viernes, 17 de septiembre de 2010

Para dejar de ser mexicanos



por Guillermo Vega Zaragoza
(Publicado en Trinchera. Política y Cultura, Edición Especial, 15 de septiembre de 2010. Se pueden bajar la revista completa desde scribd.com)

A propósito de los festejos del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución, mucho se ha escrito para criticar, denostar y vilipendiar (poco en realidad para ensalzar) el programa del gobierno federal para conmemorar estas fechas; significativas, sí, para recordar y celebrar, pero sobre todo que deberían servirnos para reflexionar acerca de la nación que somos, cómo hemos llegado a serlo y qué queremos ser en el futuro.

También han aparecido muchas novelas sobre personajes históricos que buscan “humanizar” a los próceres nacionales, bajarlos del pedestal y mostrar una faceta alejada de la estampita y los libros de texto. Otros volúmenes hay que se preocupan por hacer una revisión de la historia oficial, tratando de equilibrar los hechos, los mitos y las mentiras. Entre estas obras destacan varias, tales como 
Arma la historia. La nación mexicana a través de dos siglos, coordinado por Enrique Florescano, (Grijalbo, 2009); Contra la historia oficial, de José Antonio Crespo (Debate, 2009); La culpa de México. La invención de un país entre dos guerras, de Pedro Ángel Palou (Norma, 2009); Mitos de la historia mexicana: de Hidalgo a Zedillo, de Alejandro Rosas (Planeta, 2006); Las mentiras de mis maestros, de Luis González de Alba (Cal y Arena, 2002), El Gatuperio. Omisiones, mitos y mentiras de la historia oficial, de Juan Miguel de Mora (Siglo XXI, 1993), e incluso la Nueva Historia Mínima de México (El Colegio de México, 2004).

Sin embargo, poca atención se le ha dado en el medio cultural (y no se diga en los medios masivos de comunicación) a un libro que está llamado a convertirse en el sucesor de 
El laberinto de la soledad, de Octavio Paz, como referencia para entender lo que somos los mexicanos a principios del nuevo milenio. Se titula La increíble hazaña de ser mexicano, de Heriberto Yépez. Quizá este desaire se deba a la poco afortunada portada, e incluso al subtítulo, que intenta jugar con el formato de los llamados “libros de autoayuda” (“Una obra de superación nacional para reír y pensar”, ocurrencia debida, quizá, a los genios mercadólogos de la editorial).O, a lo mejor, simplemente se deba a que su contenido es sumamente incómodo de aceptar para cualquier persona que en sus documentos de identidad aparezca la “mexicana” como nacionalidad.

En efecto. Yépez es un escritor, filósofo y psicoterapeuta avecindado en Tijuana. Desde ahí ha tenido la oportunidad de avistar lo mejor y lo peor de México y Estados Unidos; ha diseccionado lo mejor y lo peor de ambos países, las taras y monstruos en los dos lados de la frontera. Por ejemplo, en 
El imperio de la neomemoria (Almadía, 2007) —por mencionar un volumen de su amplia bibliografía, que abarca la novela, la poesía, el ensayo y la traducción— diseccionó el sistema de recuerdos colectivos que le ha permitido mantener la ilusión de unidad a una nación de migrantes como los Estados Unidos. Ahora, enLa hazaña… se dio a la tarea de analizar la psicohistoria de una nación que se resquebraja por su propia inercia: la inercia de persistir en ser lo que, desde el poder, le han dicho que debe ser “el mexicano”, porque “como México no hay dos” (afortunadamente), y “qué le vamos a hacer, así somos y ni modo, compadre”.

En efecto, Yépez adopta, irónicamente y como instrumento para acercar al lector, la forma del “manual de superación personal”. Pero sólo en apariencia. Muy pronto apela directamente a su interlocutor y lo increpa, sin concesiones: “No estoy aquí para agradar a nadie… Si deseas una recomendación amistosa, no pierdas tu tiempo tratando de huir de lo que ya es evidente: el mexicano es la causa principal de su propia miseria. Él mismo es quien a cada instante reinstala en su ser el aparato autoritario (destartalado) que lo mantiene insatisfecho y miserable”.

El autor no deja títere con cabeza. Uno a uno va destazando los “misterios del alma mexicana”, esos a los que apelan con tanto entusiasmo los políticos y locutores de televisión: que somos “la raza del maíz”; que somos sufridores y aguantadores; que respetamos a la madrecita santa y somos bien desmadrosos; que le tenemos miedo al cambio, pero somos bien querendones; que de todo nos reímos, pero somos bien pendejos; que le rendimos culto a la máscara, al Santo y a Pedro Infante; que privilegiamos la falta de lógica y sentido común para hacer las cosas; que nos persiguen las tragedias históricas; que no sabemos el origen de la violencia y la inseguridad, y que no hemos podido erradicar al priísta que todos llevamos dentro y que es el germen del sistema autoritario que aún nos gobierna.

