La palabra "Potemkin" se usa para describir una fachada diseñada con el objetivo de tapar hechos indeseables.
El vocablo proviene de una actividad asociada con el príncipe Potemkin, quien erigió pueblos de cartón para
impresionar a la emperatriz Catherine II durante su visita a Crimea en 1787. Pero detrás de las hermosas
fachadas no había absolutamente nada. Todo era una aparatosa construcción erigida con el objetivo de
engañar, tapar, ocultar. En México tenemos ahora a un político Potemkin que intenta hacer lo mismo.
Enrique Peña Nieto ha armado una carrera política que recurre a los mismos métodos usados por el noble ruso.
Usa la televisión para encantar. Usa la propaganda personal para seducir. Usa al Congreso local para apuntalar sus ambiciones presidenciales. Todo ello esconde una realidad que es posible vislumbrar atrás de la fachada y debajo del copete.
Es la realidad de un hombre temeroso, un político miedoso, un candidato que se ve obligado a pasar leyes a modo para limitar la competencia a la cual no se quiere enfrentar. La "Ley Peña" que elimina las candidaturas comunes en el estado de México desnuda al cobarde que el gobernador mexiquense lleva dentro.
Alguien que en situaciones de emergencia piensa con las piernas, como dijera famosamente Ambrose Bierce.
Alguien que prefiere ser percibido como pusilánime antes que correr el riesgo de que el PRI pierda la elección y él pierda la Presidencia. Peña Nieto opta por eludir en vez de enfrentar; opta por imponer en vez de competir; opta por violar el espíritu de la democracia con tal de ponerla a su servicio. Escondido tras la fachada del modernizador, asoma el autócrata.
Y sí, Peña Nieto usa el vocabulario del nuevo PRI pero una y otra vez recurre a las tácticas autoritarias del partido que lo parió. Denosta las candidaturas comunes y tan sólo ocho días después logra que el Congreso mexiquense las elimine. Critica "la lucha del poder por el poder mismo" e incurre en aquello que ve con tan malos ojos.
Ataca a quienes promueven "una democracia sin contenido" mientras se erige en su principal artífice.
La "Ley Peña" huele a viejo, a rancio, a prácticas priistas del pasado que el gobernador promete haber superado.
Argumenta en su Quinto Informe de Gobierno que sería un error equiparar el regreso del PRI con una regresión, y luego cambia las reglas del juego en su estado para constatar precisamente eso. Argumenta que aspira a una renovación de fondo, para después demostrar que nunca ha creído en ella.
En la película High Plains Drifter, Clint Eastwood dice "es lo que un hombre sabe de sí mismo lo que lo atemoriza".
Y Peña Nieto acaba de demostrar que teme una alianza PAN-PRD en el estado de México. Teme perder el semillero de votos priistas que su entidad tendría que proveer en la contienda presidencial. Teme perder la candidatura que con tanto esmero Televisa le ha ayudado a edificar. Teme no ser el político imbatible por el cual 7 de cada 10 priistas votarían según encuestas recientes. La aterroriza saber que sin una victoria en el estado de México en el 2011 no habrá un arribo a Los Pinos en el 2012.
Algunos dirán ante la clausura de las candidaturas comunes que el fin justifica los medios, que en el fondo se trata de una sofisticada estrategia electoral, que Peña Nieto está siendo pragmático y no miedoso. Pero la falta de una buena explicación tan sólo comprueba la cobardía, tan sólo subraya la ausencia de una buena espina dorsal.
Y ojalá que el descubrimiento del político Potemkin lleve al escrutinio de todo lo demás que esconde. El estado de México convertido en territorio Barbie. El caso de Paulette y la incompetencia política que demostró.
Los decapitados en La Marquesa y la falta de explicaciones convincentes al respecto. Los secuestros, las extorsiones, los robos y la criminalidad que corroe a la casa mexiquense. El hecho de que 60 por ciento de los encuestados señala la inseguridad pública como el problema principal que Peña Nieto no ha logrado encarar.
La larga lista de problemas estructurales que han sido enterrados por el pueblo Potemkin presentado en la pantalla. Allí sólo hay éxitos, aplausos y compromisos cumplidos por un político de cartón.
El miedo que Peña Nieto ha intentado ocultar puede tener efectos paradójicos. El temor no sólo anticipa la mala fortuna; puede precipitarla. Al obstaculizar las candidaturas comunes, el mexiquense le está abriendo la puerta a la única opción que le queda tanto al PAN como al PRD. Una coalición con una plataforma común.
Una candidatura fortalecida por metas compartidas y objetivos preestablecidos. Una alianza más fuerte incluso que las forjadas en Puebla, Oaxaca y Sinaloa. Si el objetivo en esas entidades fue remover cacicazgos, en el estado de México el imperativo se vuelve evitar que ocupen la silla presidencial.
Parar al político Potemkin y evidenciarlo. Frenar al candidato de cartulina y revelar cuán frágil es.
Recordarle que su carrera política es una creación de Arturo Montiel y jamás perder la oportunidad de preguntarle a su progenitor: ¿qué tal durmió?
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