Día con día
Héctor Aguilar Camín
Apropósito del caso Paulette, se ha cumplido en la molienda de los medios la operación típica de nuestra incredulidad pública.
Primero la aparición de un hecho terrible o enigmático que se instala en los medios con fuerza incontrastable.
Luego la exigencia de una respuesta o una aclaración contundente del caso, exigencia normalmente dirigida a la autoridad.
Luego, ante el retraso de la autoridad, la veloz construcción de respuestas hipotéticas, el turno de la imaginación colectiva que construye a partir de indicios pobres hipótesis y certezas que después serán irremovibles. (La polis no tolera el vacío de información. Lo llena con las ocurrencias de su cabeza)
Luego, las respuestas de la autoridad bajo presión, respuestas por lo general inconcluyentes, cuando no simplemente erradas, hijas malnacidas de la misma exigencia pública de respuesta.
Luego, la conversión de todo retraso o error en las respuestas en potentes palancas de sospecha sobre la incompetencia o la complicidad de las autoridades con los verdaderos responsables del hecho.
El siguiente paso fatal hacia la incredulidad es que la autoridad reconozca en público que su primera explicación de los hechos fue en realidad una explicación apresurada, y falsa.
Le pasó al fiscal Montes con el caso Colosio y le pasó al procurador del Estado de México con el caso Paulette. A partir de este desbarro, la pendiente de la incredulidad se vuelve irremontable.
Han de renunciar los fiscales luego de emitir un veredicto final en el que ya nadie cree: el asesino solitario en el caso de Montes, la insólita permanencia de Paulette muerta, invisible por varios días, en un recodo no escudriñado de su cama.
No pretendo comparar la importancia de ambos casos, sino rastrear en ellos un mecanismo común: primero escándalo, luego exigencia de aclaración, luego explicaciones apresuradas, luego sospecha sobre las explicaciones, luego insatisfacción por el veredicto final del hecho, luego incredulidad por el veredicto, luego negación el veredicto, luego el reino de la duda universal donde cadaVolver a la lista de entradas quien escoge la
explicación que le gusta en el reino de las brumas adonde ha sido conducido.
La verdadera huella que deja el caso Paulette es el de nuestra bien construida, en cierto modo invencible, incredulidad.
Quizá no se trata, al fin de cuentas, sino de una radical desconfianza en la autoridad, combinada con una confianza desmesurada en nuestra fantasía.
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