Juan María Alponte
Casi a la vez Inglaterra ha vivido unas elecciones generales y, Alemania, unas elecciones regionales (las de Renania el corazón industrial del país) y los resultados, en el seno de la gran crisis mundial, han sido aleccionadores. En Inglaterra el Partido Laborista, partido gobernante con Gordon Brown de Primer Ministro, ha sido derrotado por el Partido Conservador cuyo líder, David Cameron, para gobernar tendrá que establecer una alianza difícil con los liberales demócratas cuyo líder, Nick Clegg, que fascinó a los ingleses en los primeros debates televisivos, vive el mayor de los agobios: negociar con los conservadores cuando su ideal hubiera sido negociar con el Labour Party. Ante esa posibilidad Gordon Brown dimite para abrir esa oportunidad. Con él sería imposible.
Un Parlamento sin mayoría y un hecho claro, el Labour Party, en la crisis (como ocurrió en la histórica y reciente elección del Parlamento Europeo donde la derecha fue predominante), al igual que los socialistas en Europa, no pudo sugerir, proponer, imponer una lectura de la catástrofe económica, cuya responsabilidad recae, sin duda, sobre el sistema bancario y financiero.
Esa ausencia de un proyecto esperanzador de izquierda racional y democrático ante sociedades maduras y definidas por el Estado Bienestar sobrecoge. No ha existido un discurso válido, rechazando el radicalismo verbal, pero estableciendo las bases de un proyecto colectivo que alentara el tránsito hacia el siglo XXI.
Ese absoluto y grave déficit de análisis revela, en el fondo, la crisis ideológica de Inglaterra donde el largo periodo de Margaret Thatcher liquidó la omnipresencia de un sindicalismo trasnochado que no fue capaz de pasar de un siglo a otro. La “Dama de Hierro”, hoy en la Cámara de los Lores, sabe que terminó con una época, cierto, pero no produjo otra. El país quedó anclado y el torrente llamado Tony Blair no fue capaz de asumir un liderazgo verdadero. Se metió en Irak con Bush y su crédito se liquidó.
No hubiera sido necesario nada más que una lectura a fondo de Adam Smith, la cabeza del liberalismo económico, para asumir que su famoso apotegma, casi religioso, de que las contradicciones del mercado se resuelven por sí mismas, por medio de una “mano invisible”, y que el Estado no debía intervenir en la economía, había estallado y que era preciso ofrecer una nueva hipótesis. Adam Smith ha muerto, sin dinamita ni suicidas con una bomba al cinto, en razón de una inmensa, dura e irreversible demostración real. Ese hecho, difícilmente controvertible, no ha servido para nada ni ha impedido que, en el fondo, la revolución que no pudo prever Adam Smith, la realizó el capitalismo, asumiendo la estructura del Estado democrático, para convertir al Estado –lo que hoy es- en la Oficina Privada de un Poder Económico irresponsable en sus centros claves: el bancario y el financiero.
El silencio de los socialismos europeos ante la crisis (silencio en el sentido dialéctico de NO ofrecer una alternativa a la catástrofe desde un discurso que aceptaran, racionalmente, las nuevas clases medias de los países desarrollados) ha sido la prueba de una defunción histórica. Mejor dicho, de una autopsia pública, realizada ante las sociedades paralizadas por el espectáculo. Pero ¿y la alternativa?
La derrota del Labour Party en Inglaterra ha tenido, como réplica, la derrota democristiana de Ángela Merkel en Alemania al perder las elecciones en el Estado de Renania (lo que ella temía) al tener que asumir, con dudas lamentables, la obligación moral y jurídico-política de acudir en auxilio de Grecia cuya defunción hubiera supuesto la del “euro”.
Tenía razón, Ángela Merkel, al asumir que el Estado de Renania, el centro industrial, en líneas generales, de Alemania, estaría en contra de la ayuda. Pero ¿podía aceptarse ese egoísmo esquizofrénico en una Alemania cuyo poder es indisociable, desde la posguerra, de su ingreso, pese al pasado, en la primera estructuración de una Europa unida?
El temor de Ángela Merkel de perder Renania (lo que la deja en minoría en la Cámara Alta) puede aceptarse, pero no puede entenderse, de ninguna forma, que la crisis de Grecia no hubiera sido anunciada, prevista y anticipada por el país decisivo de la Europa del euro. En ese sentido, la responsabilidad de Alemania, mirando sólo para sí como primer exportador del mundo (pronto China la dejará muy atrás) es inmensa. Caso igual el de los otros 15 países desarrollados del sistema de la divisa única.
