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as recientes elecciones en Baja Sur (como dicen por allá en el norte) son un ejemplo consumado de lo que las coaliciones pueden llegar a ser y hacer. Algo de verdad insólito. Si en el pasado vimos a ex priístas como candidatos de otros partidos, ahora tenemos el hecho inédito de ver a un perredista de recambio ser el candidato de un partido de derecha como lo es el PAN. Pero el enjuague es siempre el mismo: unirse para derrotar a alguien. Unirse para qué, no importa. El caso es unirse. En medio de su mediocridad e ineptitud innatas, Zeferino Torreblanca tuvo una idea de a kilo: esas alianzas sólo sirven para ganar elecciones, no para gobernar.
El perredismo en Baja Sur está por entero ligado a Leonel Cota Montaño. Con él se convirtió en una fuerza gobernante, como sucedió en otras partes. Y su actual crisis, en gran medida, también está ligada a él. No aceptó que nadie le compitiera su hegemonía en aquel estado. Se encontró con un hueso duro de roer, su primo, Narciso Agúndez Montaño. Éste no aceptó sus pretensiones y lo enfrentó una vez dueño del poder estatal. El resultado fue un choque de trenes y la derrota del PRD en las pasadas elecciones. Cuando el poder y la tradición caciquiles norman la vida política las cosas no pueden terminar de otro modo.
Todo empezó con un proceso más o menos normal. Se convocó a una elección interna en la que las diferentes cartas fueron expuestas y en ella tomó ventaja desde el principio Marcos Covarrubias Villaseñor. Hasta se le dieron los puestos municipales y las diputaciones que él quería. Cuando todo parecía ir sobre ruedas, se levantó y abandonó la sesión del consejo perredista y dijo que ya no jugaba. Poco después, el PAN lo hizo su candidato. Era un hecho que él iba a ser el candidato del PRD. ¿Qué fue lo que pasó? Para contestar esa pregunta, como en todas las cosas, hay que ir leyendo la naturaleza de las cosas.
El caso de Nayarit, que tendrá próximamente elecciones, se entrometió en el asunto. En ese estado, los Chuchoshan logrado un acuerdo con los panistas en una alianza PRD y PAN. Acosta Naranjo, uno de sus principales exponentes, será el candidato de ambos partidos. Pero los panistas, que en Baja California Sur jamás han sido una fuerza política de cuidado, exigieron que el candidato fuera un panista. Como eso no era posible, el arreglo final fue que Covarrubias figurara como su abanderado. Los Chuchos dejaron fuera de la negociación al gobernador Agúndez y se entendieron directamente con Covarrubias. Éste sería el candidato del PAN.
Eso todo mundo lo sabe en Baja Sur. No es un misterio como los que encierra el caso de Guerrero. En un estado de tan reducida población tampoco hay para muchos misterios. Los que votaron por Covarrubias fueron, masivamente, los mismos que habían votado antes por los candidatos perredistas. Muchos otros de ellos también votaron por el candidato del PRI, Ricardo Barroso Agramont. Los priístas, cuyo triunfo también vaticinó la señora de los huipiles y, como de costumbre, perdió, cacarean su segundo lugar como un triunfo en una entidad en la que, desde Cota Montaño, casi desaparecieron. Fue, sin duda alguna, un voto de castigo y también selectivo.
Los perredistas están lejos de saber leer los resultados. Todavía no pueden entender que la ciudadanía los repudió por sus pugnas internas (como siempre) y les hizo pagar en las urnas sus garrafales errores. Y eso no sólo por lo que toca a Agúndez Montaño, sino y sobre todo, a Cota Montaño. Este caso es de verdadera antología. Leonel Cota siempre ha sido un político de pocas luces y muy dado al rencor que lo lleva a la bajeza. Está enojado con López Obrador por algo que él piensa que le hizo cuando fue candidato presidencial. Un día, hace menos de un año, cené con él en La Paz y me contó una historia truculenta de cómo los empresarios mexicanos decidieron romper con López Obrador. Éste habría sido el causante de que los dueños del dinero le declararan la guerra a muerte. Yo conozco la historia de primera mano y sé que es falsa.
El fin que ha tenido Leonel Cota es de verdad miserable. Se prestó a ser candidato a presidente municipal del Panal en Lo Cabos y acabó llamando a votar por el PRI, enceguecido por el odio hacia su primo el gobernador Agúndez que lo privó de todo su poder caciquil. Por lo visto, odia también al PRD, partido que le dio el poder. No puede admitir que como político ha sido una nulidad que sólo ha generado divisiones y discordias en su partido. Éste obtuvo apenas poco más de la mitad de la votación que Covarrubias sacó con el PAN y quedó en un lejano tercer lugar. Hace un año, nadie podía imaginar que el PRD, aun con todas las furias desatadas entre Cota y Agúndez, podía perder el poder en Baja Sur.
El futuro del PRD se antoja difícil de predecir. Creo que ahora, luego de la debacle miserable de Cota, no podrá ser más que un partido agundizta. No es un gran futuro, porque Agúndez también es un político de cortas miras y sin ninguna tradición en la izquierda. Los perredistas en Baja Sur se sienten abrumados por la derrota, que saben que se debe a sus propios líderes, y desorientados. Ahora les queda muy poco. Habrá que ver si se confirman sus triunfos en Los Cabos y Mulegé; tendrán sólo tres diputados de mayoría en el Congreso local. No tienen brújula y no saben, en realidad, qué hacer.
Todo ello, empero, sólo queda para la crónica local. Aquí lo verdaderamente notable son las maniobras de las dirigencias nacionales en la contienda y el modo desvergonzado en el que se entendieron para alcanzar los resultados que apetecían: Nayarit para el PRD y Baja Sur para el PAN, con un candidato perredista. No se puede imaginar mayor obscenidad entre partidos de signos tan antagónicos (en teoría). El colmo de la impudicia fue ver a Jesús Ortega todo compungido por la derrota de su candidato, Luis Armando Díaz, cuando la verdad es que debe haber estado celebrando el resultado buscado y obtenido.
Toda la suciedad que se ha visto en Baja California Sur (y también en Guerrero) desnuda de cuerpo entero la verdadera naturaleza de las coaliciones entre PRD y PAN. Es inútil andar confrontando los diferentes programas políticos de ambos partidos. En eso no hay principios ni ideales, sólo intereses electoreros que se imponen desvergonzada y pragmáticamente. Da grima pensar la política en los términos en que se plantea desde la óptica de las alianzas. El grado de abyección a que han llegado Calderón y sus cipayos los Chuchos no reconoce paralelos ni antecedentes. Baja Sur es un verdadero baldón en la historia nacional de la izquierda y, por lo que se ve, va a resultar demasiado costoso.
A nadie entre los perredistas de Baja California Sur alegra que el triunfador en las elecciones locales sea un individuo de extracción perredista, traidor a su partido y logrero que sólo buscaba su hueso. Pero para el PRD eso significa una auténtica tragedia, aparte de una derrota buscada y conseguida. Este partido no ha cuajado como una verdadera organización de programa y de principios. Bajo sus siglas fluyen la corrupción y el oportunismo. Un día el PRD deberá desaparecer, para dar lugar a una formación política de izquierda verdadera.
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