domingo, 26 de septiembre de 2010

Hace cien años, la prensa


Rafael Pérez Gay

26 de septiembre de 2010. El Universal

Brotarán hasta de las piedras las imágenes y los textos para conmemorar el
centenario del inicio de esa guerra civil que conocemos como Revolución
Mexicana. Colaboro a ese atasco histórico con algunos apuntes sobre el
periodismo mexicano de hace cien años. Durante mucho tiempo se extendió la
idea heroica de que la prensa de 1910 manaba tinta revolucionaria. Falso.
La mayoría de los periódicos era un desprendimiento de la paz porfiriana.
Las páginas de esos diarios incluían la crítica, pero sobre todo se
dedicaban a admirar los últimos momentos del régimen de Díaz.

Las dos imágenes finales del periodismo mexicano del XIX suceden en el XX.
Se trata de estampas violentas y desesperadas. Una de ellas recoge los
pasos de un terco, infatigable anarquista, la sombra de Ricardo Flores
Magón iniciando en 1904 la segunda época de Regeneración. El semanario
alcanzó una fuerza que su propio creador nunca imaginó. En Saint Louis
Missouri el diario llegó a imprimir 30 mil ejemplares de los que una parte
considerable circulaba clandestinamente en México. Al final de esa
aventura, Flores Magón fue capturado y el periódico suprimido. La otra
imagen cabe en dos palabras: incertidumbre y rebelión: El Imparcial, que
durante años simbolizó la prensa moderna, producto del progreso industrial
porfiriano, fue arrasado por las tropas zapatistas en 1912, una parte del
edificio porfiriano se caía a pedazos.

La edad apacible de la modernización produjo varios periodismos. Una
posible división de ese enorme buque de papel sería más o menos así:
primero, la esperanza, los años de construcción que van de 1876 a 1888. En
ese tiempo de ilusiones, la prensa no fue muy distinta de la
liberal-militante, era libre y las instituciones más batalladoras, El
Siglo XIX y El Monitor Republicano aún no perdían su poder crítico; se
funda además, El Diario del Hogar de Filomeno Mata en 1881 y El Tiempo de
Victoriano Agüeros en 1883 -uno liberal, el otro católico-. El patrocinio
directo fue una de las armas más eficaces que usó Porfirio Díaz;
subvencionando compitió y arruinó a la vieja prensa peleonera. Así, en
1878, un grupo de escritores fundó La Libertad, la casa del positivismo.

La segunda etapa de la prensa de esos años fue la del entusiasmo; va de la
llegada de los “científicos”, en 1888, a la cuarta reelección de Díaz, en
1893. Los diarios fueron entonces menos libres; la figura presidencial,
monárquica y su autoritarismo feroz. El comentario crítico desaparece de
los periódicos y la oposición vive el trajín de las persecuciones y las
visitas a la cárcel de Belén. Los diarios que alcanzaron mayor vuelo en
esos años fueron El Partido Liberal, que se fundó en 1880, y El Universal
(1890). Si la voz política se esfuma de las columnas, la literatura
aparece con una fuerza inopinada.

La tercera fue la industrial y, también, la de la desilusión; avanza rumbo
al desmoronamiento del régimen a partir del año 1896 y va a parar al nuevo
siglo, en el turbulento 1907. Se trata de un sueño vencido, del derrumbe
de la mentira porfiriana enamorada de sí misma. El líder, el máximo
entrepreneur de los linotipos y las imprentas, es Rafael Reyes Spíndola,
quien importa técnicas nuevas de periodismo norteamericano, encumbra al
reporter, impulsa la interview y arrincona a los escritores como si fueran
adornos prescindibles, anacrónicos, inútiles.

No toda la prensa sucumbió a la obsesiva idea del progreso: la suma de
esos años trajo, también, muchos periódicos de oposición: los
desconfiados, los aguafiestas que no entraron al banquete de la esperanza.
Pero el fundamento de esa prensa vivió de una doble paradoja: fueron los
desesperanzados y, en realidad, los que más se alimentaron de esperanzas;
fueron los desilusionados y, a pesar de la crítica que los hacía editar
esforzadamente, los verdaderos soñadores de la empresa periodística. Así,
El Diario del Hogar, El Monitor Republicano, El Hijo del Ahuizote, entre
los liberales, y El Tiempo o La Voz del Pueblo entre los católicos, se
convirtieron en portavoces de la secreta confianza en el cambio
inesperado. Esa línea de periodismo batallador tuvo su momento culminante
en 1893, cuando aparecieron El demócrata, La Oposición y La República
Mexicana. Obtuvieron con sus páginas logros insólitos; por ellos, se
removieron gobernadores y cayeron regidores. Pero Díaz no se los perdonó.

(El próximo domingo: “El periodismo y la violencia”).



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