Héctor Tajonar
En términos reales y simbólicos, lo mejor de la noche del Grito fueron los hermosos fuegos artificiales. Lo demás quedó muy por debajo de las expectativas derivadas del presupuesto, ese sí fastuoso, destinado a la fiesta del Bicentenario en el Zócalo. El desfile fue caótico y en ocasiones ridículo, como el caso del Coloso, que sólo causó burla y confusión. Fue necesario que la SEP emitiera un boletín aclarando que la absurda escultura blanca no representaba a Zapata, Stalin (¡!), Colosio o Vicente Fernández, sino a “los miles de mexicanos anónimos, casi todos campesinos pobres, que participaron en el movimiento insurgente”. ¿Quién carambas supervisó y aprobó ese bodrio? Igualmente fallido resultó el Quetzalcóatl chinoide. La falta de calidad artística fue sustituida por supuestos alardes tecnológicos, tan costosos e inútiles como enormes y horrendos.
Es una pena que el saldo de las celebraciones del Bicentenario sea tan negativo: falta de visión, planeación y de un concepto rector; desorganización, improvisación, obras inconclusas, despilfarro presupuestal, mezquindad y miopía histórica, cambios e ineptitud burocráticos. Todo ello es el reflejo de un gobierno incapaz de mirarse al espejo de la historia con rigor e inteligencia, así como de ofrecer una senda de esperanza a los mexicanos.
A dos siglos del inicio del levantamiento que 11 años más tarde conduciría al nacimiento de la nación, hemos perdido la oportunidad de reafirmar el sentimiento de nacionalidad y de reconciliarnos con nuestro pasado, como quería Octavio Paz. La incapacidad para asimilar e interpretar críticamente el proceso histórico del país, con tolerancia y comprensión de sus protagonistas, se demostró en el empecinamiento de conmemorar sólo el inicio del movimiento independentista, no su culminación. Al igual que sus antecesores, Felipe Calderón no se atrevió a modificar el aberrante decreto enviado al Congreso por Luis Echeverría, en septiembre de 1971, en el que impuso a Vicente Guerrero como el único responsable de la consumación de la independencia, a quien por cierto tampoco mencionó el Presidente en el Grito del bicentenario. Agustín de Iturbide, artífice fundamental del nacimiento de México como nación independiente, sigue condenado al olvido por la historia oficial, priista y panista, en un acto no sólo de ingratitud, sino de cretinismo y desvergüenza intelectual.
A las simplificaciones y mutilaciones del pasado, defendidas con perseverante necedad por quienes desdeñan la verdad histórica, se suman el puño y el cerebro cerrados de quienes se aferran a interpretar el presente de México a través del vidrio oscuro de las dicotomías ideológicas, obstáculo, al parecer insalvable, que impide diseñar un futuro de prosperidad para el país en el novedoso contexto de los desafíos y oportunidades que ofrece el siglo XXI. El tránsito hacia el crecimiento, la competitividad y el desarrollo con proyectos de largo plazo como los instrumentados por Brasil, India y China, se ven frenados por la miopía de una casta política empantanada en la pequeñez de sus intereses y prejuicios.
El estancamiento del país se ha agravado por la inseguridad y violencia ocasionada por el crimen organizado, que además de aterrorizar a los mexicanos ahuyenta las inversiones y el turismo extranjeros. No obstante, resulta absurdo regodearse en la adversidad de la grave coyuntura que enfrenta la nación en su bicentenario, con el afán de culpar al actual gobierno de todos los males que aquejan al país, sin considerar que muchos de ellos, como el de la oprobiosa pobreza y desigualdad social, son ancestrales. La injusticia social que asombró a Humboldt ha sido paliada por programas como Progresa y Oportunidades, pero a pesar de ellos más de la mitad de la población (51.02 por ciento), es decir, 54.8 millones de mexicanos, viven en la pobreza; y más de 18 millones en pobreza alimentaria o extrema. Los rezagos en materia de educación, nutrición, vivienda y salud son tan graves como la desigualdad en la distribución del ingreso: 10% más favorecido absorbe cerca de 40% de la riqueza total del país, en tanto que 60% de la población de menores recursos recibe menos de 30% del producto nacional.
Pese a todo, México es hoy más libre y menos injusto que hace cien o 200 años, con el potencial para convertirse en la quinta economía del mundo dentro de 40 años, de acuerdo con una proyección de Goldman Sachs. El futuro de la nación debe equipararse a la grandeza de su cultura milenaria.
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