Rafael Pérez Gay El Universal 19 de septiembre de 2010 No deja de asombrarme en los festejos del Bicentenario la incapacidad para celebrar nada que no sea la historia de bronce. No he leído una sola mención dedicada a la vida de la Nueva España y a las creaciones del naciente siglo XIX. Salvo el barco de papel de El Diario de México, fundado en 1805 gracias a Jacobo de Villaurrutia y Carlos María de Bustamante, nadie quiso recordar una pizca de la poesía neoclásica que se publicaba precisamente en las páginas de El Diario de México cuando lo dirigió Juan Wenceslao Barquera, no leí en estos días bicentenarios ni una palabra sobre las Gazetas, en fin, sólo cañonazos y loas a la gesta heroica. Pero el mayor asombro radica para mí en el hecho de que ningún periódico le haya dedicado en estos días al menos una semblanza a uno de sus ancestros fundamentales: Lizardi. El periodismo insurgente fundó las letras de combate de la prensa en México, pero fue Lizardi quien encarnó la figura del primer periodista de la Nueva España. Más que ningún otro escritor de la época, José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827) es hijo directo de Cádiz: nueve días después del anuncio oficial de la Constitución aparece el primer número de El Pensador Mexicano. Dos meses después de la proclama, Fernández de Lizardi es encarcelado y la libertad de prensa suprimida. Ese periodista será fervoroso partidario de un alto oficial criollo, perteneciente a una familia de hacendados, que combatirá y pactará con Vicente Guerrero: Agustín de Iturbide. Luis González y González escribió que la ciudad de México ha tenido siempre debilidad por las entradas triunfales, así Lizardi con las tropas del ejército de las Tres Garantías. En 1825 se le otorgó el grado de capitán, por supuesto de espada virgen, y se le encomendó la dirección de la Gazeta. Las cartas de vida muestran episodios de cárcel, excomunión, miseria, persecuciones y una hazaña que fundó una tradición cultural. Lizardi escribió una obra vastísima. Entre 1812 y 1827 inventó y escribió nueve periódicos: El Pensador Mexicano (1812-1814), La Alacena de Frioleras (1815-1816), Los Cajoncitos de la Alacena (1815-1816), Las Sombras de Heráclito (1815), El Conductor Eléctrico (1820), El Amigo de la Paz y de la Patria (1822), El Payaso de los Periódicos (1823), El Hermano del Perico que Cantaba la Victoria (1823), El Payo y el Sacristán (1824-1825), Correo Semanario de México (1826-1827). Paralelamente escribió folletos (1811-1826) —Luis González Obregón registra más de 300—, Poesía (1811), Fábulas (1817), teatro y cuatro novelas: El periquillo sarniento (1816), La Quijotita y su prima (1817), Noches tristes y día alegre (1818) y Vida y hechos del famoso caballero Catrín de la Fachenda (aprobada por la censura en 1830 y publicada en 32). El tejido de esa obra muestra una amplia crónica de la Nueva España: relatos y opiniones del gobierno, de sus leyes, de la ciudad y sus habitantes, de sus malestares, de sus lugares. La prosa narrativa de Lizardi aspira a descubrir la esencia de las costumbres, el mosaico de algo que podría llamarse, en principio, identidad mexicana. El casi inabarcable trabajo periodístico lizardiano puede dividirse en dos etapas que son, a su vez, la evolución política y literaria de Lizardi: una, la que inaugura El Pensador y cierra con los últimos números de Los Cajoncitos de la Alacena. Luego hay un intermedio novelístico. La segunda va de El Conductor Eléctrico al Correo Semanario de México. La primera habla del escritor obsesionado en dos defensas: la libertad de imprenta y la Constitución de Cádiz. Frente a la censura, Lizardi insinúa, se oculta en temas que parecen triviales —la experiencia, la belleza, el egoísmo—. La otra cubre un Lizardi decididamente narrador y un político definido: la Inquisición y la Constitución son los temas centrales. El mejor de sus periódicos, El Payo y el Sacristán, el más literario, despliega su habilidad para el diálogo, el perfil de tipos populares y costumbres mexicanas, el tema eclesiástico-militar y el advenimiento de la república. Con esta madera esta hecha la proeza cultural de Lizardi. A muchos observadores de la realidad de nuestros días les resulta difícil entender que cuando las naciones se convulsionan y hay violencia, inseguridad, incluso desconcierto, al mismo tiempo ocurren muchas cosas, creaciones por donde pasa la vida misma. Me explico: mientras Hidalgo encabezaba a la turbamulta enardecida, mientras Morelos realizaba la campaña del sur, Lizardi fundaba el periodismo de México. No hay análisis político o crónica de época que pueda evadirse de esta ley de la historia.
domingo, 19 de septiembre de 2010
Lizardi
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