Alejandro
Alvarez
Fue
en una de esas noches mágicas por las que solemos transitar mi compadre Beto y
yo -ya antes me he referido a mi compadre como protagonista de estas correrías
y no le gusta pero tengo que se fiel a los hechos, ni modo-. Pues ahí estábamos
sorbiendo la segunda cerveza de la noche en El Paraíso, cantina de medio pelo
ubicada en el perímetro de un centro comercial, cuando apenas la noche se
acicalaba. De repente quedamos prácticamente congelados cuando visualizamos en
la entrada del tugurio ni más ni menos que al joven Lenin. Sí, Vladimir Illitch
en persona, el dirigente de la revolución rusa, no nos podíamos equivocar. Con
su barba y bigote en candado, su mirada mongólica entrecerrando los ojos,
dominando el escenario. Vestía su clásica gorrita militar, un abrigo largo
oscuro de doble botonadura con solapas amplias, botas militares impecables,
brillosas, bien boleadas. Sólo desentonaba un poco el pantalón de mezclilla
visible bajo el abrigo. Con paso lento, como torero partiendo plaza, cruzó la
pista haciendo a un lado a parroquianos y parroquianas débiles ante los
placeres de los sentidos –no entraré en detalles al respecto- que ya se daban
rienda suelta al ritmo de la Arrolladora banda El Limón. Lenin, fue a sentarse
al otro extremo de la barra donde una dama con un enorme parecido a la última
zarina Alejandra Feodorovna, sólo
que con unos treinta kilos de más, permanecía despatorrada. Junto a ella se
sentó el revolucionario ¡quién lo diría! el demoledor del zarismo ruso junto a
la más alta representante del viejo régimen juntos en una noche de fiesta
sudcaliforniana. Intercambiaron miradas en implícito reconocimiento e
inmediatamente la zarina pidió una bebida al cantinero haciendo la seña clásica
de levantar el dedo meñique para referirse a un cuartito de cheve, servicio que
cubrió de inmediato el revolucionario sin perder la figura al sacar la cartera.
Mi compadre,
admirador de esa revolución de inicios del siglo pasado, esperaba con las manos
y la frente sudorosa que empezaran a desfilar toda la vieja guardia bolchevique:
Zinoviev, Kamenev, Stalin, Bujarin y toda esa pléyade de comunistas que
pensaron instaurar en todo el mundo la dictadura del proletariado. Pasó el
tiempo, los meseros iban y venían, las risas inundaban el lugar en el clímax
del relajamiento, pero el resto de los bolcheviques no se apareció. En cambio,
en el rincón de la barra se notaba una cierta evolución de la estampa original.
La zarina portaba ya el gorrito de Lenin y el abrigo militar estaba
desabotonado dejando ver una camisa desfajada. Eventualmente la pareja insólita
ocupaba la pista de baile y el revolucionario se repegaba a la zarina hundiendo
la cara en las generosas glándulas mamarias de la aristócrata mientras sus
manos inquietas algo buscaban en la espalda baja de su pareja –la zarina- que
no se cansaba de colocarlas unos centímetros arriba, donde alguna vez hubo
cintura. Si la presencia del joven Lenin obedecía a la búsqueda de nuevos
adeptos choyeros para la revolución comunista su resultado no fue del todo
exitoso pero si lo que buscaba era olvidarse de las tensiones que representaban
liberar a la humanidad del yugo capitalista no cabe duda que las expectativas
fueron ampliamente superadas.
Cerca de las dos de
la mañana con una densa atmósfera cubriendo el sagrado recinto abandonamos El
Paraíso lanzando una mirada a lo que quedaba de Lenin. Su zarina hacía media
hora que lo había abandonado recostado sobre la barra, envuelto en un profundo
sueño revolucionario, el abrigo tirado en el suelo. La gorra
cubría ahora la cabeza de otro parroquiano que buscaba establecer con la
zarina el clásico trueque de rublos por placer. La vida revolucionaria es
difícil de llevar. Chava, el cantinero, después nos dijo que el tal Lenin era
un sujeto que se hacía pasar como periodista independiente y que aseguraba ser
dirigente de uno de esos partidos morralla que se autonombran de izquierda. Mi
compadre ya en la calle mascullaba unas palabras extrañas y pateaba unos botes
como abriéndose paso. Lenin quedaba atrás, en la historia y en la barra de El
Paraíso.
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