entierro a perfumar su boca, yo estaría en su banqueta cada noche y escucharía su pregón sobre las
reumas y los gatos que rondan su cocina:
“Había un gato amarillo muy lamido, todavía no nacías; tu tata…”
Me contaría que hubo una vez una cantina, rumbo de marineros y soldados, trovadores y putas, que
maldecían la vida calentando pistolas y cuchillos al compás del trombón el tololoche, y salían a
ver el carnaval que se hacía tarde en las calles sitiadas por las máscaras.
“Uhh, aquel militar, si vive, seguro que se acuerda; tu tio lo destrozó por desgraciado, era malo y
feo como buen tahualila …
La cantina cerró, y tú creciste, de aquellos tiempos sólo queda un cierto olor a hombre, agua
estancada, aliento de mujer, y un rencor de alcoholes crepitando en los muros y el piso de tierra”.
-Ya vuelve el Korrigan
-Parece una ballena vieja…
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