Política cero
Jairo Calixto Albarrán
Sólo los pudibundos políticamente correctos que suelen tapar el sol con su dedo gordo del pie derecho, podrían afirmar sin temor al repudio generalizado que un atentando como el que sufrió el candidato del PRI al gobierno de Tamaulipas no era la crónica de una muerte anunciada. Dadas las condiciones de inseguridad, impunidad y enrarecimiento del clima electoral en el país, con las continuas amenazas, imposiciones e injerencia del crimen organizado en el ámbito político-electoral, no era difícil suponer que lo ocurrido al doctor Rodolfo Torre Cantú podía desatarse en cualquier momento.
Ya en esta columna se había venido advirtiendo en tono de broma que no había peor negocio ni oficio más peligroso que el de aspirante o candidato a un puesto de elección popular. Que lo que en la vieja tradición era el sueño dorado del mexicano —encabezar una campaña para estar en la plenitud del pinche poder, diría ese enorme estadista que es Fidel Herrera—, se había convertido en una pesadilla para todo aquel que fuera designado para una alcaldía, diputación, senaduría o gubernatura, tomando en cuenta los peligros que esto representa si no se fuera del agrado de los capos del crimen organizado, en regiones donde ni la ley ni la justicia hacen su nido y el Estado está más fallido que nunca.
El Instituto Electoral de Tamaulipas cree que al no aplazar los comicios se mandaría un mensaje de firmeza ante los intentos de los malosos por menoscabar la democracia. Como si con sus acciones no se hubiera torpedado ya a la dudosa democracia mexicana en la zona de flotación.
Hoy, los mismos que salen a ofrecer condolencias y todo el peso de la ley, caiga quien caiga, de Calderón aGómezpunk, del gobernador de la entidad, Eugenio Hernández Flores, son los mismos que no han cumplido sus promesas en materia de seguridad.
Esta historia de terror, como muchas de las tantas que ocurren sin brida ni sextante en la provincia mexicana, parecen contradecir o condenar al sospechosismo aquella vieja máxima que pinta a los gobernadores como una especie de voraces señores feudales que manejan vidas y haciendas, en cuyo territorio no se mueve una hoja de un árbol sin que ellos estén enterados. Es eso o se hacen bueyes.
La muerte de Torre Cantú será usada para incentivar el melodrama politiquero, convocar el oportunismo electoral e instituir la clásica comisión investigadora que nunca llegará a nada. Pero en el fuero interno de los votantes, representa una señal clara de que el Apocalipsis está a la vuelta de la esquina.
PD. ¿Y el Subjefe Diego?
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