domingo, 30 de mayo de 2010

MARCHA EN PHOENIX CONTRA LA LEY RACISTA



Por David Alberto Muñoz

Phoenix, AZ.- El día despertó tranquilo, la ansiedad que nuestra ciudad ha estado experimentando en los últimos meses pareciera haber desaparecido súbitamente, una mañana callada donde brotaron voces que ya no desean estar silenciosas, frecuencias de sonido que dejan perplejos a todos los ciudadanos, legales e ilegales, que viven dentro de este desierto cuya belleza se puede convertir en un candente infierno haga calor o no.

Nos levantamos temprano en preparación para la marcha que desde hace ya más de un mes estaban preparando asociaciones civiles y organizaciones de todo tipo, religiosas, políticas, tanto de la derecha como de izquierda, grupos humanistas, con tendencias de justicia social, cobijándose bajo el manto de lo nativo indígena, la naturaleza, el sarcasmo, o tal vez, el simple deseo de lograr ver en vida propia una justicia que no discrimine:

—¡ALTO A LA DISCRIMINACIÓN!

Uno a uno cientos de miles de personas se congregaron para caminar más de cuatro millas en protesta a la ley SB 1070 que recientemente firmo la gobernadora Jan Brewer, del estado de Arizona, donde se vuelve un acto criminal el estar dentro del país sin documentación legal.

El ambiente era de alegría.  Familias enteras llegaron al lugar citado para encontrarse con infinidad de personas que le dieron un color a carnaval festivo a la marcha.  Cada quien vestía un orgullo muy particular.  Los trabajadores con rostro recio elevaban sus manos al aire en señal de orgullo.  Estudiantes apoyando la causa brincaban de arriba abajo gritando:

—¡Chin chin, migra es el que no brinque!

No puede evitar el pensar que los años han pasado, y que después de caminar tal distancia en su totalidad, me dolían las rodillas, la cintura se me quebraba, el sol penetró directamente en mi rostro y descubrí que ya estoy un poco más viejo.  Sin embargo, decidimos caminar con la gente para experimentar el sentir que existió detrás de los policías que cuidaban la marcha con ojos de disgusto, sin faltar el gringo enojón que por cierto nos delató, ya que estacionamos nuestro carro en unos de esos lugares que tenían parquímetro, y al regresar después de más de seis horas, nos esperaba la patrulla para obsequiarnos un mentado ticket que vamos a pelear entre paréntesis porque desde nuestro punto de vista lo hicieron simplemente para joder.

—¿Qué los sábados no se puede estacionar uno sin pagar?—preguntamos con voz fuerte.  El policía se descontroló y volteó a preguntarle a su pareja si eso era cierto.

—Does it say you can park without paying on Saturdays?—expresó con voz pretendiendo autoridad.

—Does it say we cannot?—respondió mi compañera con voz de enfado.


Un inmigrante cubierto por la bandera de esta nación.
II

El evento principió con dos niños que le dieron la bienvenida a toda la gente.  Una niña de diez años de edad cuyos padres han sido deportados y quien con lágrimas en los ojos decía:

—I’m very proud of my parents.

Tocaron un corrido compuesto para la ocasión donde a ritmo popular expresaba la necesidad existente de una reforma migratoria.  Toda la raza estaba emocionada, con gritos y voces de descontento alegre, válgase la contradicción,  toda la gente presente elevaba posters que decían: “Undocumented, Unafraid, I am Legal, are you?  I have no papers, arrest me; Stop the hate, Reform not racism, Jesus was brown, no racial profiling.”

Uno a uno los distintos grupos empezaron a marchar.  Caminamos trasportándonos de uno al otro.  Ni siquiera validé mi pase de prensa, teníamos el deseo de escuchar las conversaciones dentro de la marcha.  Nos toco salir con un grupo que representaba la iglesia Presbiteriana.  Mujeres vestidas de clericós, con rostro de compasión, piel blanca y toga de ministro, cantaba cánticos de justica social.  Los que las acompañaban llevaban impreso en sus camisetas un pasaje del libro de Levítico donde Dios le dice a su pueblo que traten bien a los extranjeros ya que ellos lo fueron en Egipto.   Más adelante nos encontramos con un grupo de mexicanos al estilo ATM (A toda Madre) que tocaban trompetas e iban bailando una tecno- cumbia mientras las voces de los testigos oculares les gritaban:

—¡Quiébrala, quiébrala compadre!

Una niña de no menos de cuatro años de edad, vestida con un traje que a primera vista se me figuró ser una creación hibrida entre lo mexicano, lo argentino y lo indígena, bailaba con unos ánimos que alimentaba a todos los marchantes que ya con bastantes ansias caminaban gritando a pulmón abierto.

Seguimos nuestro quizás rápido caminar para encontrarnos con un grupo de trabajadores con tendencias socialistas.   Sus rostros eran tan prietos como el mío, y su mirada reflejaba una vida de opresión, de protesta, donde el lugar de la batalla ideológica se ha trasportado de las aulas universitarias de nuestros países latinoamericanos,  a las calles estadounidenses, donde debemos de reconocer que existe el derecho a protestar pacíficamente a las tendencias de pensamiento que no encajan con el modo de pensar propio.  Por un momento sentimos los ojos de la gente observándonos como animales raros, mi compañera me dice:

—Hay que tener cuidado no nos vayan a tachar de comunistas.

