Joel Ortega
Nuestro pluralismo es muy especial. Prácticamente todos los candidatos de los diferentes partidos proceden o están personal o familiarmente ligados al PRI. Pareciera que estamos ante unas primarias del PRI.
El asunto puede alimentar decenas de miles de cartones, chistoretes y todo tipo de sarcasmos; en realidad exhibe la fortaleza de un sistema político único a nivel planetario.
La picaresca de la partidocracia es inagotable y abundan sus personajes de vodevil.
Es la expresión de una oligarquía que ha sido capaz de resistir, casi un siglo, todo tipo de embates.
No se trata de reproducir el discurso mecanicista del carácter de clase del Estado, propagado por el doctrinarismo más rupestre del marxismoleninismo; es simple y sencillamente la petrificación de una clase política en todos los aparatos del Estado mexicano.
Veamos cualquier ejemplo de los contendientes actuales: Puebla, donde el candidato opositor al PRI es el joven Moreno Valle, descendiente de un viejo político priista que incluso aspiró a la Presidencia la República; Sinaloa, donde Malova pasó de la precandiadtura del PRI, aparentemente apadrinada por el ex gobernador Millán, a ser el abanderado de la coalición PAN-PRD; en Durango es semejante; en Veracruz es el colmo: todos son priistas: Yunes, del PAN-Panal, Dante Delgado de Convergencia y obviamente el delfín de Fidel Herrera.
Incluso Gabino Cué proviene del gobierno priista de Diódoro Carrasco.
Pero no sólo se trata de las mismas fichas y apellidos que han gobernado al país por un siglo, tanto en los poderes y niveles de gobierno del Estado, sino en sus aparatos corporativos llegando al extremo de las dinastías del charrismo sindical como Napoleón Gómez Urrutia, y en todos los poderes fácticos. En muchas universidades ocurre exactamente lo mismo: clanes familiares controlan por décadas las rectorías correspondientes, como en Guadalajara y recientemente en Puebla.
Un pluralismo de ese tipo atenta contra todo el largo, complejo y, a veces, trágico proceso de cambio democrático. Por ello no es extraño el desencanto de millones y el crecimiento de una tendencia que menosprecia la democracia y, en el mejor de los casos, se repliega en la apatía; pero pueden surgir fenómenos de descomposición que apuesten por la violencia como única vía para expresar el rechazo al actual sistema político-económico y social.
Construir una opción autónoma no es buscar una carita proveniente del PRI.
Se trata de pescar en el océano.
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