Historias del más acá
Carlos Puig
Grito que duele. Septiembre de 2010. Foto: Juan José García
Dolorosas, patéticas, las imágenes con las que abrió el noticiero de MILENIO Televisión, que dirige Ciro Gómez Leyva a las diez de la noche, el 16 de septiembre.
Certeras porque reflejan al país. En el Zócalo de la capital blindada, luces, colores, alegría. Saldo blanco. Inmediatamente después vimos el grito en Ciudad Juárez. El alcalde Reyes Ferriz frente a una plaza vacía de ciudadanos, con algunos soldados y policías. El grito de Ferriz al vacío sería cómico si no implicara una tragedia.
Ése es el mismo Ciudad Juárez al que el presidente Calderón fue más de una vez a principios de año, después de la masacre de jóvenes. Ahí donde aguantó los reclamos de la gente. El Juárez de las mesas de trabajo. Del “Todos somos Juárez”. El mismo al que llevó a su gabinete en pleno. En el que nombró a un secretario de Estado coordinador de una “estrategia integral”, el mismo al que mandó como operador de la estrategia a su coordinador de asesores.
Siete meses después de la nueva estrategia un grito que duele, y a la mañana siguiente un fotógrafo de apenas 21 años asesinado; su compañero, herido.
En el municipio más violento del país, el mayor esfuerzo del gobierno federal no ha servido.
En las páginas de El Diario de Juárez, se leyó ayer:
“Cuando nuestro medio de comunicación ha sufrido ya dolorosas pérdidas humanas, intimidaciones, atentados contra su libertad de expresión, balaceras… agresiones todas que subsisten en la absoluta impunidad, ¿a quién recurrir? ¿A quién pedir justicia? ¿A quién exigir su intervención si todas nuestras demandas han llegado a oídos que no escuchan?
“¿Qué podemos hacer por ustedes?, nos preguntan solidariamente organizaciones de periodistas de diversas partes de México y del extranjero, tras el asesinato de nuestro compañero Luis Carlos Santiago Orozco, casi dos años después de que otro entrañable colaborador, el reportero Armando Rodríguez Carreón, también fuera victimado sin que hasta el día de hoy su crimen haya sido esclarecido.
“Mientras no sepamos quiénes nos agreden y por qué; mientras ellos tengan la total libertad de permanecer ultrajando en este imaginario estado de derecho; mientras la procuración de justicia en este país, en esta entidad, siga siendo una entelequia, en realidad es poco lo que puede hacerse que no sea continuar desarrollando nuestra actividad periodística en la total indefensión. Proseguir clamando en el desierto por una justicia que no llega.”
Las imágenes de “los dos 15 de septiembre” son reflejo preciso, también, de los dos periodismos que hay en México. El de la capital y el de Juárez —y muchas otras ciudades del país—.
Acaba de darse a conocer, a manera de libro electrónico, Periodismo en tiempo de amenazas, censura y violencia; la relatoría surgida de un seminario realizado en marzo en la Universidad de Texas, en Austin, entre una veintena de periodistas mexicanos y estadunidenses.
Transcribo algunas de las conclusiones, escritas por la periodista chilena Mónica Medel: Se ponen a veces como ejemplo las organizaciones de periodistas que se crearon en Colombia, pero se olvida que las agresiones del narcotráfico contra la prensa en ese país, a mediados de los años 80, empezaron por la cúpula de los medios: Pablo Escobar secuestró a uno de los dueños del principal diario y asesinó al director y voló las instalaciones del segundo. Esto provocó una reacción solidaria casi inmediata entre los medios, pero hubieron de pasar muchos muertos y cerca de una década para que se fundaran las organizaciones periodísticas que hoy intentan defender al gremio.
En México ha sido al revés. Casi nadie se acuerda de los 60 nombres de los reporteros de fila asesinados en los últimos años y la solidaridad del gremio es tan escasa como los diamantes.
La emergencia por la que atraviesa el periodismo mexicano no se puede enfrentar sin solidaridad; sin una batalla conjunta entre todos los medios por exigir al Gobierno sus responsabilidades; sin que medios grandes, nacionales, apoyen a medios chicos, locales; sin mecanismos para que la información que se reprime o se autocensura en una ‘plaza’ se pueda publicar por fuera de ella; sin políticas de protección y seguridad discutidas en las redacciones y respaldadas con recursos por propietarios y editores.
Construir esta solidaridad toma tiempo, como demandan muchos muertos y muchos horrores empezar a mirar críticamente la cobertura, revisar los parámetros habituales y encarar las paradojas que la dominan.
Igual que las imágenes de los dos gritos, frente a nosotros corren en paralelo el absoluto fracaso de autoridades federales, estatales y municipales para dar seguridad a Ciudad Juárez, y la incapacidad de la prensa para organizarse, de manera solidaria, para protegerse frente a los violentos y así poder informar.
En México ha sido al revés. Casi nadie se acuerda de los 60 nombres de los reporteros de fila asesinados en los últimos años y la solidaridad del gremio es tan escasa como los diamantes.
La emergencia por la que atraviesa el periodismo mexicano no se puede enfrentar sin solidaridad; sin una batalla conjunta entre todos los medios por exigir al Gobierno sus responsabilidades; sin que medios grandes, nacionales, apoyen a medios chicos, locales; sin mecanismos para que la información que se reprime o se autocensura en una ‘plaza’ se pueda publicar por fuera de ella; sin políticas de protección y seguridad discutidas en las redacciones y respaldadas con recursos por propietarios y editores.
Construir esta solidaridad toma tiempo, como demandan muchos muertos y muchos horrores empezar a mirar críticamente la cobertura, revisar los parámetros habituales y encarar las paradojas que la dominan.
Igual que las imágenes de los dos gritos, frente a nosotros corren en paralelo el absoluto fracaso de autoridades federales, estatales y municipales para dar seguridad a Ciudad Juárez, y la incapacidad de la prensa para organizarse, de manera solidaria, para protegerse frente a los violentos y así poder informar.
Triunfan las mezquindades, las campañas disfrazadas de periodismo, las mentiras abiertas, con tal de pegarle a algún funcionario, a algún competidor.
Ganan los violentos.
Los muertos se acumulan.
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