martes, 14 de septiembre de 2010

Tijuana Noir



La hora del lobo

Federico Campbell

Si necesitas algo, nada más chifla.
—Humphrey Bogart en
Tener o no tener
A los franceses se les ocurrió primero llamarle negra (noir) a la novela policiaca porque de ese color era la colección lanzada por la editorial Gallimard en 1946, apenas terminada la guerra. Y así, por extensión, una revista de los años veinte en Nueva York adoptó el título de Black Mask y sus colaboradores —como Dashiell Hammett y Raymond Chandler— pasaron a la historia como padres de la novela negra estadunidense. Al cine de gángsters de los años cuarenta, cuyos rostros correspondían a Humphrey Bogart o a Robert Mitchum, también se le identificó como cine negro. Hace ya un año que pasa por televisión una película de dibujos animados de la misma onda: Film Noir.
Y es precisamente en ese contexto histórico y literario que Eduardo Flores Campbell escribe su primera novela, Tijuana Noir. A long short story *. Desde sus primeras páginas se va desgranando poco a poco la investigación de un asesinato: el de un sacerdote católico que se cometió bajo fuegos cruzados en el aeropuerto de Tijuana. La trama pretende mostrar, sin competir con el realismo de la prensa diaria, las relaciones entre representantes del Estado —no hay que olvidar que policías y políticos tienen la misma raíz etimológica—, la Iglesia y el crimen organizado.
Tijuanense nacido en San Diego, E. Flores Campbell escribe en inglés y quiere retratar el imaginario colectivo de la Tijuana de los años noventa en el que nunca se previó que las cosas iban a ponerse peor. El tic tac de la novela se oye y sigue muy bien gracias al talento y la pericia del narrador, que siempre está consciente de que el narcotráfico es el contexto, no el texto; el continente, no el contenido; la taza, no el café. Sabe que la crónica periodística cotidiana va por delante de la recreación novelesca y por lo tanto aspira a más, a una mayor densidad y a las otras sutilezas y paradojas que supone la complejidad de los seres humanos. Sabe que, muchas veces, el poder supera a la ficción.
Y así van compareciendo un asesino que trata de borrar sus huellas, un Procurador en el que nadie confía, un detective privado al estilo de los años cincuenta (tipo Robert Mitchum), y una arquetípica famme fatal que le pone pimienta al asunto. Tijuana Noir tiene la plasticidad del cine negro de los años cuarenta y no desdeña una galería de personajes miserables, condenados, marginales, que vienen de la crónica policiaca tijuanense, la cultura pop y la experiencia crucial que supone la vida en la frontera.
En una nota que no disimula cierta coquetería literaria, en el mejor sentido; Flores Campbell agradece a quienes le han contado múltiples anécdotas de orden criminal y a su padre, Jesús Flores, con quien compartía el gusto por las viejas películas policiacas rescatadas en la televisión.
De imaginar una adaptación cinematográfica de su novela, EFC dice que en ausencia de Robert Mitchum, Charlton Heston, Ricardo Montalbán y Jane Greer, se tomaría la libertad de incluir a Robert Downey Jr., Clive Owen y Diego Luna, dirigidos, por supuesto, por el talentoso y admirado Alfonso Cuarón.
Para inspirarse dice que cuando escribía escuchaba a Michael Bublé (su versión de “Fever”) y a Patricia Kaas (su interpretación de “Scene de Vie” y “A l’enterrement de Sidney Bechet”).
Bravo.
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