—No creo, parecemos niños popis que fueron a mezclarse con la gente, apoyando la causa de un pueblo en pleno proceso de opresión.

Ambos sonreímos.


Grupos de trabajadores elevaban sus voces disidentes.


III

La marcha continuaba, el calor de la ciudad de Phoenix empezó a hacerse presente mientras las voces parecían ir creciendo.  Nos detuvimos a comprar un Gatorade para no deshidratarnos.  A lo largo del tramo se presentaron trocas que proporcionaban botellas de agua, no sin faltar el compa que decidió hacer su agosto vendiendo las botellas a un dólar.  En un momento dado alguien le grita:

—¿Por qué las vendes?  No seas gacho, estamos apoyando a la raza.

—Así es la cosa, unos las regalan, otros las venden.

—¡No le compren a ese compa!

Un fenómeno muy curioso fue el ver un gran número de carritos vendiendo paletas, chicharrones, hasta elotes preparados al estilo mexicano.  Fue como el ver la verdadera mezcla cultural que hemos logrado ya sea a propósito o no dentro de este país.  Los jóvenes caminaban con su elote en la mano comiéndolo muy a gusto.  Los vendedores de paletas abrían los ojos al ver la gran cantidad de personas que les pedían producto.  Los niños solicitaban a sus padres les compraran algo para detener ya sea el calor o el hambre, que después de algunas horas ya empezaba a demandar atención.

De pronto, el tramo se torno un poco difícil, el ímpetu con el cual habíamos iniciado se cayó en un silencio que nos hizo pensar en las personas que cruzan el desierto arriesgando su vida para llegar a un país  donde no hablan tu idioma, donde la cultura es tan distinta y donde te discriminan por no ser como el status quo local lo permite.

Ya no es el momento de emigrar a los Estados Unidos, los tiempos han cambiado y la complejidad del problema  va más allá de los intereses políticos, raciales, discriminatorios y demás.  Todo se basa en una gran necesidad económica que existe no sólo en la frontera México-Estados Unidos, sino también en todo el planeta.


Miles y miles de personas se unieron a la marcha.


IV

Sintiendo el peso tal vez de la edad, del sol, de las miradas de recelos que recibíamos al ir cruzando por esta hermosa metrópoli donde nació mi hija y donde contraje matrimonio, seguíamos metiéndonos en los distintos grupos que marchaban un sábado 29 de mayo del año 2010.

Grupos cristianos, cantaban coritos, y me hicieron recordar mi infancia expresando la necesidad de ser más humano en relación a los inmigrantes.  El grupo que apoyaba el DREAM ACT, donde permanecimos un buen rato, ya que quizás siendo mi esposa y yo educadores pareciese que encajamos más.  El grupo indigenista quienes fueron los que encabezaron la marcha con el argumento que al final de cuentas ellos son en realidad los únicos que merecen estar aquí, los nativos, no los conquistadores que llegaron para establecer sus leyes, sus religiones, sus culturas, su ideología eurocentrista que no sabe respetar las fuerzas de la naturaleza.  Además de un grupo de inmigrantes coreanos que con su música y su presencia apoyaban a los hispanos.

Finalmente llegamos al capitolio.  Parecía una feria donde todo mundo ofrecía sus productos al mejor postor.  Demócratas progresistas, socialistas empedernidos, negociantes buscando salir de la quiebra, hippies en busca todavía del amor y paz, familias enteras teniendo su sábado fuera de la casa, mujeres, madres solteras con más de tres niños acarreando al bebe quien lloraba ya con cierta desesperación mientras al final de la marcha esperaba Jenny Rivera para cantar por dos horas (gratis de acuerdo con los organizadores) y llevar un rato de entretenimiento.

Pudimos ver a mucha gente tirada en el pasto del capitolio mostrando cansancio, muchos de ellos literalmente dormidos.  Los jóvenes no dejaban de textear.  TELEMUNDO con su caravana oficial trasmitiendo en vivo y a todo color, lo curioso fue que en la estación local presentaron “programas pagados”.

Se dieron distintas cifras en cuanto a los asistentes.  En los medios de comunicación anglo, se dijo que más de 25,000 personas estuvieron presentes, en las televisoras hispanas, más de 50,000, de lo que sí se está seguro es que esta marcha fue la más grande en la historia siendo la única excepción la realizada hace tres años donde más de cien mil personas estuvieron presentes.

No lo vi en vivo, pero me contaron y lo pude corroborar más tarde por televisión, que un pequeño grupo protestó a favor a la ley SB 1070; arribó  al capitolio con armas de fuego cargadas, y expresaron que estaban dispuestos a dispararlas en defensa propia.

—Hitler was a great defender of civil rights for White people!

WOW!

Claro, ya es legal traer armas de fuego en la vía púbica sin permiso en el estado de Arizona.  Ya estamos en los tiempos del viejo oeste… Y Hitler es admirado como defensor de los derechos civiles…

Ya me puedo morir, creo que ya he visto todo.

Esta fue nuestra experiencia en la marcha en contra de la propuesta SB 1070 en la ciudad de Phoenix, AZ.

© David Alberto Muñoz

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