“La miseria económica y la descomposición social se extienden con celeridad; el retraso de todas nuestras estructuras se ha hecho evidente para todos. Indagar exactamente a qué se debe la decadencia de nuestra sociedad es nuestro problema más urgente”, alerta Yépez, y nos muestra el resultado y síntesis de su paulatina investigación a través de la psicoterapia, la sociología, la antropología, la literatura, la filosofía y la vida cotidiana.

En principio, el “viejo mexicano”, como lo llama Yépez, es un ser escindido, que vive atado al pasado en lugar de vivir en el presente; que tiene miedo de cambiar porque le han dicho que todo aquel que busca el cambio, que busca sobresalir, no puede ser bueno; que es mejor ser pobre y puro que exitoso e impuro (no por nada el personaje mexicano por antonomasia es un luchador enmascarado que se llama El Santo). Este tipo de mexicano que somos actualmente es producto de los setenta años de dominio del PRI. Desde luego, los orígenes se encuentran en las raíces de nuestra nacionalidad: el encuentro entre europeos e indígenas americanos.
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Yépez no se retrasa en revisar las obras de otros autores que han analizado ese algo que se ha dado en llamar “la filosofía de lo mexicano”, desde Samuel Ramos hasta Roger Bartra, pasando desde luego por Paz, pero detrás de sus agudas observaciones y reflexiones está presente la crítica a esas visiones estáticas y ya poco útiles acerca del “ser del mexicano”. Además, a diferencia de todas esas obras filosóficas o antropológicas que solamente se dedican a describir y criticar nuestra forma de ser pero sin aportar soluciones, el libro de Yépez plantea puntos específicos sobre los cuales el mexicano, si quiere dejar de serlo, debe empezar a trabajar de inmediato para modificar su realidad. El primer paso: aceptar voluntariamente su autoaniquilación. Es decir, emprender un verdadero cambio de valores y creencias para convertirse en un “nuevo mexicano”, “posmexicano” o metamexicano”, como quiera llamársele. Yépez pone el dedo en las llagas más lacerantes: la solución pasa, inevitablemente, por la educación y la autocrítica, por el dejar de echarle la culpa a los demás (al gobierno, a los políticos, a los partidos, a los gringos, a la globalización, al vecino, a Dios… a lo que sea, pero nunca a uno mismo) y emprender un proceso de renovación auténtica, que es posible, pero que va a costar mucho trabajo.

Yépez se lanza aún más allá de lo planteado por José Vasconcelos (no por casualidad al mismo tiempo han aparecido tres conferencias dictadas por el autor de 
Ulises criollo en Estados Unidos en 1926, traducidas por el propio Yépez y publicadas por Almadía bajo el título de La otra raza cósmica). Afirma: “Lo que el nuevo mexicano profundo desea es inventar una civilización sin fronteras. La primera civilización continental. Lo que el nuevo mexicano desea es ser el primer hombre continental americano. Para hacerlo, necesita hacer una seria labor autocrítica en que localizará todos sus rasgos rígidos que no obedecen a los desafíos del presente sino a las inercias heredadas, que no siguen a las percepciones de la realidad actual sino a los sentimientos acumulados. Abandonará todo aquello que es memoria por aquello que es ahora”.

Se puede estar o no de acuerdo con lo planteado y propuesto por Yépez, pero no se puede permanecer impasible ante su exigencia de reflexión y autocrítica. No es agradable la lectura de este libro y al mismo tiempo no deja de ser fascinante. Aquel que no se sienta aludido en un 99 por ciento se deberá a que es noruego o birmano, o simple y sencillamente a que no quiere reconocer que la raíz de nuestros problemas somos nosotros mismos, y que la única forma de resolverlos es dejando de ser mexicanos —“mexicanos” como lo entendemos hasta ahora— y convertirnos en un nuevo tipo de mexicano, en el “nuevo mexicano”.

No exagero cuando digo que tanto el autor como la editorial deberían renunciar a sus ganancias y aceptar la distribución masiva de este libro por todos los medios posibles para hacerlo llegar a todo aquel habitante de este país que sepa leer. En lugar de andar enviando banderitas y organizando espectáculos derrochadores, deberíamos armar una pira gigantesca donde inmolemos nuestros miedos, nuestras taras y nuestras culpas y resurjamos del fuego como una nueva raza, más íntegra y valiente, más justa y tolerante; en suma, que viva el hoy y sea feliz. Habrá que ver si tenemos las agallas de lograrlo.

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