La Calle
Luis González de Alba
Gilberto Guevara llama “la catástrofe silenciosa” al hoyo en que ha caído la educación pública en México, atrapada entre un gigantesco sindicato que detesta su trabajo, una dirigencia sindical que no da cuentas de los miles de millones de pesos descontados de forma obligada a cada profesor; una poderosa dueña del sindicato, enriquecida a niveles ofensivos sin explicación alguna porque no es sino maestra con licencia que conserva su salario mientras se dedica a labores sindicales… (la carcajada nacional es nivel 8 en la escala de Richter). El panorama da como resultado alumnos que no comprenden lo que leen, no saben realizar operaciones aritméticas sencillas y no tienen entusiasmo por nada.
Pocas ideas hacen más daño que la muy trivial de que el problema es que el gobierno se niega a proporcionar recursos suficientes: “A la educación se destina casi la cuarta parte del presupuesto total del país, y nadie sabe a ciencia cierta cuántos maestros hay, cuántas escuelas existen y cuántos profesores cobran sin trabajar en las aulas”. Pablo Hiriart, La Razón, 11.VIII.
“Hay miles de maestros comisionados a tareas sindicales, y otros tantos que están dedicados a darle mantenimiento a la maquinaria electoral de la profesora Elba Esther Gordillo, el Panal”. El dato más grave es que nadie sabe, ni la SEP ni el sindicato ni la maestra Gordillo cuántos son esos maestros comisionados. Durante el último conflicto en Oaxaca, se habló de diez mil sólo allí, en Oaxaca, dedicados a incendiar su ciudad con entusiasmo. Así que suman decenas de miles que todos pagamos, no dan clase y se dedican de tiempo completo a la “grilla”, la marrullería, el “apoyo a los compas” en alguna lucha social que pueda rendir beneficios.
Hemos creado un espejismo: que la educación superior es un derecho de toda la población porque es la puerta de acceso a la buena vida. Hasta algo así como 1960, en efecto, un título era garantía de vida profesional independiente, casa, auto, ascenso social para el pobre que terminaba con esfuerzo su carrera de medicina, granero de abogados para bufete elegante, de ingenieros para la compañía constructora. Ya no lo es, y fue eso parte del malestar que movió a los jóvenes en 1968: que el futuro se había nublado.
Cada año sin falta leemos que 120 mil jóvenes no podrán ingresar a la educación superior; también que un nuevo medicamento permitirá salvar miles de vidas. La verdad, lo primero me parece bien y lo segundo mal. No sé qué haríamos con un país lleno de licenciados y sin nada de qué morir para ir dejando lugar a mexicanos que se reproducen como cuyos.
Estamos convencidos religiosamente de que no hay salvación fuera de la universidad y sus sistemas de certificar conocimiento, pero ni usted ni yo le pedimos título al fontanero, al electricista ni al exitoso vendedor de materiales para la construcción que ha levantado su empresa contra los vientos de gobiernos estatales dedicados a entorpecer y las mareas de los errores macro económicos de la Federación.
Otros han aprendido el camino pedigüeño: Antorcha Campesina hizo marchar unos cientos de solicitantes por Guadalajara y amenazaron con instalarse a vivir en los prados de la Plaza de Armas, frente al Palacio de Gobierno. Piden casas: 500 en algunas zonas, 400 en otras. Volví a leer: piden casa y no les dan. Pues bien, yo no tengo casa propia y no se me había ocurrido la solución: que Antorcha exija casa para mí. Ah, porque la exigen, es su derecho. Y estoy seguro de que la Constitución, que todo ofrece a los mexicanos, en alguna parte ya tiene asentado el derecho inalienable a la casa propia. Quiero la mía.
Calumniador calumniado: Han transcurrido semanas y el cardenal tapatío no se ha disculpado ni mostrado pruebas de que Marcelo Ebrard sobornó a la Suprema Corte para que pasara el matrimonio y la adopción entre homosexuales. El ahora calumniado Ebrard calumnió hace tres años al centenar de mexicanos que suscribimos un manifiesto refutando el fraude alegado por AMLO. Ebrard declaró dirigiéndose a nosotros: “… abran los ojos y cierren las carteras, porque las evidencias del fraude sobran”. No mencionó ni una sola evidencia de tantas que sobran. Ni cuánto nos llegó a las carteras. Por lo que a mí respecta, fue al contrario: los organizadores me solicitaron una cooperación para pagar el manifiesto y avisé que no tenía. Firmé sin pagar. A los demás, les costó la publicación.
Mi novela con la Revolución mal librada: OLGA, (Planeta, 2010).
No hay comentarios:
Publicar un comentario