viernes, 3 de septiembre de 2010

MALECÓN(FRAGMENTO)



Como diría la abuela: recordaste un domingo muy temprano y bajaste a la

playa en busca del pirata que asaltara tu sueño y enterrara sus cofres

herrumbrosos, cargados de reliquias, casi bajo tu lecho.

 Buscaste por la orilla, removiste las piedras y la lamas, las vísceras  del pargo

y de la raya, del botete y el bagre, los huesos casi arena del  pelícano.

Escarbaste, escarbaste hasta que brotó el agua entre tus manos pero nada de

aquello, ningún collar de perlas, ningún cetro de oro, ni diamantes ni nada 

parecido.

 Quizás no era la hora mañanera la ideal para buscar tesoros.

 Quizás la noche con sus fosforescencias, fuera el tiempo propicio para los

gambusinos.

 Por lo pronto, que el día continuara jugando en la bahía, desenterrando

conchas, caracoles zumbones, piedras porosas, y una que otra moneda  de

cobre, con un sol imborrable en sus adentros, que alguna vez valió veinte

centavos.

 Y apretando el botín contra tu corazón filibustero, seguiste con tu trote

lanzando piedrecillas contra la superficie, haciéndolas saltar, hundirse y

emerger como seres marinos, tres, cuatro, cinco, veces.

 ¿Podrías llegar a seis?

 Hasta que aquel jolgorio de auras, remolino de oscuros zopilotes, enturbió la

mañana del domingo. El  cuerpo de un hombre flotaba de "a muertito" entre la

espuma y los sargazos de la orilla.

 Era seguramente un gringo, su piel blanca cocida por las sales y soles de su

insólito viaje submarino. Las mojarritas le mordían los labios desflorados; los

muleginos le chupaban un pedazo de sexo; los  cangrejos cargaban con los

ojos y los botetes le picaban el pecho.


 Soltaste la moneda de cobre, la del sol enterrado, la que alguna vez valió

veinte centavos, y corriste  a  casa a despertar a todos,  a reciclar el miedo.

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