Día con día
Héctor Aguilar Camín
¿Cuántas horas habrá invertido el país en no informarse del caso Paulette, la niña desparecida que en realidad estaba muerta en un recodo de su propia cama?
¿Cuántas horas gastadas en oír, leer y generar hipótesis, rumores, entrevistas inconducentes, acusaciones huecas, sospechas absurdas, especulaciones desorbitadas?
Entendido que buena parte de lo que los medios echan a la opinión pública, y lo que ésta quiere de los medios, es información para pasar el tiempo, para entretenerse.
Pero aún esta información para ningún propósito útil debe tener alguna sustancia de veracidad, trátese de rumores políticos o romances de celebridades, chismes deportivos o historias tremebundas.
En la molienda anónima de la opinión pública, todo tiene al final un efecto educativo, configura un tipo de conocimiento en la sociedad y un tipo de sociedad con determinados conocimientos.
A mí me asombra cada vez la frecuente estela de humo y duda que queda en la opinión pública mexicana tras la mayor parte de nuestros frenesís informativos.
Nuestros grandes casos periodísticos, sea el asesinato de un cardenal o el enigma de una niña desaparecida, suelen tener un neto de no conocimiento: desinformación.
Al final de la avalancha, el vacío. Luego de tanta seudoinformación queda la duda universal sobre lo que sucedió realmente.
Dedicamos muchas horas-hombre a no enterarnos y, cuando se llega finalmente a un veredicto sobre lo sucedido, a no creer en lo que sucedió.
Autoridades y medios hacen en esto una mancuerna temible. Las primeras, como en el caso de Paulette, actuando sin rigor ni credibilidad; los segundos, llenando los vacíos de información con todas las especulaciones y rumores de que es capaz la mente colectiva.
La verdad no puede abrirse paso en una opinión pública cuya especialidad es producir hipótesis verosímiles en vez de hechos comprobados.
Al final nada es creíble, porque todo es posible. La imaginación sin freno de medios y lectores nos vacuna contra la verdad.
Desde luego, uno puede protegerse de los efectos invisibles de este mecanismo poniéndose como norma no atender en los medios sino a los hechos comprobados. Pero corre el riesgo de quedar fuera del juego.
La duda y el vacío que quedan tras el caso Paulette, lo mismo que la avalancha previa, son rasgos consustanciales del proceso formativo de la opinión pública mexicana.
No sé cómo hemos llegado aquí. Pero aquí estamos.
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