sábado, 26 de septiembre de 2009

ROGER WATERS: "LOS MUROS GENERAN MIEDO, DOLOR Y MUERTE..."



El fundador de Pink Floyd recuerda su trabajo en The Wall a 30 años de su grabación y habla de las vallas que aún existen en el mundo.


2009-09-26•Música

Foto: Prnewsfoto
“Cualquiera que construya una pared en su vida, o en la de otros, está condenado a la ignominia y deja al desnudo su abominable inseguridad”, dice Roger Waters, el hombre que hace 30 años edificó un muro en el que inscribió todos y cada uno de sus traumas y frustraciones: The Wall, el decimoprimer disco de Pink Floyd.
The Wall narra la historia de Pink, un rockstar que construye una pared a su alrededor para aislarse del mundo y abandonarse a sus miedos. “El concepto de ese álbum es el dolor existencial, y creo que es eso justamente por lo cual la gente puede identificarse con algún fragmento. The Wall fue lo mejor que hice con Pink Floyd. Los mejores años que pasé en ese grupo fueron de 1973 a 1980. Animals es un disco que me hace sentir muy orgulloso, sobre todo por el potencial político que conlleva y su mensaje contra la enajenación humana. The Final Cut fue la mejor manera de cerrar mi ciclo en la banda, tiene destellos ideológicos muy bien planteados. Es desgarrador, delirante, una declaración de dignidad de los que murieron en la Segunda Guerra Mundial”, dice Waters.
A los 66 años y con cuatro discos solistas en su haber (The Pros and Cons of Hitch Hiking, Radio K.A.O.S., Amused To Death y su ópera Ça Ira), Waters mantiene las convicciones que en 1979 dieron origen a uno de los discos más trascendentes en la historia del rock, y con el corto Walled Horizons (Horizontes vallados) se manifiesta contra el cerco que Israel levanta en Cisjordania. “Es una locura —exclama—. Es aterrador hasta dónde puede llegar el ser humano para oprimir, devaluar y encerrar al prójimo. En ese muro (de ocho metros de altura, más de 700 kilómetros de largo, con vallas electrificadas de alambre de púas, sensores térmicos, cámaras de video, torres de francotirador y carreteras para los vehículos israelíes de patrullaje) se expresa demasiado odio, demasiado miedo, demasiada culpa”.
El 19 de agosto pasado Naciones Unidas presentó en Jerusalén el corto narrado por Waters, dura 15 minutos y documenta los efectos que la construcción produce en cientos de miles de palestinos. “Me llena de horror la idea de vivir en una prisión gigantesca”, afirma el músico inglés, quien agrega: “El muro es destructor, aísla a su gente, separa a matrimonios y a padres de sus hijos, genera miedo, dolor y muerte. Viola los derechos humanos del pueblo palestino y los pactos internacionales de los que Israel es Estado parte. Los gobiernos que construyen este tipo de cercos lo único que reflejan es su alto grado de inseguridad”.
Waters, el gran rebelde que creció bajo una educación comunista, no conoce sutilezas cuando se trata de criticar los excesos del capitalismo, sus obsesiones segregacionistas. “Ahora me encuentro —dice— ante nuevos muros que son mucho más ofensivos, humillantes y abismales: el que con afanes xenofóbicos Estados Unidos levanta en la frontera con México o el que Israel hace sobre tierras robadas a los palestinos. O esas barreras que se levantan entre la clase capitalista y sus fortunas y las miserias de las clases explotadas, sometidas a las más bajas muestras de la desigualdad”.
Entre mujeresWaters creció rodeado de mujeres, con la figura masculina ausente (su padre murió en la Segunda Guerra Mundial), lo cual lo llevó a la misoginia y al fracaso amoroso: “El sentimiento de culpa y de repudio me hacía sentir incapaz de merecer el amor de una mujer. Durante la mayor parte de mi vida, los principales problemas que he tenido han sido con las mujeres”, afirma, y en eso mismo coinciden, seguramente, Judy Trim (primera esposa, quien aparece fotografiada en el interior del disco Ummagumma), Carolyne Christie (segunda esposa, madre de sus hijos Harry e India y a quien Waters dedicó el álbum solista The Pros and Cons of Hitch Hiking) y, finalmente, Priscilla Phillips (su tercera esposa).
“Crecí en un hogar donde sólo había mujeres: mi mamá, mis tías y las amigas de mi madre —confiesa Waters—. Durante mis primeros 40 años tuve la tendencia a darle todo el poder a las mujeres. Eso fue algo muy negativo, porque las mujeres, en primera, no se sienten nada atraídas por un hombre débil, y en segundo lugar, esa debilidad generó mi propio desequilibrio emocional haciendo que cualquier relación fuera insostenible. Tras un camino en el que me derrumbé, me encerré en mí mismo, rodeado de excesos y autodestrucción, tomé terapias para superar mis tres divorcios. Con autocontrol y confianza en mí mismo, he aprendido que si alguien me critica, especialmente si se trata de una mujer, no necesito ponerme a la defensiva”.
Nunca másTras los efímeros 20 minutos que el grupo se reunió en el concierto benéfico Live 8, el 2 de julio de 2005 en Londres, Waters supo con resignación que no habría más Pink Floyd. “No tengo duda y sé que la historia se acabó con la muerte de Richard Wright; indirectamente también con la de Syd Barrett”. Waters peleó y perdió la autoría del nombre del grupo en los tribunales. “Sé que Nick Mason estaría feliz de que volviéramos a tocar juntos, pero estoy convencido de que David Gilmour no lo repetirá, por falso e infantil orgullo”, asegura. “Tengo muchas canciones que están esperando ser grabadas. Sólo necesito el momento y la motivación ideológica para lanzarlas en un disco. Mi mente está más ocupada en otros asuntos personales que en visitas al pasado, o encuentros con el loquero”, ríe con singular sarcasmo.


Juan Carlos Villanueva

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