En suma, ¿cómo no se tomaron medidas ex ante y cómo se dejó, a la intemperie, a Grecia o a una economía como la española levantada sobre el “ladrillo” y el “turismo” con la mano de obra barata de millones de inmigrantes? Lo mismo podríamos decir de Portugal o Italia.
¿Hacia dónde miraban las “instituciones” y los bancos centrales de la Comunidad Europea? Miraban hacia su ombligo y dejaron que los banqueros, dueños de la oficina privada que es el Estado, les sirvieran de portavoz de un sistema transnacional que se hundiría él sólo, de una manera irresponsable, en el cuadro de una codicia casi infantil.
Los electores de Inglaterra y después de Alemania han demostrado que su educación como ciudadanos era mínima y que la Sociedad Civil agarrada al “crecimiento” del PIB, al precio que fuera, generó, antes de la crisis, un fenómeno que la izquierda acéfala tampoco previó.
En efecto, al entrar en juego la etapa histórica de la “globalización”, la izquierda, atenida a sus ideas-fetiche auguró, contra mi criterio y otros más, que la globalización profundizaría la “brecha” entre países pobres y ricos. Era la simpleza; la simplificación. Ocurrió lo contrario. Lo que realmente supuso la “globalización” fue la concentración del Ingreso en los países más desarrollados –a la vez que los países emergentes despegaban- donde las Masas Salariales vieron contraerse entre el 8 y el 10% su participación en el PIB. Obama, en un texto que se ha eludido constantemente, lo revelaría con datos contundentes. Esa concentración del Ingreso (en el caso de México ni vale la pena hablar de ello puesto que desde generaciones la Masa Salarial ha representado el 30% del PIB, cifra superada por Francia en 1849), con la reducción de las clases medias y la irrefrenable codicia de banqueros y financieros internacionales (que, por cierto, fueron los “guías” de las “privatizaciones” en México) generaron una crisis que, como revelan las elecciones de Inglaterra y de Alemania, no representan, en modo alguno, una visión crítica de la historia, sino el “pánico” ante un futuro que, previamente, habían dejado, los pueblos, en manos de minorías irresponsables.
Ya sabemos lo que, en 1776, dijo Adam Smith y lo que, en nuestros días, dijo la realidad al acudir los Estados a salvar a los banqueros y a las transnacionales más famosas del mundo. Los mismos grupos de poder que, hoy, sin más, definen los esfuerzos para regular el sistema bancario y financiero, como medidas “socialistas”.
Ningún socialista contemporáneo pretende crear, de nuevo, el Estado Patrón, inmensa cueva de burócratas inútiles que impiden el desarrollo del Estado de Derecho. Sin embargo, no hay duda de que tiene que regularse el sistema bancario y financiero. El caso estadounidense, con los bancos más importantes del mundo dedicados al pillaje, lo revela. Pero es ostensible que no se ha aprendido la lección y que las mayorías –como en Alemania o Inglaterra- están narcotizadas por la televisión y el consumo primario –que ha hecho un mundo de obesos en un mundo de hambre- que no evoca ni la pasión por la calidad ni tampoco, por el desarrollo como prueba de una revolución cultural. Si se leyera a Hegel lo sabríamos. Según él “la Revolución es el tránsito de lo cuantitativo a lo cualitativo”. Como antítesis, el Presidente de Francia, Sarkozy señaló, en su día, que el que no tenga, a los 30 años, un Rólex, es que su vida ha sido inútil. Le traslado la proposición –que sabe el precio- a Roger Federer que fue el ancla publicitaria de esa marca universal exaltada por el Presidente de la Francia laica. Hijo de emigrante, Sarkozy, por cierto y, por ello nos pareció un paso adelante en el cambio. No ha sido así y lo grave, para él, es que Francia ya lo sabe.
Finalmente, el rescate del euro ha generado una euforia inmensa. ¿Tampoco se sabía que se jugaban la inmensa epopeya de una divisa única? ¿La euforia no es una vergüenza póstuma de niños que juegan con los Estados?
E-mail: alponte@prodigy.net.mx
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