por donde se daría salida a criticas, inconformidades y reclamos por agravios antes pacientemente sobrellevados pero ahora ya insoportables.







BAHÍA MAGDALENA
(Filemón C. Piñeda)
Allá, tras las vastas serranías
Que se alzan como esfinges egipciacas;
Allá, tras las yermas lejanía
Que inspiran oraciones elegíacas,
Allá, tras de los árboles tintóreos
Y las plantas textiles, que la mano
Del hombre despedaza y aniquila
La Magdalena, orgullo mexicano
Extiendese magnifica y tranquila
Como una Emperatriz del gran Océano.
Allá se ve incrustada entre las olas
Del Pacifico mas que la acaricia
Y le canta sublime barcarolas;
Es, geográficamente, una delicia
Y por eso la Patria la ama a solas;
Y por eso el extraño la codicia.
Uncle Sam, el Tio Sam imperialista
Hojeando de Dewey un infolio,
Leyo “Bahía”… concentro su vista
En el pasaje… y se sentó en su solio…
Poco después en todo el Capitolio.
Como en toda la Unión, se oyó ¡Conquista!
¿Qué quien lo dijo? No lo se. ¿Intuiciones?
Tal vez; pero es el caso, que ese caso
Lo repitieron todas las naciones.
Y ¡Sarcasmo! Dijeron los Nipones
Y ¡Eureka! ¡Eureka! Más allá de El Paso.
Mas contra todo esto esta el abrazo
De Root. ¿Por qué perdemos la esperanza?
¿Es que la libertad es un acaso
Cuando la Fuerza inclina la balanza?
El deber, como trasgo inconcebible
Penetra el corazón de los humanos
Y ve en la Diplomacia algo temible
Oculto en la falange de sus manos.
Y, aunque quiera olvidar acciones viejas,
Las nuevas le maltratan como espinas:
Le pone un velo a California y Texas
Y asoman Puerto Rico y Filipinas
Y se subleva y dice: ¡Americanos!
Despertad, porque Atila estas a las puertas!
Y el eco repercute por los llanos,
Las sierras y los mares mexicanos
Como la ronca voz de mil alertas.
Y el patriotismo eleva sus canciones
Tan llenas de vibrantes armonías
Que alienta y electriza corazones…
Y… allá, tras las vastas serranías
Que se alzan como esfinges egipciacas;
Allá, tras las yermas lejanía
Que inspiran oraciones elegiacas,
Esta la Emperatriz de las Bahías!!!

El Distrito Sur, II epoca, Núm. 25, 30 de Abril 1908.


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