Alejandro
Álvarez
El inicio
del regreso del PRI a la presidencia no puede ser más desalentador. Los hechos
más notorios dejan de manifiesto que el viejo estilo de gobernar, ese que
aparentemente hibernó por doce años está más vivito que nunca. Para quienes
supusieron que algo distinto pasaría es tiempo de darse un buen pellizco. Todo
empezó con el Pacto por México, ese invento que se remonta a los primeros años
de Porfirio Díaz en la presidencia y que tuvo en Plutarco Elías Calles su
perfecto alumno unas décadas después. El invento, visto en perspectiva,
realmente no es de manufactura mexicana. Se trata de cooptar a la oposición a
través de darle su espacio de poder institucionalizado. La única condición es
no levantarle la voz, mucho menos la mano, al gran cacique, el presidente. La
jugada del PRI no deja de tener su destreza, emboletar en la aventura a Gustavo
Madero, a Jesús Zambrano y a las
burocracias que los respaldan, que no
nacieron ayer, debió implicar promesas jugosas. Ambos dirigentes enfrentan en
sus respectivos partidos un lío interno del cual no se levantarán pronto. Hay
quienes aseguran que para cuando se levanten el PRI estará ligando nuevos
triunfos en las elecciones federales en el 2015. Si es que se levantan. La
jugada es maestra.
La
explosión de Pemex, con todo y sus muertos, heridos y amplísima cobertura de
medios, exhibe otra faceta del viejo PRI, su desprecio por la inteligencia de
los ciudadanos, los gobernados. Nos avientan una versión de los hechos nos
parezca lógica o no nos parezca, con sustento o sin ella. No les importa porque
lo que menos están necesitados es de dar explicaciones. Las raíces de este
comportamiento están igualmente ligadas al ejercicio del poder autoritario y
seguramente a los beneficios mundanos de este ejercicio omnipotente. Desmenuzar
la problemática relacionada con la explosión inexplicada es ventilar contratos
de mantenimiento, de seguridad, de organización interna, de administración
¿pero qué necesidad? Diría el juarense Juan Gabriel. Para quien lo dude el caso
Pemex ya está archivado con todo y su fantasmagórica gas metano, originado
quién sabe dónde y acumulado quién sabe cómo.
Con toda la pena viene a la mente aquella versión oficial intragable del
caso de la niña Paulette. La inteligencia de la población no importó entonces,
como ahora tampoco.
Por último
está el encarcelamiento de la señora Gordillo, cuyo comportamiento, alardes y
excesos en la ostentación de su riqueza inexplicable se remontan varios lustros
atrás. Sin que los propios priístas desde Salinas y Zedillo, ni panistas, de
Fox a Calderón, le tocaran un pelo mientras servía a los propósitos de control
y reparto de poder institucionalizado. El gran pecado de la señora fue perder
el piso, creerse el cuento que le contaron cuando el PRI la sentó en el trono
de su maestro Jonjitud Barrios, cobijándola con ropaje de la impunidad. Ropaje
que era prestado y que se lo podían quitar en cualquier momento. Pero prefirió
montarse en el espejismo de lo que creyó era su propio poder autónomo. Sus
viejas amistades la abandonaron cuando la vieron en el pozo de la desgracia.
Recordemos aquel cuadro que aplaudieron a rabiar las feministas cuando se
levantaron la mano mutuamente Martha Sahagún, Rosario Robles y Elba Esther
Gordillo anunciando el empoderamiento de la mujer. Los reflectores iluminaban
esos rostros entonces de mirada vidriosa por la embiraguez del poder, ¿y dónde
están sus amigos? Fox, Castañeda, Salinas, para no hablar de sus aplaudidores del Snte. Discretamente voltean a un lado y
se tapan las narices. Ahora, a hacer leña del árbol caído. El viejo PRI ya está
aquí.
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