Carta de viaje
Carlos Tello Díaz
Las fiestas del Centenario de la Independencia culminaron en septiembre de 1910 con la inauguración de obras y monumentos que son parte del paisaje de la capital de México. Su objetivo era claro: celebrar una ideología (el liberalismo), un régimen (el Porfiriato) y un individuo (el general Díaz). Entre las obras inauguradas había una que evocaba el pasado prehispánico: las ruinas de Teotihuacán, excavadas por Leopoldo Batres, visitador y conservador de monumentos arqueológicos, quien había tenido que levantar las vías del ferrocarril que cruzaba la Calzada de los Muertos. Había otras que simbolizaban los dos momentos más importantes del siglo XIX: la Columna de la Independencia, obra del arquitecto Antonio Rivas Mercado, quien para estar a tiempo colocó la primera piedra en 1902, y el Hemiciclo a Juárez, levantado en la Alameda a sugerencia de Limantour para celebrar el triunfo del jefe de los liberales en la guerra de Reforma. Había edificios que glorificaban el país de los bienaventurados, como el Teatro de Bellas Artes y el Palacio de Comunicaciones, y edificios que atestaban al mundo de los excluidos: el Manicomio de la Castañeda y la Penitenciaría de Lecumberri. Hubo también una inauguración más, la de la Escuela Normal para Maestros, donde nació la Universidad Nacional de México.
El 22 de septiembre de 1910, en la mañana, Porfirio Díaz inauguró la Universidad Nacional de México, que a partir de 1929 sería la UNAM. Fue un acto académico y político que tuvo lugar en el Anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria, ubicada en el antiguo Colegio de San Ildefonso. Diez intelectuales obtuvieron, ese día, el doctorado honoris causa. En mayo de 1910 había sido publicada la ley constitutiva que instituyó el cuerpo docente de la Universidad. La Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, a cargo de Justo Sierra, quedó al frente de la Universidad, que sería dirigida por un rector nombrado por el presidente de la República y un Consejo Universitario. La Universidad surgió en torno de la Escuela Nacional Preparatoria, a la que fueron sumadas las escuelas de Jurisprudencia, Medicina, Ingeniería, Bellas Artes y Altos Estudios. La víspera de la inauguración, la noche del 21 de septiembre, hubo una recepción ofrecida en la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes en la que participaron intelectuales de renombre que llegaban en representación de sus universidades, entre ellos Alfred Tozzer (Harvard), Eduard Seler (Berlín) y Leo S. Rowe (Pennsylvania). También estaba ahí presente, si la memoria no me engaña, el gran arqueólogo Sir Alfred Maudslay.
Después del acto los invitados se dirigieron a la Escuela Normal para Maestros, donde Sierra tomó la protesta al rector, don Joaquín Eguía Lis, un hombre ya grande, de 77 años, miembro del Colegio de Abogados y de la Sociedad de Geografía y Estadística. Eguía Lis, quien había sido rector de San Ildefonso en los años del Imperio, sería rector de la Universidad en los años de la Revolución, entre 1910 y 1913 —años en que tuvo que lidiar con cuatro presidentes y ocho secretarios de Instrucción Pública. En el discurso con el que lo presentó, Justo Sierra recordó que la Universidad tenía precursores: “el gremio y claustro de la Real y Pontificia Universidad de México”, pero añadió: “no tiene árbol genealógico” (Fiestas del Primer Centenario, p. 99). La Universidad nació en 1910. Evocar su origen es reconocer las continuidades, no sólo las rupturas, en la historia de México. La UNAM nace de lo mejor del Porfiriato: la convicción humanista de Justo Sierra, y lo mejor del Imperio de Maximiliano: la vocación pedagógica de Joaquín Eguía Lis.
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