miércoles, 20 de marzo de 2013

LENIN EN EL PARAISO



Alejandro Alvarez

Fue en una de esas noches mágicas por las que solemos transitar mi compadre Beto y yo -ya antes me he referido a mi compadre como protagonista de estas correrías y no le gusta pero tengo que se fiel a los hechos, ni modo-. Pues ahí estábamos sorbiendo la segunda cerveza de la noche en El Paraíso, cantina de medio pelo ubicada en el perímetro de un centro comercial, cuando apenas la noche se acicalaba. De repente quedamos prácticamente congelados cuando visualizamos en la entrada del tugurio ni más ni menos que al joven Lenin. Sí, Vladimir Illitch en persona, el dirigente de la revolución rusa, no nos podíamos equivocar. Con su barba y bigote en candado, su mirada mongólica entrecerrando los ojos, dominando el escenario. Vestía su clásica gorrita militar, un abrigo largo oscuro de doble botonadura con solapas amplias, botas militares impecables, brillosas, bien boleadas. Sólo desentonaba un poco el pantalón de mezclilla visible bajo el abrigo. Con paso lento, como torero partiendo plaza, cruzó la pista haciendo a un lado a parroquianos y parroquianas débiles ante los placeres de los sentidos –no entraré en detalles al respecto- que ya se daban rienda suelta al ritmo de la Arrolladora banda El Limón. Lenin, fue a sentarse al otro extremo de la barra donde una dama con un enorme parecido a la última zarina Alejandra Feodorovna, sólo que con unos treinta kilos de más, permanecía despatorrada. Junto a ella se sentó el revolucionario ¡quién lo diría! el demoledor del zarismo ruso junto a la más alta representante del viejo régimen juntos en una noche de fiesta sudcaliforniana. Intercambiaron miradas en implícito reconocimiento e inmediatamente la zarina pidió una bebida al cantinero haciendo la seña clásica de levantar el dedo meñique para referirse a un cuartito de cheve, servicio que cubrió de inmediato el revolucionario sin perder la figura al sacar la cartera.
Mi compadre, admirador de esa revolución de inicios del siglo pasado, esperaba con las manos y la frente sudorosa que empezaran a desfilar toda la vieja guardia bolchevique: Zinoviev, Kamenev, Stalin, Bujarin y toda esa pléyade de comunistas que pensaron instaurar en todo el mundo la dictadura del proletariado. Pasó el tiempo, los meseros iban y venían, las risas inundaban el lugar en el clímax del relajamiento, pero el resto de los bolcheviques no se apareció. En cambio, en el rincón de la barra se notaba una cierta evolución de la estampa original. La zarina portaba ya el gorrito de Lenin y el abrigo militar estaba desabotonado dejando ver una camisa desfajada. Eventualmente la pareja insólita ocupaba la pista de baile y el revolucionario se repegaba a la zarina hundiendo la cara en las generosas glándulas mamarias de la aristócrata mientras sus manos inquietas algo buscaban en la espalda baja de su pareja –la zarina- que no se cansaba de colocarlas unos centímetros arriba, donde alguna vez hubo cintura. Si la presencia del joven Lenin obedecía a la búsqueda de nuevos adeptos choyeros para la revolución comunista su resultado no fue del todo exitoso pero si lo que buscaba era olvidarse de las tensiones que representaban liberar a la humanidad del yugo capitalista no cabe duda que las expectativas fueron ampliamente superadas.
Cerca de las dos de la mañana con una densa atmósfera cubriendo el sagrado recinto abandonamos El Paraíso lanzando una mirada a lo que quedaba de Lenin. Su zarina hacía media hora que lo había abandonado recostado sobre la barra, envuelto en un profundo sueño revolucionario, el abrigo tirado en el suelo.  La gorra  cubría ahora la cabeza de otro parroquiano que buscaba establecer con la zarina el clásico trueque de rublos por placer. La vida revolucionaria es difícil de llevar. Chava, el cantinero, después nos dijo que el tal Lenin era un sujeto que se hacía pasar como periodista independiente y que aseguraba ser dirigente de uno de esos partidos morralla que se autonombran de izquierda. Mi compadre ya en la calle mascullaba unas palabras extrañas y pateaba unos botes como abriéndose paso. Lenin quedaba atrás, en la historia y en la barra de El Paraíso.

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