martes, 18 de mayo de 2010

¿PODEMOS REPLANTEAR LA AGENDA CON ESTADOS UNIDOS?


18 Mayo 2010
Una relación “narcotizada”
Jorge G. Castañeda

El presidente mexicano Felipe Calderón hará su primera visita oficial a Washington esta semana desde que asumió el poder hace tres años y medio. Dados los asuntos que afrontan sus países, Calderón y el presidente Barack Obama podrían verse tentados a tratar insignificancias en su encuentro. Sin embargo, el tiempo es propicio para una “gran idea”, parecida a lo que fue el TLC cuando se propuso en 1990.

En vez de reducirlo todo a drogas, seguridad y cómo Estados Unidos puede apoyar de manera óptima la guerra de México contra el narco, ambos países deberían “desnarcotizar” su relación y establecer como objetivo el desarrollo de México y su transformación en una sociedad de clase media.

Calderón ha sido golpeado en casa por los efectos de la crisis económica internacional (la economía de México se redujo 6.5% el año pasado); por 23,000 muertes en la guerra al narcotráfico (257 muertes a principios de mayo constituyen la más alta cifra mortal en una semana desde 2007); por la intransigencia de la oposición a varias reformas y la parálisis institucional; la semana pasada por el secuestro y posible muerte de la más influyente figura de su partido en las últimas dos décadas, y por la nueva ley de inmigración de Arizona, que en México es vista como anti-mexicana.

Con la campaña presidencial mexicana para 2012 ya en marcha, y Calderón camino a convertirse en figura decorativa, probablemente se contente con plantear algunos temas específicos (transporte transfronterizo, contrabando de armas de Estadis Unidos a México), obteniendo categórica ratificación del apoyo de EE.UU. en la lucha contra el crimen organizado y un reconocimiento más de la responsabilidad estadounidenses en el consumo de drogas.

Dadas sus propias distracciones domésticas y prioridades de política exterior, Obama probablemente también prefiera sencillamente reafirmar esos compromisos irreflexivos, apurados, repetir unas cuantas trivialidades sobre la importancia de México para Estados Unidos, y desear a su visitante un viaje seguro a casa. Sin embargo, sería un error limitar a drogas y superficialidades la primera visita oficial de un presidente mexicano a Washington desde la víspera del 11 de septiembre de 2001.

El presidente Calderón debe colocar los asuntos difíciles en ese contexto: drogas y la frontera, Arizona e inmigración, la fragilidad de la recuperación económica, el cambio climático, la proliferación nuclear (el voto de México en el Consejo de Seguridad de la ONU sobre las sanciones a Irán será clave), Cuba y Venezuela. Tales desafíos sólo se pueden afrontar en un marco más amplio de trabajo, de otro modo se vuelven insolubles o chocan entre sí.

Un ejemplo es la frontera. En el papel, los dos gobiernos quieren un flujo más libre de bienes legales, servicios y personas, pero un control más estricto sobre flujos ilícitos: gente y drogas de sur a norte, armas, químicos y “dinero sangriento” de norte a sur. Pero ¿qué hay de la realidad de Arizona, donde la administración Obama podría tener que enviar a la Guardia Nacional, y contra la cual México ha emitido una alerta a sus viajeros? También crece la presión sobre Calderón para legalizar la mariguana si California lo hace en noviembre. ¿Pueden estos puntos contradictorios tratarse uno por uno? ¿Qué hay de los derechos humanos? Después de décadas de gobierno autoritario y una justificable pobre imagen, México comenzó a poner la casa en orden y promover la defensa de los derechos humanos en el exterior, rompiendo con su pasado anti intervencionista. No obstante, afronta justificadas críticas de organizaciones no gubernamentales, las Naciones Unidas, la comunidad legal interamericana y el Senado de Estados Unidos por violaciones a los derechos humanos cometidas por sus fuerzas de seguridad en una guerra antidrogas en parte financiada —y apoyada de otra manera— por el Departamento de Estado de EE.UU.

México debería proponer, y Obama debería acoger, una nueva fase en las relaciones bilaterales cuyo propósito sea construir lo que el TLC dejó fuera, así como reducir la brecha de desarrollo —en ingresos, prestaciones sociales, tecnología, seguridad, imperio de la ley, y salud y educación— entre México y sus más ricos socios norteamericanos.

La etiqueta es secundaria a la esencia: El concepto debe incluir la reforma migratoria en Estados Unidos y la energética en México; inquietudes sobre la seguridad en ambos países pero también la convergencia de estándares y regulaciones, así como legítimas cuestiones de seguridad y fronterizas en toda la región, pero encaradas de forma honesta.

Por ejemplo, las tasas de delincuencia en Arizona han caído desde que comenzó a crecer la inmigración desde México a fines de los años 1990. Se debería esforzar por coordinar políticas para que la crisis en un país —digamos la influenza humana en México o Lehman Brothers en Estados Unidos— afecten al otro sólo en forma proporcional.

Un México próspero, democrático y equitativo interesa grandemente a Estados Unidos. Para reconstruir su base manufacturera EE.UU. necesitará a México. Para compensar a su población que envejece, mejorar la seguridad y concentrarse en amenazas reales sin preocuparse de sus fronteras, necesitará a México. Para establecer diferentes relaciones con naciones menos ricas, predicando con el ejemplo y construyendo uno al lado, necesitará a México.

Y México necesita a Estados Unidos si aspira a convertirse en una sociedad de clase media consolidada, alcanzar el necesario crecimiento económico, y ofrecer seguridad y el imperio de la ley a ciudadanos y visitantes. No se puede lograr todo esto de la noche a la mañana, pero sí en menos de una generación si empezamos hoy. El encuentro de Calderón con Obama podría ser el momento de la “gran idea” que nos encamine.

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